Capítulo 2

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En otro lugar.

Dos mujeres hablaban en una cafetería, charlando. Una de ellas se encontraba notoriamente enojada con la otra de aspecto mayor.

–¡Maldición! –exclamó una de las mujeres. Era físicamente hermosa, con una lacia cabellera dorada, ojos avellanas y piel tersa y morena.

–Te dije que debía conseguir una sucesora, alguien que herede tus conocimientos –dijo la otra mujer con tono refinado, con sus ojos tan oscuros que era difícil encontrar la pupila.

–Pero mamá, tengo 29. Estoy en el apogeo de mi vida –lloró la más joven.

–Ya eres una mujer hecha y derecha. Si tuvieras 21, lo comprendería, pero es momento de que vayas tomando responsabilidades. Debiste tomar mi consejo. Estás creciendo, ya no eres una adolescente. No quiero que te pase lo mismo que a mí –le reprochó la otra mujer, con voz serena, a pesar de su ceño fruncido.

La mujer de cabello rubio suspiró resignada.

–Está bien, mamá. Iré a hablar con Kevin.

–Cariño, recuerda siempre esto; tu vida estará llena de obstáculos a los que deberás enfrentarte. Todo en la vida pasa por algo.

–Está bien, mamá –la mujer rubia subió a un Nissan GT gris y se marchó.

Unos minutos más tarde, un par de oficiales le habían llevado a Estela lo que les había pedido durante el interrogatorio y un par de camisetas que habían encontrado en su armario. Llevó su mochila al baño y se cambió la ropa manchada de sangre por una nueva y limpia.

Salió del baño y se sentó en una de las mesas disponibles. Sacó su ordenador portátil y comenzó a teclear en él.

Al cabo de media hora ya tenía listo el trabajo de Dimitri. Se lo envió junto al de Margaret y un par de apuntes útiles para mañana por si no iba. Estaba segura de que así sería.

El llanto de una niña la sacó de su concentración. Volvió su vista y observó a una mujer mayor con una niña en brazos. La pierna de la niña sangraba un poco, seguramente se había caído. El rostro de la mujer estaba teñido de preocupación. De su mochila sacó un par de banditas y una mota de algodón, que bañó en alcohol. Por suerte lo llevaba siempre ahí, puesto que algunos chicos se sobrepasaban cuando la molestaban.

Estela se acercó a la niña de mejillas hinchadas y ojos inyectados de sangre por las lágrimas. La sentó en una de las sillas cercanas. Admiró la manera en la que la niña lloraba en silencio. Le recordaba tanto a ella…

Se arrodilló y le presionó el algodón en la rodilla a la niña.

–No me gusta –murmuró ella, apartando el algodón de su herida.

–Oye, si quieres que tu herida sane, debo colocarte esto, ¿vale?

La niña la observó curiosa mientras vacilaba. Asintió un poco asustada.

–Quiero a mi mamá –sollozó la niñita.

«Yo también quiero a la mía», pensó Estela.

La miró con cara de ternura. Lo mejor era que la pequeña no sintiera su miedo, no quería contagiarla.

–Recuerda que todo pasa por una razón y que la vida te pondrá obstáculos, pero siempre la tendrás aquí –farfulló Estela con la voz quebrada, colocando su dedo índice sobre el pecho de la pequeña, sintiendo su acelerado corazón, mientras le dedicaba la sonrisa más fuerte que tenía.

A unos centímetros de Estela, se podía notar a la mujer del café, observándola con ternura, cuando su teléfono la interrumpió.

–Manson –contestó ella gruñonamente.

Se arrepentirán©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora