El Velo

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Lo seguían, no miraba ni hablaba, pero sabía que estaban cerca de él. Solo había montado su escoba y salido raudo de la guarida y ellos detrás. Decisivo y sin temor los guió hasta el Ministerio.

Lucius había quedado silente, cabizbajo y derrotado. Draco no iba a perder tiempo intentando hacerlo cambiar de decisión. El hombre sabía cuáles eran los planes de su hijo, y no iba a caer en la trampa. No quiso pelear porque había entendido que la batalla estaría perdida. Los Dementores dejaron de lado su psedu-liderazgo, reemplazándolo por Draco, quien ahora marchaba con paso seguro, secundado por una banda de cientos de Dementores. No lo atacaban ni se le acercaban, pues le temían. Draco lo había intuido. Les causaba respeto y recelo, de lo cual se valdría para derrotarlos.

Al entrar en la Cámara de la Muerte, lugar que no recordaba haber visto antes con tanto detalle, sintió que el miedo y el dolor eran emociones que ese lugar irradiaba. ¡Quién sabe cuántas muertes tendría a cuestas o cuánto dolor se había vivido entre esas paredes!

Vio una especie de aula rectangular, tal como se la había detallado Harry, tenía poca luz, similar a la sala del . En el centro se hallaba un pozo de piedra hundida, algunos bancos de roca circundaban la habitación, suponía que parapetados en algún sitio estaban los aurores. No los veía, pero una especie de alteración en el vuelo de los Dementores, lo hizo suponer que estaban cerca.

En un costado, se hallaban unas escaleras empinadas hacia una tarima de piedra levantada en el centro de la fosa. Allí había una piedra antigua y un arco, sin apoyo de ninguna muralla, y luego un estrado. El arco estaba decorado con una cortina hecha jirones negra que se agitaba ligeramente, como si acabara de ser tocada, aunque el aire de la habitación era tranquilo pero frío.

—¡Por acá! —ordenó Draco dándose cuenta de que los Dementores ya habían advertido la presencia de más almas con qué alimentarse. Se detuvo a un costado del velo y estos ya giraban sobre él. Sin embargo, tres se habían quedado rezagados, que comenzaban a buscar entre las butacas a los aurores escondidos.

Arthur Weasley, al lado de George que ese día apoyaba las labores, sabiendo que su hermano Ron, a raíz de lo ocurrido con su novia Julie, podría no estar en las mejores condiciones, se pusieron de pie, lamentablemente revelando su posición. Los tres Dementores no perdieron la oportunidad y volaron en picada hacia ellos.

Arthur convocó a su comadreja como escudo, en tanto George quiso hacer lo mismo, pero su patronus no se activó. Harry, que estaba un poco más atrás, gritó lo suyo y el ciervo plateado salió fuertemente acompañando a la comadreja. Ron también se dejó ver trayendo consigo a su Jack Russell Terrier, haciendo afrenta a las bestias. Los patronus eran fuertes, logrando repeler el ataque de esos tres.

George respiró profundo e intentó conjurar el suyo de nuevo, pero sus fuerzas habían minado aún más.

—¡A cubierta, hijo! ¡Guarda tus fuerzas!

Unos pasos más allá, Draco, posicionado a un costado del velo, divisó entre las butacas una cabellera castaña que le debía una cita. Respiró dándose tranquilidad porque sería su fin último. Tal vez estar con Granger, ser su novio o su esposo en un futuro, era lo que lo motivaba a hacer todo aquello. Por ella, por la comunidad, por los niños muggles y familias que habían muerto sin saber nada, por la novia de Ron... por todos ellos él estaba allí. Si bien no sabía quién diantres era el Amo Supremo, los Dementores creían que él lo era, y desde esa premisa, debía aprovechar al máximo la oportunidad que tenía en sus manos.

—¡Ey, idiotas, por acá! —ordenó y el velo se agitó más fuerte. Draco lo miró y escuchó unas voces extrañas, cantarinas tal vez... femeninas quizá... —Ven, aquí... con nosotros—. Meneó la cabeza enérgicamente. ¿Cómo era posible que en una situación así estuviese imaginando ese tipo de tonterías?

El Secreto de tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora