Séptimo

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Agotamiento era un término que se quedaba corto al estado que sufría Freed. Combinar las diversas operaciones que había tenido que realizar con su propio proyecto de investigación para hallar una vacuna con la sangre que le había extraído a Macbeth, todo ello dormitando en escasez, no era una buena mezcla. Le resultaba deslumbrante que el plasma sanguíneo del forastero presentara anticuerpos incluso para enfermedades para las que Edolas todavía estaba investigando un tratamiento efectivo y que eran mortales. 

Sus reiteradas pruebas para comprobar la tolerancia de las células protectoras a las distintas enfermedades lo estaban dejando completamente anonadado. La sangre de los forasteros podría aportar unos avances médicos impresionantes para los edolianos. Nadie de la cúpula creería que los supervivientes fuera de la cúpula fueran seres distintos a los neandertales.

De acuerdo con la historia, no se podía sobrevivir fuera de Edolas. Precisamente ésa había sido la razón que había motivado la creación una cúpular que protegiera a los humanos que se resistían a morir. Incluso aceptando la posibilidad de supervivencia, científicos e historiadores acordarían que la única opción sería un reinicio del planeta, donde los equivalentes a los seres humanos serían diferentes físicamente a los edolianos, en un estado prehistórico y sin apenas avances tecnológicos, puesto que procederían de una mutación y evolución genética distinta al homo sapiens.

Su mirada volvió a clavarse en Macbeth sin darse cuenta del tiempo que llevaba perdiendo en obsesionarse con su estado físico.

—Freed —elevó una ceja sin realizar más expresión que un bostezo.

—Eres increíble —y en el precio instante que pronunció esas palabras los nervios le recordaron lo que estaba pareciendo, provocando que enmudeciera hasta el punto de casi ni respirar.

—El rojo te sienta bien —una escueta media sonrisa se elevó con pronunciada lentitud, aludiendo al rubor de sus mejillas.

Freed se frotó las mejillas nervioso y limpió sus manos con el antiséptico antes de volver al microoscopio de la computadora.

—Me refiero a tu sangre. Vuestra sangre —carraspeó nervioso—. Poseéis anticuerpos para luchar contra una gran variedad de enfermedades.

—Estás pensando en salvar vidas de tus edolianos.

— ¿Y tú no? —los ojos se agrandaron enormemente y las manos se movían sin cesar— ¡Tú podrías ser el poseedor de las nuevas células HeLa!

No se había dado cuenta del movimiento que sus pasos habían ejecutado, anexionando su propio torso al cuerpo de Macbeth sin pensar en su obsesión por los gérmenes, hasta que sintió la cálida respiración del forastero contra su rostro y la esmaltada y blanca sonrisa burlarse de su todavía más intenso rubor. La gélida parsimonia con la que se dirigía hacia Freed, su indiferencia a la hora de conversar y el hastío crónico que parecía padecer nunca habían dotado al médico de la idea de que Macbeth podría demostrar un ápice de calor humano. No obstante, el contacto de los dos torsos en unión le hizo partícipe del incremento de temperatura que estaba circulando por el cuerpo de uno de los anfitriones de esta nave.

La curiosidad de su mente le promovía la necesidad de tocar su piel, con tal de cercionarse si la temperatura corporal de los forasteros era más alta que la de los edolianos, quizás por el hecho de sentir la luz del sol a diferencia de los protegidos por la cúpula. Cuando había estado operando a sus dos compañeros, no había podido proceder a una comparativa, puesto que sus heridas estaban infectadas y ello les dotaba de unas altísimas temperaturas debido a la fiebre. Además, su atención había estado focalizada únicamente en salvar vidas, y no en saciar su curiosidad científica.

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