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C a p í t u l o  O3
resubido



Yūichirō, con pereza acumulada desde hacía días atrás, terminó de abotonar el uniforme estándar del ejército sobre su cuerpo. Sus enguantadas manos resbalaron por la prenda, quedando caídas a sus costados producto de sus brazos extendidos de forma natural.

Sin más preámbulo, abrochó el cinturón que mantenía la funda de su espada en su cadera y salió de la habitación.

Caminar a través de los pasillos de la Compañía Demonio de la Luna generalmente era simple. Todos tenían un lugar al que ir y un sitio al cual pertenecían, exceptuando a quienes se encargaban de las misiones que requerían abandonar la seguridad de los muros. Eso si es que las constantes luchas por el poder y la tiranía del alto mando se podían calificar como seguridad.

La administración de todo el edificio, al menos a día de hoy, estaba bajo el completo mandato de Guren Ichinose, el Teniente Coronel y Capitán de toda la Compañía. Se podría usar el término «Su palabra es ley» pero Yūichirō no le subiría el ego más de lo necesario a su superior, o padre sustituto, como él mismo se apodaba.

— Yuu-san, hacer esperar a unas damas es algo de mal gusto —dijo Shinoa junto a Mitsuba, con un falso puchero cuando le vio llegar. 

— Solo veo mujeres mitad demonio —interpuso Kimizuki—. ¿Dónde están las damas? —murmuró mirando a su alrededor, buscando con la mirada.

— ¡¿A quien le dices mitad demonio, pedazo de idiota?! —sin molestarse en reprimir su ira, Mitsuba lanzó un golpe al brazo del más alto. El estrépito provocado por dicha acción provocó que todo ser de carbono a su alrededor volteara a verlos como si fueran el espectáculo principal de algún circo barato.

Yoichi, aparentemente, fue el único capaz de notar esto, se preguntó si ser el más calmado de ese grupo era realmente algo que debía considerar bueno. Aunque a veces definitivamente era casi una bendición.

— Mitsu, respira —Shinoa pasó su brazo con una sonrisa sobre los hombros de la Sangū, quién se vio obligada a encorvarse ante el repentino abrazo—. Pongámonos en marcha, Kureto-nii-san se enfadará si nos tardamos.

— Ajá —avanzó Yūichirō cruzando sus brazos detrás de la cabeza—. ¿Desde cuándo te importa que te regañen?

— Desde que la persona que lo hará no es Guren.

— ¿Qué tan aterrador es el Teniente General? —formuló Shihō sobando su dolido brazo mientras se repetía a sí mismo en silencio jamás volver a mencionar algo sobre demonios a Mitsuba.

— No creo que quieras saberlo —Shinoa liberó a Mitsuba—. Andando.

Todos emprendieron camino hacia el subterráneo abandonado, el cual por obra divina seguía en funcionamiento. Yūichirō en especial, no era alguien que se interesase por detalles como aquel, no en ese momento, pero mentiría si dijese que no le causaba curiosidad cómo el ejército lograba mantenerlo en funcionamiento.

La estación subterránea era un desastre; apenas se sostenía a un derrumbe. Aún se podían vislumbrar los restos de carteles en las paredes de alguna pasta dental antigua o los mapas del recorrido del transporte. 

Todos supieron que el tren se acercaba cuando hubo un chirrido en las vías. Se acercaron al borde, importándoles poco la antigua norma «detrás de la línea amarilla».

El pasar de los vagones trajo consigo una ráfaga de viento que azotó en sus rostros, a algunos les hizo perder el equilibrio por estar tan próximos. Especialmente al Saotome.

𝐏𝐑𝐎𝐏𝐄𝐑𝐓𝐘   ▮₊̇ °   MIKAYUUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora