Pendiente de pago

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Aquella noche tuvo unos sueños muy extraños que mezclaban lo que parecía realidad con subyugadores delirios. Nunca se separó de ellos un raro olor entre aséptico y rancio. Se abrió la puerta del ascensor chirriante capaz de poner los pelos de punta a cualquiera. El ruido que resultó hiriente en sus oídos, le despertó. Aturdido, con los ojos pesados como losas de hormigón, sentía como si sus miembros poco a poco fueran despertados de un extraño letargo. Se sentía inflamado, como si sus extremidades fueran piezas hechas de globos, esos globos que les encantan a los niños con formas raras. No sabía cuánto llevaba dormido, ni qué hacía ahí dentro.

No recordaba cómo llegó allí, qué sucedió la noche anterior. Estaba absolutamente confuso, su último recuerdo era aquella preciosa chica de pelo de fuego, de ojos de cielo, y con cuerpo esculpido para perversiones aún no imaginadas. No sentía las piernas. Tenía que salir de aquella habitación de hotel, se arrastró en busca de una salida. La oscuridad lo envolvía todo con un manto de peculiar densidad que parecía poder asirse con las manos. Tanteando en las sombras, gateando cual niño, más bien arrastrándose, salió de la habitación cuyos secretos permanecieron en aquella negrura.

Al salir la luz le impactó a los ojos, las bombillas brillaban con una impresionante luz blanca. Recorrió el sitio con la mirada y pese al aspecto, era un hotel. Todo parecía ajado, de otro tiempo, cutre. Olía a una mezcla insalubre a polvo, a viejo, a podredumbre, a cosas que ya no tienen arreglo que intentaba ser disimulado con ambientadores con resultado poco loable. Sus extremidades no le respondían pero la desesperación que iba aumentando por momentos le hizo acabar en un gesto grotesco medio gateando medio nadando por la alfombra de aquellos pasillos silenciosos como tumbas.

Avanzando lentamente sobre la mugrienta alfombra verde, antaño de otro color, llegó hasta la puerta. Entonces, al ver la recepción vio que efectivamente tal y como él pensaba, era un hotel. La recepción se encontraba tan vacía como los pasillos y escaleras que había recorrido. No lograba pensar mucho y creyó que esa soledad le era favorable.

Salió por la puerta que le costó abrir, pero a empujones acabó cediendo. Como pudo se arrastró hasta un callejón solitario cercano. Pasó tiempo en el callejón hasta poder caminar. Al fin sus piernas le obedecían, y se percató mirándose que iba en camisón. Un curioso atuendo más propio de hospital. No reconocía nada de las calles, no le sonaban los pocos nombres que se veían, ni las tiendas, ni las gentes. Todo indicaba que nunca había estado allí. El metro era la opción más segura para salir o al menos buscar ayuda.

Logró levantarse despacio como los bebés cuando dan sus primeros pasos. Al erguirse notó como si algo le tirara, un poco profesional corte atravesándole el costado era el causante. Salió del callejón rumbo a buscar una parada de metro o algo que dadas las circunstancias le sacara de allí. Quería salir y luego ya vendrían las preguntas con o sin respuesta. Regresaron a por él, era tarde. La huida no fue fructífera, le agarraron y le susurraron:

- Un riñón sólo no pagar deuda.

Terror expressWhere stories live. Discover now