V. Disculpas hirientes.

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Karma.

Todo rastro de enojo en mí despareció al mismo tiempo que mis ojos contemplaron cómo la primera lágrima rodaba por sus rosadas mejillas. La culpa no tardó en hacerse presente. La culpa y el miedo.

¿Quién lo hubiese pensado? Yo, Akabane Karma, aquel al que muchos podrian considerar como un 'demonio', tenía miedo. Miedo de un ser tan pequeño y delicado como el ratoncito azúl sentado al lado mío.

Un ratón que me tenía bajo su completo control y dominio. Bastaba una sóla de sus lágrimas para hacerme perder la cordura. Una sóla palabra para condenarne, ó salvarme. No podía soportar el verlo llorar, más aún si su dolor era provocado por mí.

¿Tanto me odiaba como para llorar por el simple hecho de estar cerca mío? ¿O tal vez era por otra cosa? ¿Algo que no lograba ver con claridad? ¿Qué podía decir para calmarlo? ¿Qué debería hacer para solucionar este embrollo irracional por el que estamos siendo arrastrados?

No tenía idea, pero no tardaría en averiguarlo.

Suspiré con cansancio. Esto se acaba aquí. Ya no podía seguir con este juego de "corre que te pillo". Necesitaba respuestas, y las necesitaba ahora. Fruncí el ceño levemente mientras juntaba toda la determinación y frustración que venía recolectando desde hace días, para después abrir la boca dispuesto a dejarlo salir todo como una bomba. Pero antes de que pudiera emitir palabra alguna, su dulce voz profanó el silencio reinante y trazó su camino hasta mis oídos, terminando de romperme con sus palabras.

—¡Lo siento mucho, Karma! En verdad... Lo siento.

Abrí los ojos consternado, ¿por qué se estaba disculpando conmigo?

—¿Qué estás...?

—Yo... No... Sólo... ¡Lo siento!

Su cuerpo temblaba y se contraía con cada sollozo. Su llanto iba en aumento y yo no podía hacer más que quedarme petrificado en mi lugar, tratando de encontrar sentido a sus palabras. Mi cerebro no podía procesar la razón de sus disculpas. Yo debería ser quien se disculpara, ¿no? Después de todo, soy yo quien siempre le hace daño. Soy yo quien no para de herir a este hermoso ángel azúl.


Nagisa.

Lo había dicho. Mi cuerpo no paraba de temblar y mi voz salía rota, entrecortada. No era capaz de decir correctamente una simple oración. Mi cerebro se desconectó al instante, haciéndome imposible entender lo que salia de mi boca.

—Lo siento, Karma. Por el beso, por haber huido, por todo, lo siento... —cerré los ojos y me incliné ligeramente sobre el asiento en una reverencia, apreté mis manos en puños sintiendo mi corazón martillar contra mi pecho—. En verdad... Lo siento tanto. Entiendo si tú ya no quieres verme más, si te doy asco, incluso si me odias... Sólo tienes que decirlo y saldré de tu vida para siempre...

—¡¿Pero qué demonios estás diciendo?!

El grito que Karma profirió me hizo saltar en mi lugar. Mi corazón se contrajo por la furia que nuevamente emanaba de su cuerpo, tan densa y oscura que me paralizó por un momento. Abrí los ojos incorporándome en mi lugar y deposité mi mirada sobre su rostro.

Él me observaba con el ceño fruncido y con los dientes apretados, estaba rojo de cólera y sus ojos, aquellos hermosos ojos dorados con destellos mercurios, ardían en llamas, revelando un mar de fuego que consumía todo a su paso. Aquellos que  taladraban mi alma con la fuerza de un volcán en erupción. No comprendía la razón de su estado tan exaltado. ¿Acaso dije algo malo? Sólo me había disculpado...

—¡¿Por qué rayos pensarías siquiera que querría algo como eso?! ¡¿Después de todo lo que he tenido que pasar durante todos estos días en los que te dedicaste a darme la espalda y salir corriendo?! —Continuó—. ¡¿O a caso es eso lo que tú quieres?! ¿Alejarte de mí? ¡Porque de no ser así, no logro entender lo que estás diciendo!

IrracionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora