Cuarto

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Le inquietaba su presencia tan cercana. Aunque no le estuviera viendo al tenerle de espaldas, Freed era consciente de que el varón de cabellera bicolor tenía clavada su mirada en la nuca del Pretor y una de sus armas lo estaba apuntando sin titubear.  Escuchaba el ruido de las pequeñas campanas que adornaban sus largas trenzas laterales. Le calmaba como si de una dulce cortina musical se tratase y a la vez le irritaba el sonido persistente, probablemente porque le recordaba su situación actual y la pérdida de su libertad, ante la mirada atenta de un extraño.

Pero, lo que realmente le increpaba todavía más era que le habían advertido que únicamente continuaba con vida por el mero hecho de ser médico, como si le estuvieran haciendo un gran favor al que jurar pleitesía, debiéndoles agradecer el gran don de haberlo dejado con vida, puesto que su objetivo principal era terminar con todos los dirigentes que pudieran, algo que casi habían logrado. Mientras les fuera útil, lo mantendrían con vida. Sin embargo, Freed desconocía si eso se mantendría de forma indefinida o, cuando la utilidad del médico no les fuera requerida, lo eliminaría como al resto. Según ellos, era la forma en la que podrían condonarle la vida, pero él no confiaba. 

Después de todo, no eran ciudadanos de Edolas y habían actuado como auténticos asesinos. Ninguno de ellos le ofrecía confianza alguna. Para Freed, eran salvajes y criminales, seres dotados de una crueldad intolerable.

Fue recopilando los enseres que consideró pertinentes tras descartar aquéllos que los terroristas le habían indicado que ya tenían en su poder. Habían considerado pertinente acercarse al consultorio más pequeño que había en la última planta, puesto que supusieron que sería el más accesible en cuanto a seguridad. De igual forma, dos de los miembros sobrevolaban los cielos supervisando los puntos de entrada y salida. Los supervivientes del ataque permanecían encerrados por el momento y habían bloqueado el acceso desde plantas inferiores con la bomba sónica, pero era previsible que quisieran protegerse de igual forma. 

—Tengo que pasar por la ducha de esterilización —dijo intentando controlar sin éxito los temblores obsesivos que le golpeaban cada vez que recordaba la suciedad que lo envolvía.

—Ya te lo he dicho. No hay problema siempre que mantengas la puerta abierta.

— ¿Sabes lo que es la intimidad? —entrecerró los ojos con rabia e inclinó su columna en una postura que pretendía ser atemorizante, aunque no dejaba de ser una manifestación más de su furia— Tengo que desnudarme y no pienso hacerlo delante de... de... ¡de un voyeur!

El tipo tuvo la indecencia de romper a reír. ¡En su cara! ¿Cómo podía parecerle graciosa la situación? El pánico de alguien decente como Freed no debía de ser plato de degustación para nadie. Suficiente padecimiento tenía con el peligro que corría por su vida y por salud. Aquel bestia que tenía delante podía atacarle en cualquier momento y aumentaba su ya existente ansiedad.

Desde que la mujer de cabellos oscuros lo había entregado a aquel hombre, se habían tensado cada músculo de su cuerpo sin darse cuenta, hasta sentirse agarrotado con un dolor intenso en toda la columna vertebral. El tipo era un hombre delgado pero tonificado. Sus ropas estaban medio rotas, dejando a la desnudez sus fuertes brazos cuyas uñas se hallaban pintadas de negro. En ellas existían multitud de heridas por la lucha perpetrada, así como también en el rostro cuyos ojos grises estaban pintados de un negro ahumado. Las largas pestañas rizadas eran de un tono carbón, desconociendo si era a causa de un instrumento cosmético o por gracia natural. Dudaba acerca de cual de los dos tonos bicolores que decoraban sus cabellos era el ficticio, y el enorme flequillo cubría las cejas.

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