La prueba

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Por suerte para la guerrera con alas, la Sagrada Madre apareció en una de las ventanas.

— General, quiero que traiga a esas personas a mi presencia — volvió a entrar al palacio.

— Síganme — la joven enfiló a la escalera principal, seis mujeres soldadas los rodearon para escoltarlos, todas tenían unos curiosos anillos con los que apuntaban a la pareja de terrestres.

— Piccolo — la ciega lo tomó muy fuerte del brazo — por favor, puedes guiarme, por los pasos de quien va adelante noto que hay muchos escalones — tocó un botón y su bastón se replegó hasta que pudo meterlo en su bolsillo.

El lugar era enorme, subían y subían escaleras, las bóvedas eran altas, el sonido de los pasos retumbaba fuerte, todo el lugar tenía colores blancos y dorados, luego de al menos 15 minutos, por fin llegaron a la sala del Trono, la Reina estaba en el sillón más grande de los dos que habían.

La ciega hizo una reverencia y se arrodilló con la cabeza mirando al piso, el guerrero solo hizo la concesión de bajar la vista un poco.

— Sagrada Madre, quisiera se nos permita quedarnos para ayudarla con la rebelión, y poder rescatar a nuestras amigas. Podemos ser de utilidad.

— Sé que toda ayuda es poca en este momento, pero serías solo un estorbo.

— Excelentísima señora, puedo ser como cualquiera de sus otras súbditas, y él es un excelente guerrero y estratega.

— No puedes ver, eso te pone en muy mal pie para luchar.

— Si usted lo permite, quiero combatir con la mejor de sus soldados, sé que puedo derrotarla, así verá que no le miento.

— Está bien, hija mía — suspiró resignada — debo demostrarte tu error.

Piccolo se adelantó un paso para hablar, las mujeres de la guardia lo volvieron a apuntaron con los anillos, y se prepararon a disparar pensando que trataría de dañar a su soberana, en ese momento Izbet se les adelantó y lo tomó del brazo.

— No digas nada, por favor, sé lo que hago.

Él estaba molesto que nadie le hubiera dirigido la palabra, ni lo hayan tenido en cuenta, creyó entender que, así como a Izbet, a él también lo consideraban un ser imperfecto por eso lo trataban así, que estúpidos pensó, solo por ser distinto a ellas creen que soy inferior.

— Esta bien, pero espero que de verdad sepas que haces, sino tendré que arreglarlo a mi modo — sonrió agresivo hacia todas, aburrido que lo menospreciaban.

— Gracias — volvió a su posición en el piso, de rodillas.

— Preparen la arena de entrenamiento — ordenó la líder del lugar cuando vio que el hombre volvió a su posición.

Fueron a un lugar lejos del palacio montados en unos seres parecidos a los caballos, pero con una crin dorada, Piccolo prefirió ir caminando al lado de Izbet que iba montada en uno de esos animales

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Fueron a un lugar lejos del palacio montados en unos seres parecidos a los caballos, pero con una crin dorada, Piccolo prefirió ir caminando al lado de Izbet que iba montada en uno de esos animales.

— Estoy seguro que podrás derrotar a quien te designen, solo me preocupa si usan los rayos de esos anillos, no los veras y pueden dejarte a muy mal traer.

— Debo lograrlo, aunque usen esas armas, no quiero que quedemos entre las rebeldes y las fuerzas reales, todo sería mucho más difícil, y como te dije el tiempo apremia para salvar a mi niña.

Cuando llegaron al lugar, era tan grande como un estadio de fútbol americano, en un costado había un palco donde se acomodó la Sagrada Madre, que designó a la General de su ejército para la lucha, la que recibió a los terrestres.

— Prepárense para empezar la lucha — ordenó la soberana del planeta.

Mientras Izbet se preparaba y calentaba los músculos le pidió a Piccolo que le describiera el lugar lo más detalladamente posible, altura, ancho, forma, para hacerse una idea de cómo era.

— Tu contendiente no tiene un ki muy grande, sé que puedes ganarle.

— Lo que más me preocupa es que llevó poco tiempo que aprendí a sentir la energía vital, además cuando peleo en la Tierra, tengo tiempo de aprender las ubicaciones de las cosas, así es más fácil moverme.

— Ellas dependen de sus alas para volar, tú puedes hacerlo sin ese problema, solo debes cuidarte de esos anillos que seguro disparan rayos.

Él se quedó en un costado mirando, sintió como la Sagrada Madre bajo de su lugar y se le acerco, se detuvo a su lado, el namek vio que estaba custodiado por la guardia real, estaba seguro que si hacía cualquier movimiento que considerarán peligros le dispararían, como si eso me preocupará pensó molesto.

— Ella tiene mucho espíritu, pero no puede ganar, no sin vista — la voz de la soberana se volvió muy dulce — es tan porfiada como su madre, por favor cuando pierda llévatela, no quiero que le pase nada malo ¿Lo entiendes?

— Es usted quien debe entender que a pesar de ser ciega, ella es igual o mejor que cualquiera de sus guerreras, solo espere un poco y lo verá.

— Le tienes mucha confianza, ¿no? — le replicó la gobernante.

— Yo la entrene — luego se quedaron ambos en el mismo lugar mirando el comienzo de la lucha.

El namek no apartó la mirada de la arena, se concentró en la pelea y analizó si Izbet podría ganar o no, cuando la del mechón blanco lograba eludir un golpe o patada era por milímetros, él sentía que lo hacía para burlarse de su contrincante, por eso sonrió de lado para que las mujeres con alas que lo custodiaban entendieran que su compañera no tenía ninguna oportunidad de salir victoriosa.

La joven que enfrentaba a Izbet iba cansándose y se desesperaba al no poder derrotar a una ciega, un ser tan inferior según ella, sentía la mirada de sus amigas reprochándole que no podía acabar con su oponente, así que decidió usar su anillo.

— Dame tu arma — grito la reina al verla ponerse en posición para disparar.

— Pero señora, no son seres perfectos, nuestras leyes no aplican para ellos — empezó a reclamar la mujer.

— Su madre era una de nosotros, la pelea debe ser justa, sin armas, o le doy una a Izbet y le enseño como usarla.

La General a regañadientes se quitó la joya y la tiró lejos. Al final se desesperó como quería la del mechón blanco, y cometió un gran error, se elevó, pensando atacarla por arriba, ya que su contrincante no tenía alas, ese era el momento que la terrestre esperaba, subió y de una patada le quebró un ala, terminando el combate en el acto.

La ganadora se acercó a la Sagrada Madre y se hincó frente a ella.

— Ve que podemos ser de utilidad su majestad, ambos somos buenos luchadores.

— Tal como quedamos puedes quedarte, pero él no, debe irse lo antes posible.

Ángel Ciego 1. El ComienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora