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Salí del hospital, mi mano se encontraba entrelazada con la de Collins, y Annie sostenía la otra con dulzura. Quería regresar a mi departamento, pero la insistencia de mis padres, cedí para ir a casa, me instalé en mi antigua habitación por un par de días más. Mi pequeña hermanita nunca me dejaba solo, entraba y se recargaba en mi regazo con la intención de mimarlo, aunque siempre yo terminaba por leerle cuentos; por otro lado, Lily pasaba horas charlando conmigo, era su mejor amigo. El único que no me visitó fue Ryan, lo que provocó la molestia de mi madre, que cada vez perdía más los estribos con él.

21 de Noviembre.

Creo que después de todo, estar enfermo tiene sus ventajas. Extrañaba demasiado a mis hermanas, me encanta contarle cuentos a Annie, y Lily... charlar con ella es lo mejor, apenas va superando todo lo que le ocurrió. Sigo sorprendido por la reacción de Mark, le agradezco el gesto, según él, podría ser mujeriego pero jamás lastimaba a las chicas. Podría ser que tiene algo de madurez, lo que me sigue preocupando es mi hermano Ryan.

Los días pasaron, regresé a mi rutina normal y aunque me encantaba estar en casa rodeado de mi familia, prefería la tranquilidad de mi departamento, y poder estar a solas con Collins. Regresé a la universidad, no deje de visitar a Joanne, todavía seguía dolida por la partida de su padre, así era ahora su vida. Estábamos a finales del mes, se acercaba diciembre y las fiestas navideñas; el medicamento no evitaba que me sintiera mal, los dolores de cabeza se intensificaban demasiado. Decidí buscar los libros que me recomendaron, tenía que admitir que desde la vez que recibí la noticia de la enfermedad, no tenía idea de lo que pasaba, aunque bueno él consideraba mejor vivir en la ignorancia. Encendí la computadora, escribí en el navegador las palabras adecuadas; diversos sitios al respecto sobre el tema, términos médicos que no lograba entender, pero un texto llamó mi atención. Comencé a leer con demasiado interés, mi rostro se contrajo en una mueca, desconcertado apagué la computadora.

30 de Noviembre.

No tengo la menor idea de por qué le hice caso a Gilligan, la mayoría de los libros son de superación emocional, cómo lidiar con la depresión; sus estúpidas sugerencias me causaron un interés por averiguar con exactitud que me pasa. Terminé navegando en la red y ahora mi mundo se destruye. ¡Maldición! Dejaré de ser yo mismo en algún maldito punto de mi estúpida existencia.

Sentí odio hacia el mundo, odiaba a Dios, odiaba al amor, odiaba a la vida, me odiaba a mi mismo. Quería escapar, irme lejos, no poder sentir nada. Una lágrima cayó sobre la hoja de mi diario, un vacío que podía sentirlo. Necesitaba una explicación coherente, al menos esta vez no podía fingir que las cosas podían mejorar; tomé mi chaqueta y salí rumbo al hospital.

—Quisiera hablar con el doctor Gilligan.

—¿Tiene cita?

—No, pero...

—¿Charlie?.. ¿Qué haces aquí? —me vió, traía unos papeles.

—Quería hablar con usted.

—Vayamos a mi oficina —le dió una mirada tranquilizadora a la recepcionista —Dime, ¿te encuentras bien? —preguntó una vez que estábamos en privado.

—Dígame la verdad.

—Claro.

—¿Qué pasará si no tomo mis medicamentos?

—Acortarás más tu vida.

—No me refiero a eso.

—Tu cáncer está por todo tu cuerpo, acabas de sufrir una descompensación. Tu cuerpo se debilita.

—¿Y mi cabeza?

—Quitamos la presión, pero el tumor sigue ahí

—¿Qué me pasará?

La muerte susurradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora