El Tambor Parcheado

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En el Disco, Ankh-Morpork es famosa por ser la cloaca más grande y famosa construida por el hombre. Una cloaca compuesta por dos ciudades separadas por el rio Ankh. Una cloaca en la que cualquier visitante inexperto pensaría que el caos sería el amo y señor de sus edificios, dónde cada callejón puede ser un lugar de sólo entrada, dónde el miedo fluyese por la calle como el cieno por la cuenca del río. Podría pensarlo, pero estaría equivocado. La ciudad doble de Ankh-Morpork era un lugar regido por el Patricio y como todo lo que hace el Patricio de Ankh-Morpork, era ordenada y segura. Según su criterio. La filosofía que hacía funcionar la ciudad era sencilla: si no está roto, no se necesita arreglar.

Por ejemplo, el sistema de desagües de la ciudad era el mismo que se construyó muchos siglos atrás. Era viejo, arcaico, oxidado y albergaba a más especies de animales que el zoo de la ciudad, pero como hacía su trabajo tal y cómo se espera que lo deba hacer, no era necesario dedicarle ni un sólo penique a su mantenimiento.

Por otro lado, cansado del intrusismo y la riñas entre los diferentes trabajadores de la ciudad, uno de los antecesores del actual Patricio decidió implantar un pequeño sistema de gremios. Todos aquellos profesionales que quisieran ser reconocidos como tales deberían pertenecer a uno y cumplir sus normas, o de lo contrario, el gremio, amparado en la ley, podría ejercer su oficio en las costillas del rebelde. Fue un sistema tan bien recibido que incluso los criminales decidieron unirse a él, formando el gremio de Asesinos, de Ladrones o de Espías. Esto permitió situaciones tales como que una persona podría ser atracada en un callejón estándar y acto seguido recibir un recibo mediante el cual, una vez se recuperase de la profesional paliza recibida y abonar un pequeño pago sin importancia, recibiría todas sus pertenencias y una disculpa. Y como funcionaba, no era necesario cambiarlo.

Para el Señor Rizo este sistema había convertido la ciudad en un lugar despreciable que debería ser derruido, quemado, enterrado y marcado con una señal que dijese "Residuos Tóxicos". Un lugar donde quebrantar la ley era parte de la ley suponía quitar lo poco que compensaba al crimen.

—Cuando me marché de Überwald los guardias de la ciudad me despidieron haciendo una fiesta. Y llego aquí y sabes qué me dicen.

—No, señor Rizo.

—Se dice "no, Señor Rizo", muchacho. La mayúscula marca la diferencia. No lo olvides.

—No —tomó aire como si de una pausa dramática se tratase—, Señor Rizo.

—Bien. ¿Por dónde iba?

—¿Qué le dijeron cuando llegó a la ciudad?

—Ah sí —dijo justo antes de aclararse la garganta—. "Si quieres ejercer como ladrón en esta ciudad debes seguir las normas". ¿Normas, en serio? Las normas son lo separa a un criminal de un abogado.

El Señor Rizo no esperó a oír replica alguna de Apestoso Jones y subió las escalerillas de las alcantarillas para salir a la superficie.

Si en ese momento, cualquiera hubiese sido lo suficientemente curioso como para detenerse a echar un vistazo al callejón que se encuentra tras la famosa Taberna El Tambor Parcheado vería como una boca de alcantarillado se movía sospechosamente. Si además de curioso, careciese de aprecio por su vida y se hubiese asomado por el agujero, habría sido abofeteado por un hedor indescriptible mientras era testigo de cómo emergían dos siluetas pequeñas, mugrientas y vestidas con lo que habría defecado un jabalí si su dieta consistiera en la ropa sucia de un limpiador de depuradoras. Si para colmo fuese tan estúpido como para esperar a que saliesen se habría viso las caras con dos rostros verdes y putrefactos, con tantas arrugas y cicatrices como un mapa geográfico, con unos ojillos brillantes y dorados acompañados de una boca adornada con unos dientes que habrían sido la envidia de cualquier tiburón. Que tuviesen una nariz bochornosamente grande era un detalle menor.

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