Capítulo cinco: Infortunio.

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La mano le temblaba y las lágrimas escurrían por sus pómulos, al fin, después de tanto tiempo, su llamada había sido recibida, volvió a colocar la pregunta en el aíre pero sólo escuchó un suspiro lastimero, nada más, a pesar de la fugaz felicidad que residía en los recovecos de su adulterado subconsciente.

— ¡Responde! —Gritó con efusividad amarga, esperanza casi marchita por el áspero silencio—. Por favor, dime que eres tú —rugió con la voz cortada y los orbes inundados— Mugiwara-ya.

Sí, soy yo —respondió con sequedad desde el otro lado de la línea— Law.

El chico había dicho su nombre con voz neutral, no había ni una brecha donde se pudiera descifrar como era que se sentía en ese instante, el nombrado retrocedió unos pasos como si estuviera algún fantasma cerca de él, dejo escurrir el móvil por su mejilla, haciendo que se impactará contra el suelo, llenándolo de cuarteaduras por toda la pantalla táctil, sus manos temblaban, sus labios no podían pronunciar palabra alguna, no podía hacer nada, simplemente dejo de responder a lo que su cerebro le dictaba, quería ir y tomar el teléfono celular para volver a escuchar a ese niño pero con su voz de siempre. Escuchó vagamente que desde el cachorro gritaban su voz sin algún ápice de sentimiento, era una voz indiferente, ecuánime sin ningún afecto que demostrar.

Se tumbó de rodillas y golpeó el suelo con sus nudillos, haciéndose daño, lo había perdido, en serio, ahora sí era un completo extraño. ¿Por qué? Fue la pregunta que rondó en sus cavilaciones, él siempre lo cuido a la distancia, las miles de cartas, los miles de mensajes, los presentes. ¿Qué había pasado con ellos? Tomó el celular entre las temblorosas y lastimadas manos, aún no colgaban, aún estaba ahí, esa era su última oportunidad, no dejaría que se le escapara de sus manos.

No.

Lo tenía ahí, trato de calmar la agitación de sus manos, sí tan sólo pudiera conseguir verle de nuevo como antes, aunque fuera una sola vez, una condenada ocasión, él sería realmente feliz.

— Mugiwara-ya, ¿podemos vernos? —Lanzó la cuestión sin tantear el terreno, siendo directo como lo era siempre.

En la cafetería de esa ocasión —contestó después de unos segundos—. A las cuatro de la tarde, hoy. Te estaré esperado... Torao.

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Le había nombrado con el cariñoso apodo de nuevo, de sus labios emergió el decirle de nuevo ese mote que tanto le había costado superar. O más bien, sólo trato, porque siempre, siempre le dolía un poco en el fondo del alma.

No sabía porque había recibido la llamada, tanto tiempo evadiéndolo, tanto tiempo ignorándolo; para que su convicción flaqueara después de la visita de su amiga pelinaranja. No entendía bien sus razones pero su instinto le dijo que contestará esa llamada, su naturaleza rebelde le insto a que contestará, le susurro con el aliento gélido que sí respondía encontraría muchas respuestas. Después de haber sucumbido ante ella, quiso remendarlo hablando con la voz neutral aunque sus facciones le delataban su sentir, al menos estaba solo, nadie lo veía tan roto, tan descocido, tan extraño.

Escuchó la voz imperativa de ese hombre, apremiándolo a que confirmará que era él y no había sido otro sueño más, porque no hacía falta que se lo dijera, le conocía tan bien, que sin que lo comunicará, él lo sabía, el tenía el conocimiento que durante ese lapso, había soñado con él, así como él soñaba con Torao.

Terminó en una reunión en aquel café, no estaba seguro que obtendría con estar ahí, que podría conseguir con mirarlo una vez más. No quería verlo a la cara, sabía que iba a sucumbir a esos ojos grises, lo tenía en mente, y aún así no pudo apartar el deseo de asistir al lugar. Deslizó su dedo por la pantalla para finalizar la llamada y terminar de tumbarse en el suelo.

Cubrió sus ojos con su antebrazo y volvió a llorar, odiaba esa sensación con el alma, en serio, detestaba sentir sus orbes calientes e hinchados por el tiempo que sollozaba preso de su pasado, preso de sus sentimientos, preso de Torao.

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Pidió una crepa de crema de avellanas y plátano junto a una malteada de fresa. Él odiaba las cosas dulces, le repugnaba, pero desde un tiempo atrás se había acostumbrado a comer algo dulce por él. Sí, a Luffy le encantaban las crepas y las malteadas. Hasta en eso seguían conociéndose y honrando la ausencia a la distancia. Volvió a chequear su reloj de pulsera, ya estaba retrasado veinte minutos, recordaba que era un distraído pero nunca faltaba a sus compromisos.

— ¡Law! ¡Law! —La chica que anteriormente los había atendido venía corriendo con demasiada prisa y con los ojos como si fueran unos mares—. ¡Por favor, ayúdale! Luffy... El tren... las llamas y esos niños.

El chico no podía recibir bien la información, se levantó y zarandeó con un poco de brusquedad a la muchacha de cabellos azules, le miró con insistencia a los acuosos orbes y le pidió mudamente una explicación.

— Luffy —dijo con la voz turbia— ha quedado envuelto —para desgracia suya su móvil comenzó a sonar con la melodía que había predispuesto para su trabajo, le pidió a Vivi que callará un momento y atendió la llamada.

— ¿Aló? —Contestó mientras se alejaba a una esquina del local—. ¿Qué estás diciendo? No, eso no puedo ser cierto, ahora mismo salgo para allá.

Colocó unos billetes debajo del plato dónde tenía servido su postre, miró por una milésima de segundo a Vivi y se fue a paso presuroso por el pasillo del local, agradecía a su subconsciente por haber elegido irse en motocicleta, la montó, colocó su casco y comenzó a circular por las avenidas hasta llegar al hospital en dónde estaba trabajando.

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— ¡Buenas tardes! —Estaba bañado en sudor y traía un casco debajo de su brazo—. ¿Dónde está el chico?

La recepcionista no entendía lo que el médico le decía, negó con la cabeza y volvió su mirada al ordenador que tenía frente a ella, el chico estampó sus manos con cólera, abrió sus labios a punto de gritar una sarta de sandeces cuando sintió que alguien le tocaba el hombro con algo de fuerza. Se volvió a quién se había osado de interrumpirlo pero frenó en cuanto se topó con esos ojos de color gris.

— El chico está por ser intervenido, tendrá unos cinco minutos de haber llegado —le informó la chica.

— ¿Puedo asistir en la cirugía? —Preguntó temeroso—. ¿Y podrías ponerme al tanto de lo que está pasando?

— Sí —tomó su mano con firmeza para poder tranquilizarlo y lo guió a los casilleros para que pudiera cambiarse de ropa—. Claro que sí, hermano. 

Continuará...



Extraños conocidos. [LawLu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora