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—Oh —gemí cuando el cuerpo sudado de Leo volvió a moverse encima de mí, haciendo que llegara más profundo y tocara un punto dentro de mí que me hizo gritar.

Tenía que controlar mis gritos, y era muy complicado. No era fácil cuando tu vecina es una sesentona que no tiene nada mejor que hacer que espiar lo que hacen los demás y luego contárselo a sus madres.

Los labios de Leo se pegaron a mi cuello y succionaron sin piedad. Quería pararlo porque como mis padres vieran una marca iban a matarme, pero ni siquiera podía pensar con claridad. Me sentía en el límite, como si estuviera a punto de estallar en un increíble orgasmo, pero por algún motivo este no llegaba. Le pedí a Leo que me lo hiciera más fuerte y él obedeció, haciéndolo más intenso y rápido. Bajé una mano por mi torso, por el hueco entre nuestros cuerpos, hasta llegar a mi punto más sensible, y lo estimulé. El placer aumentó, pero seguía sin poder estallar.

Entonces Leo gimió y soltó un gruñido, corriéndose dentro del preservativo.

Se separó y noté el aire sobre mi piel. Hacía un calor horrible para estar a finales de septiembre, pero tras una sesión de sexo tan intensa como esa cualquier cosa parecía fría.

Leo dejó un beso corto en mis labios y sonreí. Había pasado una semana desde que nos acostamos en la fiesta, y ya estábamos así otra vez. Nos habíamos saltado clase ese día para ir a mi casa, donde estábamos en ese momento, y la verdad era que me asustaba que mis padres pudieran venir, pero lo dudaba ya que ambos estaban siempre muy ocupados. Nina había quedado con no sé quién, porque como quedaba poco para que se fuera a París estaba aprovechando para quedar con mucha gente.

Había otro tema que me preocupaba. Yo había descubierto lo que era un orgasmo solo unos pocos meses atrás, y lo había descubierto por mí misma, tocándome. Aún así, era incapaz de llegar cuando estaba teniendo sexo con alguien, y por si fuera poco constantemente tenía la sensación de que iba a correrme, lo que se traducía en un placer muy intenso que no llegaba a estallar, pero ese orgasmo nunca llegaba. Me pasó con un chico con el que me había liado en verano, y ahora me pasaba con Leo. Era muy frustrante.

Eso no significaba que no disfrutara del sexo, en absoluto —si no lo disfrutara no lo haría—, me encantaba, y lo que acababa de hacer con Leo había sido increíble, pero sentía que podría estar disfrutándolo muchísimo más.

—Luego iré al gimnasio —dijo Leo, aún echado a mi lado en la cama y con la cabeza apoyada en su mano—. ¿Vienes y nos vemos en los baños?

—He quedado con una amiga —contesté, declinando su oferta.

—Va —insistió, empezando a besar mi cuello—, queda con ella mañana por la tarde.

—Mañana tengo Francés —respondí.

—Bueno, pues tú te lo pierdes —dijo, separándose de mi cuello.

Me giré hacia él, con una ceja levantada, pero pese a haber sentido que sus palabras tenían un tono desagradable, vi que tenía una expresión juguetona en el rostro, así que me tranquilicé. Volví a besarlo brevemente y me levanté de la cama.

—Voy a darme una ducha. ¿Vienes? —propuse.

—No puedo, he quedado con una amiga —contestó con una sonrisa maliciosa.

—Pues pásatelo bien. —Me encogí de hombros y me fui a la ducha con una sonrisa triunfal.

Leo terminó uniéndose a la ducha pero la cosa no fue a más, y se fue al poco rato. Yo comí sola, porque mis padres nunca comían en casa y Nina estaba fuera, y me eché una siesta antes de salir a la calle para verme con Patri, que había sido mi mejor amiga desde primaria.


Cosas de rubiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora