6.

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Carlo caminó hacia Celeste, su morena favorita. Hoy pensaba disculparse por su actitud de ayer.

—Buenos días —saludó él con una sonrisa nerviosa.

—Bueno días Carlo —le devolvió la sonrisa.

—Yo venía a pedirte disculpas por como te grité ayer. Estaba demasiado preocupado por ti, me daba miedo pensar que te habían atrapado y que te pasara lo mismo que... —fue interrumpido por el inesperado abrazo de la muchacha.

—No pasa nada, igual pienso que no hay nada que perdonar. Aunque gracias por preocuparte.

—Me daba miedo no ver nunca mas tu horrenda cara —Celeste rodó los ojos cuando la actitud del chico volvió. Aunque la sonrisa no se le borraba del rostro—. Mira, ahí estan los chicos. ¿Vamos? —asintieron y comenzaron a caminar.

—¿Qué hacíais hablando a solas? Estabamos viendo, no queríamos os matarais mutuamente —dijo Abril cuando llegaron.

—Al parecer están bien. ¿Y qué? ¿Ya habeis decidido cuando os vais a casar? —rieron todos, incluso ellos. Ya estaban bastante acostumbrados de esos comentarios hacia ellos dos.

Todos pensaban que entre las bromas e insultos había algo más escondido. Pero se equivocaban, en el fondo los dos se apreciaban él uno con el otro. No llegaba a más de ser algo sobre el amor, porque Celeste no quería estar en ese circulo.


Gabriel entró en el pabellón y miró como no había nadie. Su entreno era mañana, pero no podía resistir a jugar un rato a lo que más le apasionaba, Balonmano.

Desde pequeño sentía curiosidad por ese deporte. Miraba partidos junto con su padre y siempre pensaba en como se sentirían todos esos jugadores cuando metían goles o ganaban. Cuando le dijo a su padre que quería entrar al equipo de su pueblo, Jackob no pudo sentir tanta emoción en su vida.

Agarro el balón y fijó la vista en la portería. Dios tres pasos y tiró el balón con fuerza. Sentía toda esa adrelina se apoderaba de él, que sus piernas y sus brazos actuaban solos. Le gustaba ese deporte, porque en cada partido siempre miraba a las personas que estaban ahí apoyándolos. Porque para él, su equipo significa algo más que un conjunto de personas, era una parte de él. Era su familia, que lo acompañaba por cada victoria que hacían, jugar con ellos era sentir como las fuerzas de todos se juntaban y hacían de una.

Escuchó unos aplausos y giró la cabeza encontrándose con Javier, frunció el ceño y se acercó a él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, ya que Javier sabía que su entrenamiento era mañana, así que era algo raro verlo por ahí.

—Creo que no merezco el puesto de capitán —el rubio rio ante tal comentario, saltó desde la barrera que los separaba y se sentó junto a su mejor amigo.

—¿Y ahora por qué dices eso? Yo pienso que te lo mereces, ya lo sabes. Has llegado muy lejos y ahora me dices que no mereces ser capitán.

—Lo sé, pero algunas veces siento que no merezco serlo. Te he visto ahora y veo como te apasiona realmente este deporte. Cuando a mi solo me obligaron a jugar, por tradición de la familia.

—Te habrán obligado, pero también veo que te esfuerzas de verdad para impresionar a tus padres. Pienso que eres uno de los mejores jugadores que he visto y que no hace falta que impresiones a alguien para ser el mejor.

—Te quiero hermano —abrazó a Gabriel, ignorando el hecho de que estuviera empapado de sudor.

Los dos se sentían plenamente felices de tenerse el uno con el otro. Eran como hermanos, pero sin la misma sangre compartida.

Se habían conocido cuando eran solamente unos niños pequeños, desde ese momento sabían que serían inseparables. Gabriel no dudaría ni un segundo en confiarle su vida a él.

Era un chico de no tener muchos amigos, aunque era bastante amable. Aunque los jovenes lo apodaban como uno de los más populares del pueblo. Pero el no era así, ni se sentía así. Se sentía un chico normal, parte de la familia Bonei, Urena.

Él sabía porque lo querían como amigo, solo lo querían por lo que el tenía y no por lo que era. Porque si él no llevara esos apellidos y no fuera de esa clase, lo juzgarían y no sería aceptado por nadie. Por eso evitaba a gente hipócrita, algo difícil, ya que estaba rodeado de aquel tipo de personas.

Estaba agradecido de lo mucho que tenía, pero también de los pocos amigos fieles que él sabía.

Celeste caminó hacia la pequeña casa alejada de todos. Tocó varias veces y se encontró con el rostro de Elias.

En cuanto el niño se dio cuenta de quien se trataba, la dejó pasar.

—¿Como está ella El? —preguntó con voz temblorosa.

—No la veo mejor, pero dice que ya no le duele tanto la barriga. Aunque los vomitos aún siguen.

—¿Puedo ir a verla? —Elias asintió. Celeste caminó lentamente y cuando ya estaba en frente de la puerta, se detuvo y suspiró antes de entrar.

Sofía le daba la espalda, la muchacha miraba la ventana en silencio.

—Que bueno que me visitas —giró el rostro y en ese momento el corazón de Celeste paró de latir por un segundo. La niña de pelo negro con trenzas y una gran sonrisa había desparecido ahora estaba aquí una palida Sofia, sin vida.

—¿Te han venido a visitar? —preguntó sentándose en la cama, mirándola fijamente.

—No pero estoy bien —sonrió, pero una sonrisa sin luz.

—T-tú no estas bien, no te mereces esta enfermedad —lagrimas empezaron a caer por sus mejillas, la pelinegra con tristeza las quitó.

—No me gusta que la gente llore por mí y menos que lo hagas tú. La gran y fuerte Celeste llorando, eso no está bien —rió sin gracia—. Estoy bien, porque aún puedo levantarme y respirar. Lo estoy porque puedo seguir mirando la ventana y estar con vosotros.

—Pero, tú no te lo mereces —la morena soltó un sollozo.

—Nadie se merece esta enfermedad, estoy agradecida de seguir viviendo Celeste. No culpo a nadie, ni a Dios por esta enfermedad. Es una de esas pruebas, en las que demuestras si eres fuerte o no. Si te vas a rendir o no —Celeste la miró con asombro. Siempre había admirado a Sofía por su gran mente y por su madurez, siendo más pequeña que ella—. Es como ser tú, nunca te rindes y sigues luchando por todo lo que quieres. A pesar de la vida que llevamos buscas una solución, pero lo importante es que nunca pierdes la esperanza.

—Pequeña, te juro que vas a salir de esta —la abrazó como si fuera la última vez que fuera ha hacerlo. Como ella había dicho, buscaría una solución para salvar a esa persona tan especial, costara lo que costara.


—El viernes habrá reunión —los dos muchachos alzaron la vista confundidos. Ellos casualmente iban a las reuniones de sus padres y si ellos tenían que estar presentes eran para cosas importantes.

—No sabemos de que tratará, pero estarán los hijos de las familias más importantes. Vosotros estaréis incluidos —Jackob los miró seriamente.

—¿Estará Rey? —preguntó Marcko con interés.

—Por ahora a él no lo hemos llamado —respondió con temor.

—Ni pensamos hacerlo —siguió su madre.

DiferentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora