Capítulo 5

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Levantó la vista por encima de su hombro, en busca de la persona dueña de la mano.

–Kevin… –se  lanzó a sus brazos. Tenía en su mano una sombrilla y estaba seco.

–Eres igual a Gina… Yo le hice lo mismo, una vez. Y te puedo asegurar por lo que más amo, que me arrepiento cada mañana de haberla dejado plantada –le devolvió el abrazo. Su voz se escuchaba rota.

El silencio entre ellos no se hizo esperar más. Todo lo que se escuchaba era el sonido de las gotas golpeando con fuerza el pavimento. Eso era exactamente lo que necesitaba. Un abrazo cálido y silencioso.

–Vamos a casa. Te vas a resfriar –dijo Kevin, rompiendo el abrazo

Caminó fuera del porche, y ahí fue cuando Estela quiso golpear su mano contra la frente. No había notado que la camioneta de Kevin se encontraba aparcada en frente.

Estela subió al asiento delantero. Cuando estuvo acomodada en este, Kevin cerró la puerta y rodeó el auto hasta el puesto del conductor. Puso la camioneta en marcha y el camino fue tan silencioso como siempre lo era.

Al poco tiempo divisó la mansión de Gina, donde un montón de personas se movían de un lado a otro, sin razón aparente.

«¿Qué estará pasando?», se preguntó Estela.

Fuera lo que fuera, estaba a punto de descubrirlo.

Horas antes…

Gina estaba revisando los documentos que se encontraban sobre su escritorio, cuando el sonido de alguien tocando a la puerta la interrumpió.

–Pase –dijo, sin levantar la vista de los papeles.

–Señorita Manson, llegó el detective –dijo Sofí, un poco más seria de lo normal.

–Hazlo pasar.

Levantó la vista al escuchar pasos entrando a su despacho. Un hombre de traje, con una corbata verde pasto con bordado gris, saco color azul marino y camisa blanca, pantalones del mismo color del saco y zapatos negros italianos de diseñador.

Gina le sonrió.

–Nuestros años de amistad en el instituto sirvieron de algo. –Comentó, recostándose del respaldo de la silla–. ¿Tienes lo que te pedí?

–Mí querida, Ginita. Claro que sí. Todo por ese culo tan sexy tuyo… –dijo, serio pero seductor a la vez.

 –Deja tu teatro, David. –Gina alzó la mano, cortándolo–. Necesito eso para ayer. –Su tono había cambiado de relajado a enojado, por lo que David le pasó un sobre amarillo con la palabra «secreto» en mayúsculas y rojo en este.

–La verdad, no sé por qué quieres saber sobre esos chicos. No es que fueran a violar a… –un violento manotazo en la mesa lo hizo sobresaltarse y dejar la frase en el aire.

–Eso no es de tu incumbencia–espetó Gina, perdiendo la paciencia.

El chico que la había mirado esa mañana era Dimitri. Si algo le ocurría a su preciada Estela, por culpa de ese bastardo, vería las consecuencias. Estaba más enojada aún ahora. Hacía unas horas había chequeado el estado de cuenta de los difuntos padres de Estela, el cual se encontraba en 0. Ya entendía por qué Estela era así. Decir que eran pobres era poco.

Los malditos se merecían más que la muerte, pero jamás lo admitiría en voz alta. Podría meterse en un gran problema.

No sólo estaban en cero. También tenían una enorme deuda con el banco y a sujetos involucrados con la mafia.

Se arrepentirán©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora