Capítulo 9.

98 7 0
                                    

En aquel misterioso sueño escuchaba constantemente una risotada histérica que me obligaba a cubrir mis oídos. «Despierta» me decía, me obligaba, me tentaba. La voz me resultaba familiar, tan familiar como que era la mía. Me dolía todo el cuerpo. Tan solo respirar era doloroso, un dolor agudo que me recorría en silencio.

No me dí cuenta hasta el momento en que quise moverme, pero allí conmigo estaban Khalius, Macius y Diddi. Apenas les escuchaba como era debido, los oídos me pitaban y los tenía taponados. Sin embargo, por lo que pude escuchar, Rosen había desaparecido tras nuestro encuentro aparentemente fortuito. Por no querer interrumpir me quede quieta. Escuchaba la voz infantil de Deidara tomando el control de la situación. Sentenció el hecho de que Rosen había desaparecido y por tanto, prácticamente, obligó a Khalius a buscarla y por contrayente Macius lo acompañaría. Una vez hube escuchado el sonido de la puerta de la habitación cerrarse abrí los ojos.

—¿Cuánto tiempo llevas consciente? —Preguntó con deje severo mientras tomaba asiento en el sillón que había junto a la ventana, mi sillón favorito.

Pese a mi estado pude dejar escapar una pequeña risa irónica.

—Quién sabe. —Amplié la sonrisa y giré la cabeza hacia donde ella se encontraba: mirando la ventana como si esperara la aparición de algo o alguien.

No sé si fue impresión mía, pero su rostro denotaba preocupación, tristeza y furia. Todo aquello escondido tras su carita infantil.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida?

—Poco más de tres días. —Respondió al instante curvando un ademán molesto.

Si no fuera porque apenas la conocía, hubiera coincidido con el reflejo del cristal en que no era ella misma.

Con aquella sonrisa en la comisura de los labios retiré las sábanas que me cubrían y la compresa de agua que ya llevaría más de una hora colocada en mi frente. Tenía la misma ropa. Sin embargo mis rombos, anteriormente blancos, ahora eran de color carmín. Y lo mismo ocurría con los guantes. Fruncí el ceño bastante molesta, no por el olor a sangre seca que a decir verdad me agradaba, sino por el hecho de que mis guantes se hubieran manchado. Siempre intentaba mantenerlos impolutos.

—Tienes muda limpia en el clóset. —Comentó de repente provocando que me diera la vuelta para observala.

—¿La misma? —Pregunté deslizando los guantes de la mano y desparramandolos de cualquier manera sobre la cama. La conversación era de lo más extraña. Parecíamos desconocidas que se acababan de encontrar y estaban obligadas a entablar una conversación. Sin esperar ninguna respuesta, abrí las puertas que conducían al vestidor. En efecto, ahí había ropa limpia o tal vez nueva. No eran las mismas que llevaba, pero estaban limpias y no rasgadas y cubiertas de sangre seca. No tardé mucho tiempo en cambiarme. Era un vestido blanco y sencillo, con adornos de rosas celestes en los bordes en forma de pico que éste poseía y en una de las tiras del hombro también tenía un lazo del mismo color ceñido a la cintura. Sin embargo no había zapatos por lo que salí descalza del vestidor con una venda en uno de los tobillos. Una vez fuera sacudí la cabeza mostrando un semblante serio.

—Vamos. —Sentenció antes de que pudiera articular palabra alguna. De hecho, ella ya estaba en el marco de la puerta sujetando el pomo de esta.

No me molesté en preguntarle hacia dónde nos dirigíamos. Al cruzar la entrada principal vi que todo estaba intacto, como si allí no hubiera ocurrido nada. Apreté los dientes con fuerza al recordar los golpes que Rosen tan amablemente le había proporcionado a mi cuerpo. Pronto llegamos a un gran salón, que al igual que toda la mansión Bernaskell, estaba decorado al estilo Victoriano. Lo que más me agradó de aquel lugar fue el color blanco brillante de sus paredes, el negro oscuro de sus muebles y los decorados color del oro y ámbar. Al terminar de observar la estancia, pude ver que había personas a las cuales desconocía completamente. Tan solo dos caras me eran familiares. Las de Deidara y Lisbeth.

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora