Capítulo 1 - Maldito

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Unos cuatro hombres con trajes enjoyados, cadenas de minerales preciosos y bastante más gordos de lo que su salud les pudiera permitir, estaban organizados entorno a una mesa, jugando a una especie de juego de apuestas. Tres de ellos estaban sentados en tres sillas decoradas con oro y plata, acolchadas con almohadas tejidas en seda roja. El cuarto hombre, estaba sentado sobre un sillón cubierto en una piel exótica, exageradamente retorcido y sobrecargado. Cada uno de ellos se vestía de una forma más extravagante, pero sobre todo destacando la figura sentada en el sillon. Con una larga barba trenzada y recogida en unos pequeños tubos dorados, con una sonrisa a medio salir, mirando a las cartas de su mano con enorme prepotencia.

-¿Cómo te fue el negocio? Me enteré que tuviste que hacer algunas patrañas para poder empezar a cavar esas minas. - Uno de los hombres preguntaba al hombre sentado en el sillón, mientras miraba sus propias cartas, no tan seguro de sus posibilidades. Con su otra mano estaba tocando la mesa con sus dedos de forma rítmica.

-¿Patrañas? - Preguntó de forma irónica, con la misma sonrisa prepotente en su rostro y una mirada fijada en sus cartas - no fue para nada un problema quitar de en medio a la panda de muertos de hambre que había ahí.

Sacó un gran pedrusco dorado, dispuesto a apostarlo. Al colocarlo en la mesa central hizo un movimiento exagerado, intentando llamar la máxima atención posible, con el movimiento forzado, la manga de su decorada camiseta dejó ver una extraña marca con forma de máscara y apariencia misteriosa. Sólo tenía dos cuernos muy largos y rectos en la parte superior y unos huecos para los ojos que no permitían ver ninguna expresión. Dos de los jugadores sentados pudieron ver con claridad la marca, retrocediendo en sus asientos con terror en su rostro, como si el hombre estuviese infectado con la peor de las plagas.

- No voy a arriesgarme a ser asesinado... - Comentó uno de los que vieron la marca, se levantó de inmediato y no se lo pensó dos veces.

- ¿Acaso crees en esas estupideces? -Replicó el hombre, claramente preocupado - Si realmente viniesen los malditos a por mi ya habrían llegado, llevo más de dos semanas con esta estupida marca.

Los hombres parecían estar recogiendo sus cosas sin decir nada, sus ojos temblaban y a sus manos les costaba coordinarse para ponerse sus abrigos.

- ¡Acaso creéis de verdad esas estupideces, creía que vosotros seríais más inteligentes, no existen tales cosas como los fantasmas, no va a venir ninguna aparición a matarme!

Todos recogieron sus pertenencias y salieron rápidamente de ahí, el hombre se quedó solo, en una pequeña pero decorada caseta en medio del jardín de lo que posiblemente era su palacio, los demás montaron en su carro y se fueron sin decir absolutamente nada. Suspiró y se dirigió hacia los carros, intentó hablar con ellos, pero de vuelta solo consiguió un silencio sepulcral, los carros se fueron y él miró al horizonte, viendo como se perdían en su campo de visión, giró su cabeza y pudo ver como una persona estaba sobre la rama de uno de los árboles que rodeaban el camino hacia el palacio, miró los pies primero y empezó a observar lentamente hacia arriba, lo primero que pudo ver eran sus piernas cubiertas por un largo traje, del mismo color que la noche, la ropa era completamente lisa, oscura y simple, lo único que rompía toda la monotonía negra e inexpresiva era una bufanda roja que ondeaba con el viento. Siguió alzando la mirada un poco más hacia arriba, esperándose lo peor. Había una cosa en el árbol que estaba mirándole a través de una máscara llamativamente blanca como el mármol. Los cuernos de la máscara eran idénticos a los de la marca de su mano, los ojos completamente en la oscuridad eran invisibles pero tenía la certeza de que estaban mirándole, el hombre mantuvo la respiración del miedo, se frotó los ojos y ya no estaba en el árbol. El hombre se dijo para sí mismo:

- Estas cosas no existen, vamos... estos capullos solamente te han asustado y te quieren meter su superstición en tu cabeza.

Bajó la mirada, la misma figura ominosa estaba observándole sin hacer ningún ruido, esta vez, mucho más cerca, a apenas unos metros de él. El tipo se hundió en el más absoluto terror y empezó a correr hacia la salida del palacio, miró a su derecha y ahí estaba otra vez la figura, se desvió del camino y se metió en el bosque sin saber su destino. Pese a cualquier dirección que tomase, estaba ahí, esperando en silencio, no parecía moverse ni mostrar rasgos de fatiga pero siempre estaba un paso por delante de él. El sujeto, en pobres condiciones físicas, apenas podía correr, y respirando entrecortadamente sudando hasta en las rodillas, acabó huyendo. Llegó exhausto a un claro entre los árboles, andando de forma destartalada se tropezó con unas ramas y cayó de bruces sobre el suelo, se echó las manos a la boca por el miedo, pudo observar que estaba rodeado de esas figuras, todas en silencio, observándole desde la oscuridad. Sacó de su traje una varita adornada y empezó a lanzar ataques a las decenas de personas presentes, pequeñas esferas relucientes de color azul brotaban de la varita con los movimientos temblantes del hombre. Las figuras no se movían, los golpes parecían atravesarlas sin ningún efecto, una de estas personas salió del bosque, sus pasos no hacían ruido al andar pero a diferencia de los demás este se desplazó hacia los lados con una agilidad ante los ataques del ahora llorando y aterrorizado rico. Se acercó a él y dijo con una voz muy seria, monótona y extraña, como si la voz careciese de una fuente con vida o emociones, completamente vacía de sensación:

Pasos entre verdades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora