De repente se encendieron las luces del pub. Ya era la hora del cierre.
—¡No me lo puedo creer!
La verdad que Carlo no daba crédito. Habían pasado unas cuatro horas desde que llegaron al pub. Estaba absorto por el beso de Sofía y por Sofía. Ese último beso había sido mucho mejor aún si cabe que el primero. Además le encantaba Sofía aún más que al principio. Esa española le despertaba ilusiones pasadas y sentimientos que creía que nunca volverían. Además, se lo había pasado genial esa noche.
Los echaron del local. Sofía refunfuñaba al camarero y le pedía una última copa. No pudo ser. Ya en la calle se hallaron cara a cara. Sofía podía ver mejor el rostro de Carlo, tenía los ojos un poco rojos al igual que sus mejillas, pero en esos ojos se apreciaba un destello de pasión. Esta vez no hubo ese silencio incómodo, no, no cabía la vergüenza, el alcohol no dejaba lugar. Carlo la rodeó con su brazo y se marcharon de la zona de pubs. Caminaron enganchados por la cintura. Estaba a punto de amanecer, las calles estaban mojadas por los servicios de limpieza de Madrid. A esas horas ya solo quedaban los barrenderos y la gente que había trasnochado. No sabían a donde se dirigían exactamente, pero ambos iban buscando un sitio más tranquilo e íntimo.
—¿Adónde me llevas? —preguntó Carlo después de quince minutos andando.
Él ya estaba cansado de andar, le costaba después de todos los chupitos que llevaba encima y notaba que se tambaleaba.
—Si te digo la verdad no lo sé. Pensaba que eras tú el que me llevaba a mí.
Rieron a carcajadas, tuvieron que parar de andar para poder reírse. No podían parar. Lo hacían uno en frente del otro. El "diablo rojo" le había dejado algo tocados y felices. Carlo se acercó a Sofía, ella aún reía. Le aparto con una mano el pelo que cubría levemente su mejilla. Sofía paró de reír. Con el otro brazo Carlo la cogió por la cintura y la atrajo hacía él. La besó. Un beso primero tranquilo. Luego cada vez más húmedo. No paraban de besarse y con cada beso acababan más entrelazados. Estuvieron así veinte minutos de reloj. Al separarse un poco, a Sofía no le quedó otra que suspirar y respirar a la vez. Carlo seguía sujetándola con ambos brazos por la cintura y la miraba fijamente a los ojos, callado. En su boca se dibujaba una sonrisa relajada, atontada, la sonrisa que se te queda después de cumplir un deseo tan deseado.
—Guau... —suspiro Carlo— qué bien besas.
Al terminar de decirlo Carlo notó dentro de la boca de su estómago como si se descorchara una botella de sidra. Fue ágil y soltó a tiempo a Sofía, lo justo como para no vomitarla encima. Enseguida fue ella a ayudarle, sacó unas toallitas húmedas de su bolso y se las ofreció.
—Perdóname, qué vergonzoso...me ha debido de sentar mal el helado...
Sofía rió.
—Sí...será eso. No te preocupes. Venga, te llevo a tu piso.
Cogió a Carlo de la cintura y lo llevo hasta donde vivía. Por el camino aún se tambaleaba. Sofía se sintió algo culpable, ella le había hecho beber esos chupitos.
—Perdóname Carlo. Me he pasado con tanto chupito.
—No tengo nada que perdonarte. Me bebería mil chupitos de "diablo rojo" si después de ellos están tus labios —sonrió mirando a Sofía.
Ella no supo que contestar, solo le correspondió con una leve sonrisa.
Llegaron al portal donde Carlo residía en Madrid.
—Es aquí. Muchas gracias por todo Sofía, de verdad. Sei la ragazza più bella del mondo.
Sofía apenas sabía italiano, pero eso lo había entendido.
—Gracias a ti Carlo. Toma llámame anda —sacó un rotulador y escribió en el brazo de Carlo su número de teléfono.
—Lo haré —y la besó suavemente en la punta de la nariz.
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Tequilas de amor
RomanceSofía es una veinteañera alojada en Madrid. Sirve cafés en una cafetería del centro. En su tiempo libre sale de fiesta con sus compañeras de piso hasta acabar con todos los chupitos. Carlo es un joven italiano que acude a Madrid durante el verano a...