Se encontraba sentado en la fría y vacía mesa de la cafetería. El humo que despedía la taza era visible debido al frío que le calaba los huesos. Resopló con frustración mientras dirigía de nuevo la vista al gran ventanal del local, a él no le gustaba el café negro sin azúcar.
Probó un sorbo, sintió el amargo sabor de la semilla tostada y le entraron náuseas. No, no le gustaba en absoluto. Apartó la taza humeante y bebió de la botella con agua que tenía al pie.
Escuchó la campanilla que estaba sobre la puerta de la entrada y curioso dirigió la negra mirada al nuevo cliente. Sus mejillas se violentaron y pronto cambio el rumbo de su mirada, sus hombros se encogieron y un nudo se instaló en su garganta.
Escuchó una ronca voz pedir un café negro sin azúcar y una botella de agua pura.
— Buenas tardes —dijo la misma persona que había hecho el pedido, pasando a su lado—. Con permiso.
— Buenas tardes —respondió— pase.
El chico se detuvo y por una milésima de segundo se volvió hacia dónde él estaba. Tan pronto como las miradas chocaron, cómo el rayo que impetuoso cae sobre la tierra, así los chicos voltearon al lado contrario de dónde en un principio estaban sus miradas.
Parecían unas colegialas enamoradas que querían llamar la atención de su amor platónico. Siempre habían sido así.
— Su orden está lista —espeto efusiva la camarera—. ¿Acompañará a Luffy en la mesa?
— No Vivi —antes de que el otro pudiera contestar el chico habló— ya me tengo que ir.
— Lo lamento, no quise incomodarte —se dirigió al menor.
— No tienes porque preocuparte —se le formó un nudo en la garganta y las lágrimas amenazaron con desbordarse ahí— el chico creo que se sentará en la mesa contigua.
Sacó su billetera de su bolsa trasera y le dio a Vivi un billete, la chica lo miro sorprendida, pues era mucho más de lo que debía pagar, le resto importancia con un gesto de su mano y ella entendió que lo tomará de propina.
— Vivi —escuchó que el otro le habló.
— ¿Sí, Law?
— Por favor, cancela mi orden. Toma —le entregó otro billete. La chica arqueó una ceja—. Quédate con el cambio, luego vendré a visitarte.
— ¿Qué pasó con ustedes?
— ¿Ustedes? ¿De qué hablas? —movió su brazo liberando su muñeca de la camisa manga larga y observó el segundero del reloj de pulsera que usaba—. Es tarde, nos veremos luego.
El ojigris salió a paso presuroso, saliendo por la misma puerta en la que había entrado. Se paró justo a la orilla de la banqueta, escuchó una respiración errática, y cómo médico que era presto atención para saber su ubicación.
Se dirigió a un callejón que estaba cerca. Las palabras murieron en su garganta, sus orbes se tornaron cristalinos y apretó sus puños.
— ¿Estás —titubeó— bien?
Contempló como el muchacho que había abandonado antes la cafetería, estaba en cuclillas, con las manos tapando sus ojos y sollozando.
El interlocutor alzo la mirada acuosa, por unos instantes se le cruzo la idea de lanzarse a los brazos del extraño y contarle todo lo que su alma herida cargaba. Decirle todo lo que su lacerado corazón resguardaba, pero se abstuvo de hacer cualquier movimiento inoportuno.
El ojigris le tendió la mano, para ayudarlo a levantarse, pero él prefirió no aceptarla, se sostuvo en una de sus rodillas y pronto se irguió. Con la palma de sus manos, se enjugo las lastimeras lágrimas y le regaló una sonrisa. Se dijo a si mismo que debía actuar cómo lo hacía con cualquiera.
— Gracias —respondió aún con la voz turbia— estoy bien. No debes de que preocuparte.
El muchacho alto que observaba con nostalgia aquella sonrisa, se desquebrajo en miles y miles de pedazos. ¿Estaba bien querer cargar al pequeño entre sus brazos y susurrarle todo lo que le precisaba en ese momento? Se cuestionaba cómo reaccionaría su acompañante si en ese momento lo tomaba de la mano y comenzaba a correr cuesta arriba, para llegar a dónde fuera que sus pies y pulmones les permitieran llegar.
Necesitaban encontrar las respuestas a todo lo que había pasado. Ambos se conocían como la palma de sus manos, pero parecían dos desconocidos. Eran dos jodidos extraños que se conocían tan bien.
— Mi nombre es Trafalgar Law —dijo el mayor retirando su mano que había sido rechazada—. Es un gusto conocerte.
— Luffy. Monkey D. Luffy —contestó.
Tomó su sombrero de paja que estaba en el suelo y se despidió con un gesto de su mano.
La distancia pronto comenzó a carcomerles el alma, sus miradas perdieron la vana fuerza que habían recaudado para poder sobrellevar ese momento en que intercambiaron monótonas frases. Sus ojos se oscurecieron y pronto las lágrimas dibujaron caudales de tristeza por las mejillas de ambos.
Caminaron en direcciones contrarias, dolían como espinas tener que fingir que no se conocían, ardía como las llamas de la hoguera, el aparentar ser dos extraños. Era tan amargo el engañar a sus manos, renegando que nunca habían tocado la piel contraria, a los ojos diciéndoles que eran la primera vez que veían a ese ser. A engañar a los labios, que reclamaban el tacto dulce y voraz de los contrarios.
Sus disfraces de extraños eran cómo mil puñales en todo el cuerpo, puesto que se conocían perfectamente.
Continuará...
¿Les ha gustado?
Ya tengo más tiempo, así que habrá más actualizaciones.
Esta historia, está basada en mi vida personal,
a la única persona que quise, nos alejamos, hasta el punto de
convertirnos en extraños.
Aunque aquí será diferente... o eso creo.
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Extraños conocidos. [LawLu]
FanfictionNos miramos, pero fingimos no haberlo hecho. Ni tú me perdiste ni yo te busqué. Al final nos convertimos en dos jodidos extraños que nos conocemos demasiado bien.