VIII. Nuestra primera cita.

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Nagisa.

El agua caliente chocó contra mi piel desnuda, inundó cada rincón de mi cuerpo y se llevó poco a poco mis preocupaciones hasta dejarme en un trance de relajación y flacidez.

El peso sobre mis hombros había, aunque no por completo, disminuido considerablemente. Cerré los ojos, permitiéndome olvidar por un momento en dónde estaba y lo que me esperaba una vez hubiera acabado de bañarme.

Me dejé llevar por el murmullo del agua y las suaves caricias que, gustosa, repartía sobre mi sonrosada piel. Sentí el calor aumentar y envolverme en un profundo abrazo, instando a mi mente a desplazarse hacia la deriva.

Me mantuve quieto bajo la regadera, respirando lenta y profundamente, llenando mi interior de oxígeno y calmando mis nervios que se mostraban más sumisos ante la cariñosa sensación del agua.

Me quedé así por lo que creí fue el tiempo necesario para entrar en una fase de aceptación. Cuando me di cuenta, mi cabeza estaba en blanco y el torbellino que se proponía arrasar con el resto de mi cordura había detenido su sádica marcha, desapareciendo en una ligera brisa.

Tomé el champú y apliqué una generosa cantidad sobre mis manos para después llevármelo a la cabeza. Mis dedos untaron la cremosa sustancia sobre mis cabellos, trazando su camino entre cada mechón celeste y convirtiéndolos en una espumosa montaña de nieve.

Una vez hube acabado con mi cabello, procedí a jabonar mi cuerpo. Me hice con uno de los jabones colocados en fila a un lado, uno que desprendía un suave aroma a jazmín y fresas, y lo pasé por mi piel, consintiéndola con suavidad. Pronto la habitación entera quedó sumergida en el aroma tan embriagador que emanaba del jabón y por consiguiente, de mí mismo. Tan adictivo, tan como Karma.

Después de enjuagarme una última vez, decidí entrar a la enorme tina para quedarme un poco más entre el agua tibia. Ese tiempo en la bañera me había sido de gran utilidad. Mis pensamientos por fin estaban en orden, y mi sentir más sereno. No hay nada mejor que un baño caliente para apaciguar el espíritu. Era un bálsamo para las dolencias musculares y del corazón. Al menos, fui capaz de olvidarme de todo por un tiempo.

Pero como todo lo bueno en el mundo, mi calma duró muy poco. A mi mente acudió después de un rato la imagen de Sugino, con la cara revuelta entre confusión y angustia. Me pregunté, preocupado, qué habría sido de él. ¡Me siento tan avergonzado! Lo dejé sólo en el restaurante para lidiar con el alboroto que hizo Karma allí. ¡Tendré que hablar con él más adelante y disculparme como se debe! Y para terminar de alterarme, como si de un asalto se tratase, me acordé de repente de mis padres, a quienes no había avisado en todo el día de mi ubicación o de si incluso seguía vivo. Mi madre ha de estar muy asustada y deseperada, armando un drama en casa. No quiero ni imaginar el alboroto que me esperará mañana. ¡Debo apresurarme y hablar con ella lo más pronto posible!

Salí de la tina y cogí una toalla. Me sequé rápidamente y procedí a vestirme. Reconocí la ropa que me habían dado como uno de los muchos conjuntos que Karma y su madre me habían comprado un día que salimos juntos al centro comercial. Más bien, el día que me arrastraron con ellos de tienda en tienda cuando los padres de Karma pasaron con él las fiestas de Navidad y su cumpleaños.

A Karma no le agrada ir de compras, pero se trataba de su madre la que le pedía ir con ella, de modo que no pudo negarse. Yo estaba dispuesto a excusarme e irme a mi casa pero un escalofrío me había recorrido el cuerpo al ver la mirada pícara y traviesa que ambos pelirrojos, madre e hijo, me dedicaban. Al menos ya sabía de dónde había sacado Karma la traviesa sonrisa que tanto amaba.

Karma y su mamá me secuestraron y me llevaron de tienda en tienda, donde no paraban de probarme todo tipo de conjuntos: desde un traje formal hasta ropa estilo marinero y suéteres con capucha de gatito. Mi vergüenza fue descomunal, y se puso peor cuando la señora Akabane sacó una cámara e inició una extenuante sesión de fotos. Creo que Karma aún guarda un álbum con ellas en su cuarto. Según él, esas fotos son oro puro.

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