Prólogo

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—¡Un esquife! ¡Es un esquife!

Durante unos instantes, toda la actividad de la pequeña aldea de Randa pareció paralizarse. Sus habitantes no tardaron en comprender lo que estaba pasando y se limitaron a acatar el protocolo de emergencia básico. Una mujer dejó de ojear un libro sobre animales prehistóricos, en su portada había un mamífero de tono grisáceo con dos grandes colmillos y un hocico muy largo. Un anciano se apresuró hacia su habitación a duras penas, con la ayuda de un bastón hecho con un tronco quemado. En algún lugar alguien lanzó un grito ahogado. El protocolo era algo habitual, pero a pesar de haberlo repetido en decenas de ocasiones, nadie acababa de acostumbrarse. El nerviosismo y el miedo de los habitantes de Randa salía a relucir a través de pequeños gestos involuntarios y del sudor frío de algunos rostros.

—Apaga las luces, Sun —ordenó a su hija con un susurro.

Sun se limitó a obedecer, apagando las velas de un soplido. Era una pequeña niña que no levantaba aún dos palmos del suelo, con una tez muy morena que le había costado su nombre, un cabello corto pero alborotado y unos bonitos ojos color miel. Su sonrisa contrastaba con los rostros tensos de los adultos. Sun estaba disfrutando de la situación, era algo que se salía de la aburrida rutina, y por lo tanto, era bien recibido en su vida. Apretó los labios cuando su madre le lanzó una mirada de desaprobación, pero siguió emocionada por dentro.

El sonido de los motores de las naves resonaba estridente a lo largo de toda la aldea, el suelo temblaba y las paredes parecían a punto de derrumbarse, pero era lo mismo cada vez, por lo que nadie dudaba de la estabilidad de los túneles.

Randa se encontraba en el subsuelo de lo que antaño había sido una pequeña ciudad, muy lejos de las grandes capitales del pasado. Su morfología urbana era bastante simple, pues la aldea se había formado en el interior de túneles que debían haber servido de alcantarillado en algún momento de la historia. Estos túneles se extendían a lo largo de kilómetros, desembocando en una presa que llevaba siglos seca. Las paredes de los túneles estaban hechas de una gruesa capa de hormigón, pero eso no había impedido a los primeros colonos abrir boquetes de tamaño humano cada pocos metros. Estos daban paso a pequeñas cuevas excavadas en la arena y apuntaladas con vigas de madera que parecían firmes y seguras, aunque esto es algo que hubiera negado cualquier ojo experto. Estas pequeñas cuevas eran todo cuanto tenían las gentes de Randa, pequeñas habitaciones donde podían dormir y tener cierta intimidad, y digo "cierta" porque las puertas dejaban mucho que desear. Alfombras, cortinas, chaquetas... cualquier trozo de tela era válido como puerta. 

Cualquiera hubiera pensado que aquello eran unas cloacas infestadas de ratas, llenas de enfermedades entre sus gentes y dónde ni siquiera se dignaría a vivir el más infeliz de los mendigos. Pero lo cierto es que para sus habitantes Randa era un verdadero lujo. Muchos habían nacido en comunas construidas bajo vertederos, otros tantos habían vagado sin rumbo durante años sin siquiera ser conscientes de la existencia de más seres humanos hasta llegar allí. Esa pequeña comunidad subterránea se había convertido en la motivación que muchos necesitaban para no rendirse a la muerte.

Todas las noches los habitantes se reunían en el Gran Comedor, el único espacio de los túneles dónde se podían congregar más de cincuenta personas al mismo tiempo. Allí se discutían temas importantes, como el racionamiento de los suministros o las novedades que habían traído los exploradores.

Todo lo que habían construido con sudor y sangre, los cimientos de su preciosa civilización, quedaba amenazado cada vez que se activaba el protocolo. Sun quedó pensativa mirando hacia el polvoriento poncho, que hacía las veces de puerta, de la habitación que compartía con su madre.

—Mamá ¿qué pasaría si nos encontraran? —preguntó susurrando.

—Shh, lo descubrirás si no cierras esa boquita —respondió su madre, tajante.

Era Oscura | DestinyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora