La forma de los recuerdos

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Una vez hubieron salido de la clínica, ya en la calle, Salima y Rodrigo decidieron volver juntos a casa. Este último aprovechó el trayecto para referirle a su amiga todos los detalles de su "entrevista" con Camila, contándole cómo había conseguido acceder a sus recuerdos haciéndole rememorar su vida con Tina.

—¡Eso es genial! —exclamó ella, emocionada—. Creía que Camila sería la más dura de pelar de todos, pero al final parece que te ha ido muy bien.

—Sí, bueno, "muy bien" es una forma bastante optimista de decirlo. Me siento mal por haberla hecho llorar así...

—Tú y tu corazón de oro —bromeó Salima, y consiguió que su amigo sonriera—. Ahora en serio, será mejor que no te preocupes por eso. Piensa que si esto sale bien, y saldrá bien, Camila ya no tendrá razón para sufrir de esa manera. En realidad estás haciendo algo por ella, en cierto modo.

Rodrigo asintió, pensativo.

—Ahora solo falta decidir qué hacer con lo de Alexis.

—Sobre eso, creo que lo más sensato es que lo dejemos, sinceramente. Quiero decir, lo más probable es que ya no podamos hablar con él de nuevo, así que habrá que descartar esa opción. Propongo que busquemos una alternativa, mejor.

—De acuerdo. Todavía tenemos tiempo.

—¿Cuánto dirías que es, más o menos?

Rodrigo lo pensó unos instantes, pero sacudió la cabeza.

—No puedo asegurarlo, la verdad. Aunque ahora mismo, si dejamos a Alexis a un lado, ya tenemos todo lo que necesitamos... —la miró, serio— salvo tus recuerdos.

Salima se tensó un poco. Rodrigo sabía que ya habría pensado en ello muchas veces, que lo habían hablado en el momento de trazar su plan; pero también sabía que, para ella, la perspectiva de olvidar a Tina era tan horrible que no podía concebirla. Sobre todo si existía la posibilidad de que algo saliera mal y perdiera su recuerdo para siempre.

—Claro. Cuando lo necesites —contestó a pesar de todo, con voz firme. Había tensión en sus movimientos mientras caminaba, pero sus ojos brillaron con decisión cuando lo miró directamente—. Me prestaré para lo que haga falta.

Rodrigo sintió que algo en su interior se relajaba. Sacrificarse de esa manera podía ser un duro golpe emocional, además de un gran riesgo, por lo que no había estado seguro de si su amiga aceptaría. Le alegró ver que se había estado preocupando en vano: Salima era muy consciente del papel que le tocaba jugar en todo aquello y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario.

—Gracias —le dijo, con sinceridad—. Pero tranquila, todavía no tenemos que hacerlo. Me parece que a partir de ahora será cuestión de tiempo.

—Bueno —repuso Salima, y Rodrigo vio el alivio en su rostro antes de que enarcara una ceja con escepticismo—. Pero ¿cómo puedes estar seguro de eso?

Rodrigo sacudió la cabeza. No sabía cómo explicarlo: era una sensación, una especie de corazonada. Podía parecer arriesgado basarse en algo así, pero si algo había aprendido en los últimos meses, era que debía escuchar a su instinto en ese tipo de cosas.

—No lo sé. Simplemente, algo me dice que será así. De todos modos, no te preocupes, porque eso no significa que vayamos a quedarnos de brazos cruzados. Estaremos atentos, y cuando veamos que ha llegado el momento...

Salima asintió gravemente.

—Solo podemos esperar, supongo. Y rezar por que todo salga bien, āmīn.

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