Segundo

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—Esto es intolerable. ¡TÚ! —gritó en medio de la nave.

—Sor-, ¡ay! —exclamó de dolor al impactar un puño contra su cara. Se frotó la nariz ansioso— ¡Joder!

— ¡Usaremos los nombres en clave tal como acordamos!

—Será tal como impusiste tú —murmuró por lo bajo el otro individuo que se divertía con el escenario.

— ¿Dijiste algo Venom? —la mujer cruzó los brazos sobre su pecho y lo miró indignada.

—Sí. Que tu nombre en clave es patético.

—Chicos, chicos, paz y amor — se unió un cuarto miembro de la nave, el más alto y corpulento de todos.

Una fémina miraba entre las sombras a los miembros de su tripulación mientras escondía una lúgubre sonrisa. Sentada en el frío suelo de la nave lanzó en sucesivas ocasiones repetitivas la esfera plástica que llevaba en la mano, disfrutando del rebote que adquiría al impactar contra la pared, cambiando entonces su consistencia a una sólida al absorber la energía cinética. 

Una práctica que solía tranquilizarla siempre que se encontraba en una situación estresante y, sobre todo, novedosa, de la cual no tenía control alguno.

También aliviaba su estrés las continuas discusiones existentes entre sus socios. Después de todo, se conocían desde niños, lo que comportaba que la confianza, en ocasiones, diera asco. No habían sido los primeros en aceptar que las condiciones de vida que tenían podían ser transformadas por ellos, aquello había sido trabajo de la mujer que había ejercido como su madre postiza desde que habían llegado al poblado. No obstante, sí habían sido los iniciadores de un verdadero plan que pudiera hacerlo factible y que iba a cumplirse aquella misma madrugada.

¿Acaso tenían la seguridad al completo de que su misión se cumpliría con éxito? Para nada, pero era la única oportunidad que tendrían hasta dentro de cincuenta años y ellos estaban lo suficientemente desequilibrados como para embarcarse en una misión que tenía tantas posibilidades de fracasar como de salir victoriosos.

—Cupido es un nombre precioso —acarició su melena plateada que había decorado con una diadema de flores secas—. Angelical y dulce. Me representa al completo. Así soy yo: bella por dentro y por fuera. Pura.

El hombre que llevaba un parche en su ojo derecho reprimió una carcajada, emitiendo un sonido como si se atragantase con su propia saliva.

—Y ahora, vosotros dos —señaló al rubio al que había golpeado al inicio y al hombre del parche— vais a decirme qué hicisteis con mis tiritas de angelitos dibujados. ¡No me queda ni una! —agarró por el cuello de la levita a los dos varones.

—Se suponía que tu furia vaginal sólo la dirigías hacia Speed —rio y el parche se movió por las arrugas de expresión al esbozar una sonrisa malcarada.

— ¡Borra esa expresión irreverente o le devolveré tu cuerpo maltrecho y feo, todavía más feo a Kinana! —exclamó sulfurada.

—Vaya, todavía más feo. Eso suena casi a una amenaza —se sacudió y salió del agarre de la hembra—. Y no tengo ni idea de dónde guardas todo tu Armagedón de mariconadas, así que le estás preguntando a la persona equivocada.

Una figura masculina se sentó al lado de la fémina que continuaba divirtiéndose con el espectáculo mientras perpetuaba su juego con su esfera. Su mal humor se desprendía por la pequeña expresión facial que resguardaba debajo del oscuro flequillo. Sus enormes ojos grises que podían tornarse del mismo tono que el plasma sanguíneo según le dieran los rayos solares podían parecer inexpresivos a simple vista pero, si llegabas a discernir entre las ínfimas diferencias a través de los detalles, podías captar la furia animal que se escondía en su aparente aura de indiferencia.

La cavernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora