Capítulo 26: Carpe Dianam.

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Creo que nunca, en mi vida, agradecería tanto el haber tenido una hermana más pequeña que yo, como el momento en que me encontré a Diana llorando en el sofá. Estaba dispuesto a consolarla, a apretarla entre mis brazos y decirle que todo estaría bien y que no debía preocuparse, a ofrecerme a partirle las piernas al hijo de puta que le hubiera hecho sentirse así... incluso si fuera yo. Pero no hizo falta; con la habilidad de quien esconde sus debilidades porque sabe que son lo primero que atacarán, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se me quedó mirando con el desafío en la mirada, deseando que le preguntara qué le pasaba para poder contestarme como seguramente me merecía.

Pregúntame por qué estaba llorando, porque los dos sabemos que mis ojos rojos no son por la consola.

-La comida está lista, ¿tienes hambre?-inquirí, después de que su mirada se me hiciera insoportable. Asintió despacio-. Pues venga, americana.

Tenía experiencia tendiendo la mano. Detestaba pensarlo, pero al único al que no había tenido que levantar nunca en ninguna ocasión de mi familia era a mi padre. Nunca se había roto delante de mí, y se lo agradecía, pero todos los demás habían necesitado que los ayudara a levantarse y seguir caminando.

Incluida mamá.

Incluido Scott.

Y, seguramente suene como un hijo de puta diciendo esto, pero no sé cuál de los dos me dolió más.

Scott, sentado en el suelo del baño, con los ojos rojos y las piernas clavadas en el pecho, negándose a moverse después de enterarse de que le habían puesto los cuernos.

Mi madre, tirada en el suelo del baño, suplicándome que la dejara donde estaba y que esperase a que llegara papá, que él tenía que encargarse de ella, que tampoco era tan grave, que yo no podía levantarla porque era antinatural. No tenía cáncer, sus piernas respondían (todavía, añadió, y fue eso precisamente lo que me hizo tirar de ella), así que no debía levantarla.

Desobedecí, inmediatamente, aunque uno no mediara palabra, sino que me lo dijera con la rigidez de su cuerpo, y la otra llorase con más fuerza por tener que suplicar que no la ayudaran, o por dejarse ver así.

Pero noté algo diferente en cómo se levantó Diana: me acarició la mano con los dedos mientras se aseguraba en mi muñeca, como si ella me agradeciera lo que estuviera haciendo aunque detestase que lo hiciese. Scott había protestado con gruñidos, se había negado a ayudarme a pasarle el brazo por encima de mi cuello, y mamá... bueno, pensé que le tendría que cruzar la cara, pero al final no hizo falta. Sólo tuve que tirar de ella.

La caricia hizo que algo dentro de mí se estremeciera, pero no dejé que lo notara. Si agradecías que te salvaran era porque estabas al borde de no poder ser salvado, aunque tú es no podías saberlo.

Y Diana, estaba claro, no iba a dejar que ese pensamiento se formara en su cabeza.

-No necesitarás que te lleve a cuestas, ¿verdad? No deben de servirte de mucho, esas piernuchas.

Ella se rió; era justo lo que yo quería. El precipicio se alejaba.

-No creo que pudieras llevarme con esos brazos de mierda que tienes-susurró, frotándose los ojos y apoyando su peso en mí. La verdad era que sí, podría cargarla a ella y a otra como ella, pero dejé que se creyera la ganadora en ese momento. Se estaba recomponiendo, y yo no tenía ningún derecho a hacer que volviera a romperse.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora