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—Celeste, padre, voy a irme a dormir. Estoy muy cansada —su madre, Teresa, se levantó de la mesa y caminó hacia su pequeño cuarto.

Cuando Teresa desapareció del salón su abuelo le preguntó—. ¿De dónde has sacado la comida? Porque lo del huerto no me lo creo, ni tu bisabuela se lo creería —lo miró por unos segundos y bajó la mirada avergonzada.

—Ya lo sabes. Fue robado —dijo la morena en un susurro.

—Pequeña mía, sabes que no es necesario hacer esto.

—Abuelo, si es necesario. Con las contrucciones que haces tú y con la ropa que lava mamá no nos alcanza ni para un trozo de pan.

—Esta bien, pero solo te digo que tengais cuidado en las calles que os metéis. Si os pillan nosotros no podríamos hacer nada —su abuelo la miró preocupado. Ella solo asintió y se levantó para recoger la mesa.

Pero su abuelo tenía toda la razón. Si alguna vez la pillaban a ella y a sus amigos sería todo un caos. Podrían morir, también junto con su familia. Las reglas principales era no meterse en ningún territorio que no fuera de tu clase. Aunque siempre tenían la suerte de no pillarlos a tiempo, alguna que otra vez los lograban alcanzar hasta el puente y la barrera. Pero desde ahí los guardias ya no podían entrar  y era bastante absurdo ya que Los Primeros no les daban el permiso de entrar ni aunque toda la Clase Baja robara todo el plobado.

—Nunca pierdas la esperanza mi pequeño cielo —escuchó como decía su abuelo antes de escuchar sus pasos alejándose.

Suspiró y cuando acabó de arreglar todo se dirigió hacia la pequeña sala para dormir en el frío suelo. Cerró los ojos y por un momento se olvidó de todo.

Aunque mientras que ella dormía en la cabeza de un muchacho no se escapaba su imagen.

Gabriel intentaba dormir pero la joven de aquel parque no se le salía de la cabeza. Era tan bella, tenía una belleza única, pensaba él.

Inconscientemente sonrió al pensar cada detalle de ella. Piel morena y de estatura media, casi la de él. Una cara redonda en la que estaban pequeños lunares negros, unas cejas largas y finas. Unos ojos marrones expresivos, una mirada suya transmitía miles de sentimientos. Pero cuando se fijó en esos pequeños labios tuvo la tentación de acercarse y probarlos.

Varias preguntas venían y se iban de la cabeza de Gabriel. ¿Dónde estudiará? ¿Dónde vivirá? ¿Quiénes serán sus padres? ¿Y si no es de esta clase?

Se sintió estupido por la ultima pregunta—. Me estoy volviendo loco. Mejor me voy a dormir –después de pensar por ultima vez en Celeste, cerró los ojos y se adentró en sus sueños.

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