XI. Te daría el mundo.

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Nagisa.

Las palabras de Karma rebotaron en las paredes, resquebrajado el cemento y destruyendo el material hasta romper los muros que nos rodeaban y nos mantenían separados. Los pedazos cayeron a mi alrededor como una avalancha de sueños perdidos y deseos lanzados al aire en silenciosos susurros, arañando su camino en un suave soplido, desesperados por ver la luz y llenar el vacío con su enormidad.

El tiempo ralentizó su marcha hasta detenerse, poniendo el universo en pausa y grabando eternamente nuestros cuerpos unidos en el abrazo más feroz y necesitado que haya existido jamás.

El susurro de la noche llegó a mí como una dulce sinfonía. Como una brisa ligera, invisible y agradable, que se metió bajo mi piel y hormigueó su camino en mis venas junto a las letales palabras que llegaron a mis oídos como un torbellino devastador que sacudió los cimientos de la frágil estructura en la que se sostenía tambaleante mi vida entera, mi mundo y mi corazón.

"Tú eres todo para mí. Eres mi mundo entero, Nagisa. Eres mi vida misma y yo existo única y enteramente para ti".

Me convertí en fuego. En calor. En agonía y luz. Las llamaradas que consumían mi cuerpo y quemaban el oxígeno a mi alrededor se congelaron, convirtiendo el desierto en glaciar, para después resquebrajarlo y hacerlo caer al mar gélido en un brusco desprendimiento de hielo ardiente.

Lo sentí todo y no sentí nada. Porque aquellas eran palabras que jamás pensé escuchar, pero que deseaba oír con tanto anhelo que cada fracción de segundo que pasaba sin oírlas resultaban en agonía pura.

"Porque te quiero. Te quiero de todas las formas posibles en las que se puede querer a alguien. Te quiero y te anhelo a cada instante que pasa. Te quiero tanto que es doloroso".

Todo este tiempo Karma se había sentido igual que yo. Me había querido tanto como yo a él. Todos estos años... Todas esas veces en las que pensé decirle cuánto significaba para mí y no lo hice por miedo, por sucumbir ante el pánico de un rechazo que no me daría, todo el sufrimiento que nos hice pasar hasta llegar a este punto, todo eso me pasó factura en un instante, arrebatándome de golpe el suelo y enviándome a la deriva en un limbo de culpa y arrepentimiento. La conmoción e incredulidad llegaron como una bomba, una terrible e inmensa bomba nuclear que estalló dentro de mí y voló mi ser entero en pedazos, reduciéndome a cenizas. Me dejó paralizado, flácido y débil. Cada fuerza que me sostenía en pie abandonó mi cuerpo en una huida salvaje. En un instante perdí todo el sentido y me desconecté, dejando que el conocimiento de que Karma tenía los mismos sentimientos hacia mí que yo tenía por él se acentuara y lo absorbiera todo.

Yo era aire. Era noche. Y era todo. Porque Karma dijo que yo lo era todo para él. Yo era su mundo así como él era el mío. Una fracción de segundo, un momento y el universo mismo se redujo a un latido.

"Tú eres todo lo que necesito y yo te pertenezco en cuerpo y alma. Soy enteramente tuyo desde siempre".

Entonces, la euforia se abrió paso en mi pecho. La felicidad que embriagaba mi alma minó mis sentidos hasta hacerme flotar.

Porque era aire.

Era noche.

Y lo era todo.

Las lágrimas saltaron imparables de mis ojos. Cálidas y húmedas lágrimas de una alegría inmensa, tan grande que salió despedida por mis poros una vez que dejó de caber dentro de mi cuerpo.

Quería gritar, reír, bailar y dar de brincos hasta llegar a la luna. Me sentía tan dichoso, tan vivo, tan feliz. Tan increíblemente completo. Karma me había ensamblado a la perfección. Él había juntado y reparado cada pieza de cristal extraviado en mí, me había salvado de permanecer roto, herido y triste... Tan delirantemente triste.

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⏰ Última actualización: Jul 31, 2018 ⏰

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