CAPÍTULO 8: Los caminos siguen avanzando.

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La luz del sol al amanecer me dio en toda la cara, molestándome, así que me acurruqué en lo que pude: algo muy cómodo y cálido que me impedía sentir lo fresco de la madrugada.

– ¿Estás cómoda? – me preguntó una suave voz, susurrando junto a mi oído.

Abrí los ojos y me di cuenta, estaba abrazada a Elsa, sus brazos rodeando mi cintura y los míos en la suya, mi frente pegada contra su pecho y su mentón recargado sobre mi cabeza. ¿Para qué mentir? Sí estaba muy cómoda. La miré y ella a mi, con un leve sonrojo en sus mejillas y una media sonrisa adivinando mis pensamientos.

– No te preocupes, a mí no me molesta. – su sonrisa seguía ahí. – No te quería despertar, – se sonrojó un poco más. – yo también estaba cómoda. – sentí la sangre fluir intensamente bajo la piel de mis mejillas.

– Creo... – nos empezamos a reincorporar lentamente. – Ya deberíamos emprender nuestro camino. – me dio la razón.

Nos la pasamos el camino platicando y a veces jugueteando, y por alguna razón que desconozco (brujería seguramente), por más rudo o infantil que jugáramos, ella no perdía la esencia de realeza que siempre la acompañaba y que la hacía respetable y admirable.

Para el anochecer ya alcanzábamos a ver un poco las luces de la ciudad del lago, llegamos a la entrada de la ciudad cuando ya estaba el cielo negro.

– Algo no me da confianza. – susurró Elsa mientras pasábamos por la entrada.

Respondiéndole a su sensación, una flecha se enterró en una puerta que estaba a mi lado, era una de las flechas de los elfos.

– Están bajo ataque... Sígueme. – le ordené en un murmuro.

Haciendo la menor cantidad de ruido posible, pasábamos por enfrente de las casas hasta llegar cerca de una casa a la que se dirigían todos los orcos.

– Tendremos que separarnos un momento. – le dije en voz baja. – Juntas llamamos mucho la atención.

– No te voy a dejar, no es buena idea...

– Tienes que, nos podemos defender mejor solas, al acabar esto nos reunimos frente a esa casa. – señalé la casa en la que estaban varios orcos. – Tú ocúpate de los que vienen de la derecha, yo voy por los que huyen hacia atrás. 

De mala gana se fue hacia el lado que le indiqué y al poco rato empecé a oír el hielo y los chillones gritos de orcos. No quería dejarla sola, pero confiaba en que ella estaría bien sin mi ayuda.

Subí como pude al techo de una casa para poder tener una mejor vista de la ciudad. Inconscientemente me fui hacia donde se había ido Elsa. Tratando de no ser vista subí a un techo y la vi defendiéndose de algunos orcos que la atacaban con espadas y flechas. Algo que se movía llamó mi atención, uno se le acercaba por detrás y al parecer ella estaba tan concentrada en defenderse de los que venían de frente que no notó al que llegaba por atrás; traía una espada sostenida en alto.

– ¡Elsa! – mi grito se ahogó a la vez que le disparaba una flecha al orco.
Pero no fui suficientemente rápida; logró hacerle una cortada en la espalda. Gimió.

– Que estúpida fui. – me reproché en voz baja, llena de ira, bajando del techo. – No debí dejarla sola. – la atrapé antes de que se cayera y se me formó un pequeño nudo en la garganta. – No te preocupes, te tengo. – suavemente la recosté poniendo mi capa de viaje debajo de ella y tomé la espada del orco.

Con una agresividad que no recordaba en mí, me puse a rebanar a esas asquerosa criaturas. No me di cuenta de cuándo acabé con ellos. Jadeando, solté la espada y fui hacia Elsa.

– ¿No decías que nos teníamos que separar? – murmuró con una ligera sonrisa.

– No pude hacerlo. – sentí el nudo en mi garganta volver a formarse, esto había sido mi culpa. – ¿Cómo te sientes? – sabía que la pregunta era estúpida pero aún así la hice, la cargué entre mis brazos con cuidado de no tocar demasiado su espalda y ella rodeó mi cuello con su brazo derecho.

– Casi no siento mi brazo izquierdo... – murmuró. – Pero creo que aparte de eso estoy bien...

Todo esto fue mi culpa... Luchaba por contener las lágrimas por la rabia. Vi luces en la casa en la que me pareció ver a Tauriel entrar, parecía que la batalla había cesado. Volteé a ver a Elsa, sus labios normalmente rosados estaban pálidos, respiraba con dificultad... Esto no podía acabar así... No iba a permitirlo. 

The Desolation of the Brave Frozen HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora