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La niña sin apellido

La niña sin apellido

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La señorita Lynch restregaba ansiosamente sus callosas manos entre sí, su mirada se encontraba perdida en el lejano horizonte, ahí donde la luz aun no  comenzaba a hacerse presente.

Sus ojos escudriñaban el cielo en busca de algo.

La señorita Lynch era la directora de un orfanato llamado The angel's house, una pequeña edificación construida ahí donde la gente no paseaba. Algo lúgubre y gastado con el tiempo y sostenido a pesar de sus extrañas proporciones. Era una mujer delgada, consumida por los años de duro trabajo, su cabello alguna vez negro ahora era mayormente gris y la mayoría del tiempo se encontraba recogido en una trenza, era muy dulce y por su rostro siempre surcaba una sonrisa, aun a pesar de cargar con una mirada dura, que te advierte que no debías meterte en problemas con ella.

Sin embargo, esa madrugada Aggie Lynch no sonreía, ni siquiera un amago, en su rostro se dibujaba una mueca de suma preocupación.

Pero era de esperarse si a la mitad de la noche una lechuza entraba cruzando tu habitación para entregarte un mensaje del mismísimo Albus Dumbledore.

El cual solo decía unas cuantas líneas que la dejaron sumamente confundida e inquieta, sin contar el hecho que se despedía muy formalmente, diciendo que esperara su llegada antes del amanecer  y por las molestias le mandara un caramelo de limón.

¡Albus Dumbledore! ¡El mago director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería!

A la pobre y cansada Aggie, una squib.

Nada podía calmar su inquietud, sumándole los tiempos en los que vivían y todos los rumores que se habían escuchado durante el día entero.

Aggie no era para nada tonta. Y sabía que todas esas misteriosas lechuzas y personas con vestimentas extrañas tenían algo que ver con el mundo que se alejó muchos años atrás cuando se enteró de su naturaleza, el mundo mágico.

Desde lo alto, asomada en la ventana de su habitación, Aggie vio a lo lejos como una lampara apago repentinamente.

La mujer supo en ese momento que había llegado el autor de la nota.

Así que, acomodándose el cabello en su peinado habitual y ajustándose la bata, bajo silenciosamente los pisos, con cuidado de no despertar a los 14 niños y niñas que descansaban en las demás habitaciones. Y salió por la puerta principal.

Achino la mirada y entonces un hombre apareció en la esquina de la calle y lo hizo tan súbita y silenciosamente que, si Aggie no supiera del mundo mágico, se pondría a pensar que había surgido de la tierra.

Rowen Lynch and the Philosopher's StoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora