El sonido de la radio inundaba la cocina mientras su padre preparaba la cena. Eran cerca de las nueve de la noche y el emisor, que terminaba un turno de casi tres horas seguidas, estaba informando sobre las últimas noticias del día. Había sido una jornada movidita, algo debido quizás, en parte, a la disminución de las temperaturas, que sacaba a la gente de su letargo y estimulaba la delincuencia en la ciudad, más alta de por sí en verano. En cualquier caso, no había sido un día fácil, y el locutor intentaba no mostrar en su voz, clara y profesional, el cansancio que sentía en realidad.
Rodrigo lo notaba: era como una especie de instinto para él. Habían sido muchas las veces en las que había descubierto lo oculto bajo las fachadas ajenas. Desde muy pequeño había pasado largas horas escuchando a los demás, con una atención insólita en un niño de su edad que siempre había sorprendido a las visitas y le había granjeado sonrisas furtivas por parte de Adrián. Por aquel entonces, sus padres, aunque se sentían orgullosos en cierto modo, no le habían dado importancia al asunto; para él, no obstante, era un rasgo que le había permitido descubrir un mundo distinto al que veían otros críos, un mundo en el que las personas utilizaban las palabras —tan ricas, tan expresivas, tan veneradas por él— para ocultar y mentir.
Con sus observaciones había aprendido, con el tiempo, a distinguir tonos, timbres, volúmenes; miradas, gestos, impulsos... Y más tarde, según fue creciendo y se dio cuenta de que lo que hacía no era algo habitual, de que no era "normal", había parado de hacer preguntas a los demás, de incomodarlos con sus repentinas acusaciones. Pero nunca dejó de prestar atención a lo que decía la gente, ni de investigar por su cuenta, y ahora, a sus dieciséis años de edad, aún recordaba a la perfección las técnicas, los matices que había descubierto con paciencia y aplicación. Su experiencia en el periódico del instituto había contribuido a enriquecer notablemente esos conocimientos.
Sin embargo, al final nada de eso tenía utilidad alguna, se dijo mientras pelaba una patata con aire pensativo. Seguía estando tan ciego y sordo como cualquier otra persona. Como todos los demás, no veía más allá de lo aparente. No había sabido ver lo extraordinario en ella hasta que fue demasiado tarde para arrepentirse...
—Rodrigo, esto ya casi está listo —oyó decir a su padre, de pie frente a la vitrocerámica, en la que hervía una pequeña cazuela con agua—. Cuando puedas, pásame los huevos. ¿Has terminado?
Rodrigo le tendió el bol que mantenía en equilibrio sobre su regazo.
—Bien, bien, cada vez eres más rápido. Yo me encargo del resto, ¿vale? Tú ve poniendo la mesa.
—Sí, papá.
Después de cenar, padre e hijo se pusieron a ver la televisión juntos. Cambiaban de canal de vez en cuando, sin mostrar interés por ninguna emisión en concreto, y después de un rato Rodrigo, cansado, se levantó del sofá, dio las buenas noches a su progenitor y se fue al baño. Cuando salió unos minutos después y empezó a recorrer el pasillo, se asomó brevemente, como cada noche, al dormitorio de su hermano: solitario, polvoriento... imperturbable. Se alejó en silencio.
Una vez a solas en su cuarto, el muchacho suspiró y se preparó para acostarse. Mientras se ponía el pijama, miró el escritorio y se fijó en el libro que Salima le había dado aquella tarde. Lo cogió con leve interés y ojeó el título: Sigmund Freud. Obras completas. Volumen IV.
Lo abrió por simple curiosidad y echó un vistazo al índice, preguntándose por qué su amiga habría escogido una lectura de esa clase. Era cierto que había demostrado en numerosas ocasiones su inquietud intelectual, y aún más su afición por los libros, pero no la creía una admiradora del famoso neurólogo, cuyo rostro en blanco y negro —serio, intimidante, con su característica barba blanca— lo observaba desde la fotografía de la solapa. Se dijo, no obstante, que no tenía modo de saberlo: había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había mantenido una conversación seria con ella.
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Cuando te vea
Fanfiction[ATENCIÓN: Contiene spoilers] Dos meses después del final de Cuando me veas, Rodrigo Herrera pasa el verano aislado en su casa, en una inactividad que lo mantiene sumergido en sus recuerdos. Entonces comienza a tener sueños extraños y simbólicos, s...