Mi esposo, Piccolo

198 24 31
                                    

— ¿Por no ser perfecto? — preguntó Piccolo con ironía, sin poder seguirse manteniendo callado.

— Porque no pertenece a nuestra raza — la gobernante se dirigió a ella al hablar — al menos tu eres mestiza.

— Pero las rebeldes combatirán usando mujeres de otras razas — se levantó, pero siguió con la cabeza gacha, en muestra de respeto.

—No porque ellas lo hagan, nosotros debemos imitarlas, sino perderemos nuestra perfección — argumentó la reina.

Entonces Izbet pensó que hacer, si él se iba perdería su único apoyo en ese lugar, debía hacer algo, y rápido, levantó la vista, se acercó directamente al guerrero, lo tomó firme de los brazos, cosa que le extrañó al namek, quien no se esperaba el apasionado beso que recibió, ni siquiera reaccionó quitándose, fue tanto su asombro que se quedó como estatua.

— Sagrada Madre — al terminar se tomó del brazo del hombre de piel verde lo más melosa que pudo — es mi esposo, por lo tanto, también pertenece a nuestro pueblo.

— Bueno querida — dijo riendo la líder del lugar — en esto eres igual a tu madre, tienes unos gustos muy exóticos.

La soberana recordó a Zurra, era una rubia de ojos morados muy bella, en verdad nunca entendió porque se enamoró de un ser imperfecto cuando había tantos pretendientes de su propia raza queriendo desposarla, al ver a su hija no pudo evitar acordarse de su amiga, son igual de testarudas, pensó, por ahora le haré cree que me engaño con esta escena, ella puede ser una buena actriz, pero él, su cara me lo dijo todo, pensó.

— Es tarde, mañana temprano quiero conversar con ustedes, debo meditar todo. Guardia, llévelos a una habitación — se encaminaron en los caballos al palacio, allí la soberana se fue al dormitorio real para tomar una decisión, en la cama estaba su consorte, igual que los humanos de la Tierra, inconsciente.

A Piccolo e Izbet los escoltaron a sus aposentos por esa noche, mientras la pareja seguía a la escolta, éste miraba con cara de asesino a su "esposa", ella iba como si no hubiera pasada nada del otro mundo, total no veía nada, pero sentía la mano ...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A Piccolo e Izbet los escoltaron a sus aposentos por esa noche, mientras la pareja seguía a la escolta, éste miraba con cara de asesino a su "esposa", ella iba como si no hubiera pasada nada del otro mundo, total no veía nada, pero sentía la mano del hombre que la tenía tomada muy fuerte, al dejarlos solos en el cuarto, el guerrero quedó en la puerta quieto, pensando en cómo asesinarla, o al menos hacerle pagar la afrenta recibida recién.

Izbet sacó su bastón y encontró el baño, entró, se aseo y se puso uno de los vestidos de los que usaban las guerreras que encontró en el lugar, llegó a la cama, se sentía cansada luego de la lucha.

— Grandote ¿Qué lado prefieres? Yo quisiera pared, así no me caeré si me doy vuelta, cariño.

— Pero qué diablos hiciste — por fin logró articular palabras, su tono era tan frío que a cualquiera se le hubiera helado la sangre, pero no a la mujer que estaba con él.

— Habla bajo, no quiero que nos oigan, descubrirán...

— ¿Qué es eso que somos esposos? — la interrumpió — me besaste, maldita sea.

— Si no lo hubiera hecho, no podría convencer a la Sagrada Madre que somos un matrimonio — dijo lo más calmada que pudo — eres el único aliado que tengo, no dejaré que te vayas del planeta — suspiró agotada — vamos a dormir, si te ven fuera de la cama sospecharán — golpeó suavemente a su lado — acuérdate de lo que dijo ese kaio no sé cuánto, debemos detener a Aleta.

— Es Kaio Sama... tienes razón, hay que lograr el apoyo de las fuerzas reales, pero nunca más hagas algo así o juro que te mataré — le advirtió furioso.

— ¿Y por qué tan enojado? Yo fui la que salió perdiendo, no besas bien — se acomodó de cara a la pared.

Piccolo quedó helado por la respuesta que no se esperaba, luego sacudió lentamente la cabeza y muy a su pesar sonrió. Se acostó al lado de ella, mirando al techo.

— Bueno amorcito, hasta mañana, que descanses bien — le lanzó un beso, y se quedó quieta inmediatamente.

— Que facilidad para dormir — dijo en un susurro el namek, luego cerró los ojos para descansar también.

Pero la verdad es que no estaba dormida, sólo estaba pensando, en la madrugada Piccolo sintió unos sollozos que ella trataba de ocultar.

— ¿Qué te pasa, por qué lloras? — al no tener respuesta la tomó del hombro e hizo que se girará, ella se acurrucó en el pecho de él y le tomó la ropa con mucha fuerza.

— No lloró, nunca en mi vida he llorado, ni cuando murió papá, él me dijo que debía ser fuerte, y lo he sido siempre — en ese momento se derrumbó, su cuerpo se estremeció con su llanto, ya no le importaba que la viera así de vulnerable. Al rato logró calmarse, mientras el guerrero todavía la tenía abrazada.

— Lo siento mucho, nunca me había pasado algo así — se excusó avergonzada.

— ¿Tienes miedo? — pero no creía que fuera por allá la respuesta.

— En realidad no a morir, sino a fallarle a Videl, a esa pequeña niña que quedó en la tierra que espera que su madre vuelva con ella, a Gohan, a Satán... a mi amiga a quien le jure cuidar a su hija, por primera vez en muchos años no tengo el control de nada de lo que pasa a mi alrededor, eso me pone muy insegura, si no fuera por lo que me enseñaste, no habría podido ganar la posibilidad de quedarnos.

— No debes angustiarte, también estoy aquí, confía en mí — le dijo para darle ánimos.

— Hace tanto que no confió en nadie — guardó silencio un momento — mi papá enfermó, estaba muy grave, apenas respiraba, un vecino se ofreció a ir a buscar un médico, era invierno, y vivíamos en el campo lejos de la ciudad, hace días que había una tormenta muy fuerte, no teníamos como comunicarnos y pedir una ambulancia, pasaban las horas y nadie llegaba, el hombre que fue volvió diciendo que no había podido llegar a la ciudad, entonces yo salí a buscar ayuda.

— Si tú vas morirás, no tienes idea a donde hay que ir, eres ciega, entiende — le grito el hombre casi congelado, tomándola de los hombros, para hacerla comprender que si salía era a una muerte segura.

Ella lo agarró de la camisa.

— Si usted venía por este lado — apuntó — y su camisa está llena de nieve por delante, quiere decir que si me llega en la espalda ese es el camino — se soltó y salió corriendo — volveré con ayuda papá.

Ángel Ciego 1. El ComienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora