CAPÍTULO 10: De alguna forma estás ahí.

114 11 0
                                    

– ¿Merida? – sonada un eco a la distancia. – Merida, despierta por favor. – sollozos.

Los gritos de miedo y dolor cesaron para dar paso a gritos de tristeza, llamando nombres de amigos y familia. El olor a madera y ropa quemada se había desvanecido para recibir el olor a sangre. En mi boca se alojada un sabor metálico y mi cuerpo me dolía.

– ¡Merida, ya despierta! – los sollozos se volvían más nítidos conforme recuperaba el conocimiento. – Por favor...

Abrí mis ojos pero los volví a cerrar inmediatamente al ser deslumbrada por la luz del sol. Unos brazos me rodearon. Lentamente intenté abrir mis ojos hasta que me adapté a la brillante luz.

– ¿Elsa? – mi voz se oía algo ronca.

Los sollozos se mezclaron con una nerviosa y a la vez aliviada risita, impregnada de felicidad. Su cuerpo se separó del mío y me miró a los ojos. Rastros de lágrimas se notaban sobre sus mejillas, sus ojos estaban enrojecidos.

– Pensé que te había perdido. – su voz se quebraba. – Cuando vimos al dragón caer, temí que te hubiese alcanzado... – besé la comisura de sus labios, sus mejillas se tiñeron de un adorable color rosáceo.

No pude evitar sonreír al verla así, aunque mi sonrisa se esfumó al sentir sus suaves labios posarse sobre mi mejilla, en ese momento fui yo la que sentía cómo mi sangre corría por todo mi rostro. Se río haciendo que mi corazón palpitara más aprisa.

Gritos y murmullos molestos llamaron nuestra atención. Nos levantamos, yo con la ayuda de Elsa y vimos a una multitud empezando a disolverse. Decidimos acercarnos para ver de qué se trataba. Al parecer la gente buscaría refugio, bajo la guía de un hombre alto, de cabello relativamente largo, llamado Bard (o eso fue lo que alcanzamos a escuchar).

– ¿Y Tauriel? – pregunté buscando con la mirada.

– Me parece que se fue junto con Legolas. – respondió tomándome de la mano. – Luego de que los enanos se fueron llegó un elfo a caballo, después de eso ella y Legolas se fueron.

– ¿No supiste a dónde se fueron? – negó con la cabeza y simplemente seguimos caminando. 

Llegamos hasta, ¿qué era realmente?, un pueblo vacío que podría llamarse ya un pueblo fantasma. Nos instalamos donde menos nieve había y empezaron a atender a algunos heridos.

– ¿Cómo sigue tu herida? – le pregunté sentándome al lado de Elsa en unas escaleras.

– Ya estoy bien, de no haber sido por ti y por Tauriel no hubiese sido posible que llegara hasta aquí. – me sonrió. – ¿Y tú cómo sigues?

– Ni siquiera sé qué me pasó, lo último que supe fue que el dragón estaba cayendo, muriendo... ¿Cómo me encontraste? ¿Qué había pasado cuando el dragón cayó?

Esla bajó la mirada, recordando lo que había pasado durante la noche. Llevó sus manos hasta su pecho y se puso a juguetear con sus dedos. Pasé mi brazo por encima de sus hombros y ella se recargó sobre mi pecho.

– Íbamos en la balsa, intentando evitar que nos cayeran trozos de madera o piedras e intentando no ser alcanzados por el fuego. Oímos el rugido del dragón y cuando vi ya estaba cayendo... – se detuvo un momento para pensar. – Cuando el polvo y el humo se dispersaron me salí del bote para buscarte, temiendo no encontrarte. – escondió su rostro en mi cuello. – Fui hasta donde había caído el dragón y ahí te encontré... estabas tirada, al parecer recibiste un golpe en la cabeza, estabas a pocos metros de una de las alas, la cual posiblemente pasó tirando una de las casas cerca de ti... Había mucha sangre... – empezó a temblar muy suavemente.

– Gracias. – susurré para que dejara de pensar en los detalles, se aferró a mí y alzó ligeramente la cabeza. – Por preocuparte por mi.

– Siempre... – la oí susurrar mientras volvía a esconder su rostro en mi hombro. – Pensé que te había perdido...

– No se podrán deshacer de mí tan fácilmente. – susurré besando su cabeza. – Ni siquiera esa lagartija.

Así nos quedamos algún rato, sin hablar, simplemente abrazadas como si fuera la última vez. No nos dimos cuenta de cuándo había anochecido, nos levantamos y entramos a una casa que estaba vacía. Encendí una antorcha que estaba ahí y oímos el chillido de alguna rata que corrió a esconderse de nosotras. Tomé mi capa y la extendí sobre el suelo.

– Viendo cómo van las cosas me cuesta trabajo pensar en que mañana vaya a ser un día muy tranquilo. – me dijo mientras yo acomodaba mi capa. – Tenemos que descansar, sobre todo después de todas las emociones de ayer.

Me senté en el suelo y ella se sentó a mi lado, volteando a verme. Sentí su mano tocar mi frente, me sobresalté y dejó escapar una risita. Puso una mano sobre mi mejilla para que volteara a verla, con su otra mano apartó algunos mechones de cabello, que estaban sobre mi rostro, observando atentamente. De nuevo sentí el impulso de besarla y de nuevo decidí no hacerlo.

– ¿Qué haces? – le pregunté en un hilo de voz, sintiendo mis mejillas hervir y mi corazón latir.

– Quiero ver cómo sigue tu herida. – me miró a los ojos y se sonrojó. – Cuando te encontré tenías una cortada en la frente, tal vez del golpe que te dejó inconsciente.

Sus dedos acariciaban suavemente mi frente, su otra mano aún sobre mi mejilla.

– Ya casi no se nota. – dijo apartando sus manos y colocándolas sobre su regazo. – Tenemos que dormir, sobre todo tú después de ese golpe. – asentí extrañando el contacto de sus manos sobre mi rostro y pensando en la cantidad de tiempo que había pasado "dormida" después del ataque. – Descansa. – se acercó y besó la comisura de mis labios.

Ahí quedé sin saber qué hacer, sintiendo la sangre bajo mis mejillas y mi corazón latir más rápido de lo que pensé posible. La miré, estaba recostada con una sonrisita dibujada en sus labios. Suspiré y me recosté a su lado, volteando hacia ella. Se veía tan tranquila, su respiración era calmada, su sonrisa no se desvanecía. Me acomodé boca arriba y recargué mi cabeza sobre mis manos, cerré mis ojos.

– Descansa. – murmuré, aún sabiendo que posiblemente no me oiría. 

The Desolation of the Brave Frozen HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora