Epílogo

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Tenía días difíciles y no podía dejar de sentirme diferente, aunque sabía que la verdadera fecha estaba a unos meses. Me hubiera gustado olvidar, dejar de llorar pero a veces me era imposible. Era una tarde fresca siendo mitad del verano, el leve aire que soplaba en esos momentos me permitía esconder aquellas lágrimas que resbalaban en ms mejillas. Quería seguir disfrutando de los cálidos rayos que dejaba el sol, al menos por un rato más, sumiéndome en mis recuerdos, en aquellos que me aferraba y me permitía de alguna manera superar todo.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó una voz a mis espaldas.

—Hola Mark —saludé dándole un beso en la mejilla —Bien, lo llevo bien..

—Estuviste llorando — respondió limpiándome una lágrima con su pulgar.

—Me pongo algo nostálgica.

—Deberías estar descansando.

—Estoy bien, además vienes todos los días.

—¿Crees que te dejaría sola? —puso una mano en mi abultado vientre. Sonreír al sentirlo, me hubiera gustado tener a Charlie a mi lado, afrontar a mis padres, a su familia pero aquella noticia vino a regresar un poco de luz. Desde de su muerte, nadie me dejó sola, Mark acudía cada tarde después de la escuela, Joanne también pasaba en sus ratos libres, mi madre y la de Charlie venían por las mañanas, sin mencionar que recibía demasiadas llamadas de los que fueron mis cuñados.

—En verdad, estoy bien. No tienes por qué desperdiciar tu fin de semana.

—No lo desperdicio.

—Has dejado de ser aquel chico fiestero.

—Fue mi mejor amigo —respondió clavando su vista en el horizonte —sin él... además tengo novia.

—Por fin has madurado.

—Es lo que quería, supongo. —acaricié su mejilla. —Lo extraño demasiado —Mark siempre trataba de no llorar, sin embargo, una lágrima resbaló por su mejilla. Lo abracé para consolarlo, aquel día en particular se cumplían seis meses de la muerte de Charlie.

—Entremos, comienza a hacer algo de frío.

Preparé café y té; a pesar de las circunstancias, no pude evitar quedarme en el departamento de Charlie, así lo podía sentir cerca, algunas de sus cosas se las quedaron sus hermanos, otras decidieron venderlas o regalarlas. Cuando le di un sorbo a mi taza, entró Joanne, como todo el mundo quería cuidarme y eran personas de total confianza decidí darles una llave, lo aceptaron, al menos lo que durara el embarazo por si se me ofrecía algo, después me las regresarían.

—Hola Collins —me saludó alegremente —Hola Mark.

—Hola Jo.

—¿Qué hay en el paquete? —preguntó curioso, yo también quería saber.

—Un regalo para el bebé —dijo abriendo la caja y mostrando diversas cosas. Ropa, cobijas y algunos juguetes.

—No debiste. —Las horas fueron transcurriendo entre charlas, risas y algún recuerdo nostálgico que terminaron en lágrimas.

—Creo que mejor nos vamos, ya es tarde...

—Si, es verdad —respondió Mark viendo su reloj.

—O pueden quedarse, saben que son bienvenidos.

—No te preocupes, vendremos mañana. —tomaron sus abrigos y se fueron, quedándome sola de nuevo.

Me fui a acostar pero no pude dormir, tenía malestar. El bebé se movía demasiado aquella noche, era normal porque me faltaba un mes para que naciera, se me ocurrió acariciar mi vientre mientras le hablaba, bastó para que, pudiera descansar un poco. La mañana de aquel sábado estaba radiante, me sentía cansada pero era normal, me levanté y decidí preparar el desayuno.

La muerte susurradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora