Capítulo tres: Llanto del cielo.

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El torrencial de agua que caía desde lo más alto del cielo estaba empapándoles hasta el alma. Los dos chicos parecían tener una especie de radar que los hacía encontrarse una y otra vez.

El primero en reaccionar fue el chico más alto, en comparación, dejando caer la bolsa del supermercado. Las manzanas que venían dentro comenzaron a rodar en todas las direcciones aleatorias, como el río que corre cuesta abajo.

Su contrario, se quedo inmóvil, petrificado, como si estuviera viendo un muerto. Apretó su puño en señal de frustración. ¿Porqué cojones debía de verlo cada vez que salía? ¡Estaba harto!

Esforzándose a cumplir con su promesa, esbozo una falsa y grande sonrisa, mientras se acuclillaba a recoger la fruta de la persona delante de él.

— Toma —se las entrego— espero no les haya pasado nada.

Sin poder despegar la vista de la negrura espesa de sus pupilas, cogió lo que el chico le tendía.

— Gracias —espeto.

Dio media vuelta y se despidió con un gesto de su mano. Ellos eran dos desconocidos, y aunque él amará las aventuras, conocer más gente y lo que ello conllevará, esta vez había reprimido sus instintos de comenzar una breve charla.

Y eso lo asusto. Ese no era él. Tan impactante como el trueno que llega impuesto en una tarde soleada mientras las nubes grises comienzan a ennegrecer el cielo claro, así fue que le llego un temblor al cuerpo.

De pronto, entre los recuerdos de su vida, pasó frente a sus ojos el suceso ocurrido en la estación del tren. Seguro había preocupado a su amiga. Ese no era su comportamiento normal, pero en esa ocasión los nervios se le atiborraron hasta la coronilla.

Dio el primer paso con inseguridad impropia en él, como esperando que el chico a su espalda le retuviera un poco más ahí. Pero no, eso no sucedió, el segundo paso fue dado con un poco menos de ese sentimiento caprichoso.

Y entonces la lluvia comenzó a tornarse más furiosa, más estremecedora. Desde el cielo se escuchaba los truenos resonando a lo largo de la tierra. Los relámpagos se apreciaban impetuosos, majestuosos. La fina y asimétrica luz que invadía el negro cielo, adornaba con tristeza contenida el encapotado firmamento.

Al tercer paso que dio, su convicción flaqueo y comenzó a correr, dejando que la helada agua escurriera y empapará sus vestiduras. En su cara se sintieron unas gotas un poco más cálidas. Paso con rudeza la palma de su mano mientras gritaba internamente que quería dejar de llorar.

Todo se había ido al caño en cuanto se fue a vivir a esa ciudad.

Por otro lado, el chico de orejas pronunciadas no podía despegarse de ese lugar. Trataba con fervor dejar de pensar y recordar a la persona que hacía unos minutos atrás le había ayudado. Joder, él no lo conocía.

La tempestad le hizo espabilar mientras comenzaba a temblar por la baja temperatura del agua que le cubría por completo su vestimenta.

Su mirada flaqueo y se descompuso. Así no era el indomable y fuerte Trafalgar Law, pero desde ese día que vio un chico de apariencia infantil con sombrero de paja, todo se derrumbo, todo se volvió ambiguo, pues desde un punto, se podría decir que era feliz de volver a verlo, pero por otro, era tan jodido pensarlo. ¡Ellos ya no eran lo que antes!

Porque sí, ellos tenían una historia que contar, ellos se conocían a la perfección, pero ahora. Ahora eran dos estúpidos que se trataban como extraños, dos extraños que se conocían perfectamente bien.

La ronca voz del muchacho de piel tatuada murió cuando volvió sus orbes a la persona delante de él, y admiro con frustración como comenzó a correr. Trató de mover sus pies, pero parecían que tenía lastre la suela de su calzado, pues simplemente permanecía inmóvil ahí, como un estúpido.

Extraños conocidos. [LawLu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora