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Aquel que huye del destino, lo precipita.

Ese sábado, el día en que supe que iba a morir, salí con paso lento de aquel lugar tratando de entender las cosas, forzando mi cerebro en encontrar una respuesta coherente, una solución. Una tenue voz resonaba negando lo sucedido; los planes que tenía se encontraban lejos, parecía insignificante ir a casa a comer y pasar el rato con mis hermanos, jugar con la pequeña Annie o charlar con Lily, y si tenía algo de suerte, salir con Ryan. Todo eso se desvaneció. No le encontraba sentido pasar la noche con Collins, no importaba cuantos besos y caricias le podría dar, después de todo sería falso. Me dejé guiar por mis pasos sin saber con exactitud a dónde ir, caminaba sin un rumbo fijo mientras era abrazado por el dolor.

Con cada paso dado me convertía en un extraño, me estaba alejando de todas esas personas que me querían por una cruel broma de la vida. Ahora cada latido es lento, sin ningún ritmo, me estaba aferrando a un futuro que no existiría. Muerte, muerte, muerte era lo que gritaba mi corazón. Cuando necesitaba pensar o relajarme, acudía al parque de la ciudad, por el día era un lugar concurrido, personas que salían a correr, pasear, los niños que andaban en bicicleta; me gustaba disfrutar de su inocencia, de su felicidad. Al caer la noche era un lugar solitario, y no fue la excepción ese día; me dejé caer sobre la hierba, ocultándome detrás de un árbol. Los recuerdos se estaban convirtiendo en un puñado de espinas clavadas produciendo dolorosas heridas. El viento golpeaba mi cara con suavidad, el tiempo transcurría, el cielo pasó a ser estrellado y brillante, sin previo aviso, las lágrimas resbalaron por mis mejillas.

—¿Por qué? —pregunté a la ausencia —¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ, MALDITA SEA?! —grité furioso observando el cielo.

No obtendría un respuesta, fue tonto pensar que alguien me daría la solución; seguí llorando, desahogándome de todo lo que sentía. Dejé escapar esa agua salada que salía de mis ojos, aprovechando que sería la última oportunidad de hacerlo. Deseaba ser el héroe de la historia, quizás lo era a los ojos de sus hermanos, pero esta vez no. Las guerras las ganan, aquellos que luchan y vencen. Edificios destruidos, ruinas, escombros, heridos, los típicos daños colaterales de las batallas, pero lo peor es cuando eso se convierte en muerte. No ganaría una guerra en contra de lo que le pasaba, no quería luchar sabiendo todo el daño colateral que quedaría después, el dolor a todos lo que rodeaban su vida. Ryan, Lily, Annie, Joanne, Mark y Collins. Uno a uno desfilaba en mi mente, ellos tenían un futuro y yo... sólo veía oscuridad. Ya no había sueños que vivir, ni metas que alcanzar, las ilusiones eran fragmentos de promesas que rompería para ser guardados en un baúl que irá olvidándose.

Me levanté mientras con el dorso de la mano me limpiaba las gotas de lágrimas, dispuesto a caminar sin tener un rumbo fijo. Sentí como mi celular vibraba en el bolsillo de mis pantalones; no tenía la menor intención de responderle a nadie. La noche era clara, aunque para mí era demasiado oscura, sentía que las estrellas y la luna ya no brillaban, se están apagando como yo, pensé con cierto pesar. Llegué a la esquina principal, vislumbré a lo lejos una enorme iglesia con las luces encendidas, y sin pensarlo demasiado me dirigí ahí. La prueba que me estaba poniendo Dios. Me acerqué a las enormes puertas pensando que quizás estarían cerradas, pero estaba equivocado; empujé una de ellas, entré al recinto mirando a su alrededor, cada pequeña decoración y cada santo. En su mente llegó la imágen de una fotografía donde se encontraban sus padres, entrelazados sus manos, sonriéndose feliz y enamorados. Mis ojos recorrieron por completo la iglesia, ahí mismo se casaron mis padres, también era donde sus hermanos y él recibieron el sacramento del bautismo. Irónicamente, ahora acudía cuando tenía la vida balanceándose de un hilo, donde los minutos y los latidos de su corazón estaban contados.

—¿Es tu castigo? —pregunté en susurro observando al gran cristo —¿He cometido demasiados pecados? —Era una equivocación pensar que alguien le respondería.

La muerte susurradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora