Tercer sueño

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Pasó agosto y el verano fue marchitándose y cambiando su forma a la del otoño temprano. Las temperaturas se suavizaron poco a poco, aumentó la humedad, la vegetación se vistió de colores cálidos y secos, la brisa soplaba cada vez más fría... También se empezó a apreciar cierta amargura en los círculos juveniles, y el motivo, como el de todo lo anterior, no era ningún misterio: pronto comenzarían las clases de nuevo.

Durante toda su vida, el primer día de clase había sido para Rodrigo una experiencia agridulce, que mezclaba los nervios que sentía por el comienzo de una nueva etapa con la emoción escalofriante de lo desconocido y las expectativas. O así había sido hasta los dos últimos años, en los que volver al instituto en septiembre y comenzar un nuevo curso no le provocaba más que angustia, pues iba contando, sin quererlo, los años que le quedaban para empezar Bachillerato, el periodo escolar que su hermano jamás había llegado a completar.

Esta vez, no obstante, Rodrigo tenía tantas cosas en la cabeza que ninguna de esas inquietudes le perturbó. El final del verano no le había parecido, como a otros, vago y agrio; antes todo lo contrario. Salima y él se habían concentrado tanto en el descubrimiento de su poder que prácticamente no habían hablado de otra cosa en las últimas semanas, ni siquiera de los extraños sueños de Rodrigo, que, por otra parte, hacía tiempo que no se habían vuelto a repetir. Era tiempo de un equilibrio entre calma y emoción contenida, de espera y de preparación. Rodrigo tenía entendido que el curso que comenzaba ese año era más difícil que los anteriores, pero no le preocupaba: siempre había sido disciplinado en los estudios y se sentía capaz de sobrellevarlo todo.

Salima era así también. Por eso, y a pesar de ser de cursos distintos, ambos pasaron las primeras semanas de septiembre inmersos en actividades complementarias: algunas tardes quedaban en la biblioteca, donde no investigaban sobre el poder de la chica hasta que hubieran acabado los deberes o repasado la lección del día; en otras, se veían en un rincón apartado del parque para escoger los movimientos de lucha que emplearía —algunos rescatados del breve espacio de tiempo en el que Salima asistió a clases de defensa personal, otros de cómics de superhéroes, tutoriales de Internet o movimientos de aerobic intensificados— y, al mismo tiempo, para practicar los ejercicios de la clase de Educación Física... y cosas similares. De ese modo organizaron su tiempo para que las horas que invertían en su investigación no levantaran sospechas entre sus profesores, amigos y familiares. Y funcionó durante todo septiembre y buena parte de octubre.

Fue entonces cuando llegó el momento que lo cambiaría todo para los dos. El día en el que Salima comenzó su lucha contra el crimen.

Era un frío sábado de mediados de octubre. Los vientos del invierno próximo ya habían comenzado a soplar y el cielo, cubierto por una espesa capa de nubes, era oscuro y gris. El cementerio tenía un aire más solitario y quieto de lo normal, como si solo fuera una pequeña ciudadela de nichos vacíos y lápidas abandonadas; lo único que señalaba la atención que recibían eran los sendos ramos de flores, en distintos grados de marchitamiento, que cubrían las losas de mármol, añadiendo algo de color a sus impecables superficies de blanco y negro.

Salima y Rodrigo quedaron en la entrada, frente a la enorme verja de hierro forjado. Eran las diez de la mañana y el chico, cuando llegó, apenas pudo contener un bostezo, que formó algo de vaho en el aire frente a él. Había dormido poco y mal, dando vueltas sin cesar a lo que iban a hacer. No había visitado la tumba de Tina en un tiempo, casi desde el funeral, porque no se había visto con fuerzas y la culpabilidad le había hecho convencerse de que no tenía derecho a hacerlo; no obstante, las investigaciones con Salima de los últimos meses le habían concedido un nuevo ánimo, una convicción a la que aferrarse, y se sentía preparado para enfrentarse a las emociones que lo habían frenado hasta entonces. Ahora que habían decidido qué iban a hacer, no permitiría que nada se interpusiera en su camino.

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