Día 2. Martes

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Day 2: Spring.

El sol se esconde tras aquellas nubes grisáceas que se apoderan del cielo, la tarde refresca gracias a las pequeñas gotas de agua que caen desde la altura y van cubriendo poco a poco el pavimento, y ante mis ojos presencio el atardecer que tiñe de rojo el firmamento y da paso a que su color cambie a negro, para permitir que la noche se apodere de todo lo hace unas horas fue rodeado por luz. Este escenario es completamente diferente a lo que la primavera podría ser.

Aquella estación del año marca un inicio, el volver a comenzar y una nueva etapa. Representa juventud, fortaleza, añoranza y sobre todo, vida. Vida que desearía no tener y a la que busco ponerle fin, pero hasta ahora no he podido.

Día tras día vivo en un mundo en donde pasan las horas pero todo me resulta igual, donde el sol sale y se esconde y apenas es perceptible para mí el cambio. Vivo en un mundo en donde las estaciones del año no existen, ahí sólo existo yo y la soledad que siempre me acompaña.

O eso es lo que pasa la mayoría del tiempo, pero hay un momento en el que al parecer la primavera llega a mí. Lo sé porque viene acompañado de un hombre que mide un metro con sesenta centímetros de alto, que usa un horrible sombrero y tiene un pésimo sentido de la moda. Ese hombre que por las noches toma vino hasta caer rendido por el sueño y que tras su faceta amargada esconde un gran corazón. Sí, hablo de aquel malhumorado que tiene una fuerza bruta increíble pero que a pesar de ello, es más frágil que el hielo. Él y solamente él es mi primavera.

Él no es sólo el inicio de mis días, la juventud que llega a mí tras cada risa o cada pelea, ni mi fortaleza para enfrentarme a mi cruel realidad. Ese enano pelirrojo es mucho más que eso.

Él es mi primavera y por lo tanto, mi vida entera.

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