La nana del fuego

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Aquel fue un invierno muy gélido, tanto que Roberto pensaba que se le acabarían helando los dedos de los pies. Así que cada día se los frotaba enérgicamente para que eso nunca ocurriera.

Siempre le dio miedo su tío Alfonso, aquel que perdió la pierna no se sabe cómo. Alguna vez se atrevió a preguntar, pero todos le miraban con caras extrañas evitando dar una respuesta al misterio. Roberto siempre pensó que fue un año de frío. Temía mucho la nieve, tanto que algunas veces temblaba de miedo y no de frío como todos pensaban.

Una noche se despertó con un ronroneo de viento en los oídos. La ventana estaba abierta, la nieve entraba dejando una espesa capa blanca a las orillas de la madera de la ventana.

Roberto no quiso despertar a nadie, no le gustaba demostrar debilidad. Él era hombre, y hacía tiempo se había determinado ser lo suficientemente mayor. Pensaba que demostrando que lo era al fin alguien alimentaría su hambre por desvelar dudas.

Intentó cerrar la ventana, pero a sus ocho años carecía de la fuerza necesaria que se necesitaba para en esa noche de tormenta luchar contra el viento. Lo volvió a intentar, no podía con el glacial soplo que empujaba sin cesar. Tenía que sobrevivir a esa noche, a ese frío. Intentó hacerse un iglú de mantas, aun así notaba un frío tremendo que no le dejaba pegar ojo. Se miraba los dedos y pensaba en ellos, cortados, se imaginó sin dedos, como si el frío fuera comiendo cada parte de su cuerpo. Gangrena blanca. De pronto se le iluminó la mente, cogió su papelera y decidió que una fogata le dejaría dormir. Encendió el fuego en la papelera bajo las mantas y poco a poco se quedó dormido al arrullo del chisporrotear de las llamas, profunda muy profundamente para no despertar. Entretanto poco a poco no se lo comía el frío sino el fuego.


Terror expressWhere stories live. Discover now