El viernes había llegado, y salí de la ducha corriendo porque, cómo no, iba con el tiempo justo.
—¡Ariadna, la ropa! —me reprendió mi madre, pasando por mi lado con una pila de camisetas perfectamente dobladas, preparadas para meter en la maleta, ya que a la mañana siguiente se iban a la casa que tenía mi tía en la montaña, a dos horas de Barcelona.
Ya se podrían haber ido esa tarde, para que así la casa estuviera libre y yo pudiera traer a Leo a dormir después de la fiesta, pero no.
—¡Me has visto desnuda mil veces! —respondí, sin bajar mi ritmo frenético, y ni siquiera esperé a que contestara antes de cerrar la puerta de mi habitación.
Me quité la toalla que me había enroscado en la cabeza, y me miré en el espejo de cuerpo completo que tenía en la habitación.
—Bueno... y ahora, ¿qué? —me pregunté a mí misma.
Mi primer paso fue entrar en la habitación de Nina para ver si podía robar algo. Seguíamos sin hablarnos, pero tampoco se iba a enterar si le cogía ropa —ya me encargaría de bloquearla de mis historias de Instagram durante la noche—, así que no pasaba nada. Solté un gruñido cuando, tras estar unos minutos examinando su armario, me di cuenta de que se había llevado toda la ropa de verano.
Iba a tener que desenterrar de mi armario prendas que sabía que tenía pero que llevaba mucho tiempo sin encontrar —porque tampoco es que las hubiera buscado, era ver la montaña de ropa en el armario y perder todas las ganas de buscar nada—.
Volví a mi habitación, abrí el armario y empecé a sacar prenda tras prenda. Al cabo de un buen rato, cuando una gran parte del montón de ropa del armario se había trasladado a mi cama, encontré el top que buscaba y sonreí.
Terminé de vestirme a las nueve. Teniendo en cuenta que todavía me faltaba maquillarme y peinarme, y que había quedado a las nueve y media en casa de Natalia para cenar con ella, Marian y Silvia, tenía pinta de que no iba a llegar. Cenar en su casa era algo contraproducente porque mi casa quedaba mucho más cerca del sitio al que íbamos a ir, pero como mis padres estaban en casa, no podíamos cenar ahí. Habíamos decidido probar un club que habían inaugurado apenas tres meses atrás, y por suerte quedaba a cinco minutos de mi casa, así que no iba a tener problemas para volver.
Al final pasé de maquillarme y salí de casa para coger el autobús, que me iba mejor que el metro para ir a casa de Natalia. Tenía veinte minutos de viaje, así que saqué el móvil para viciarme un rato a un juego nuevo que me había descargado, pero me encontré con un mensaje de Nina.
Nina: Hola, ex-compañera de útero
Sonreí al leerlo, pero decidí hacerme la difícil y tardar un poco en contestar, porque así de paso igual se le ocurría no sé, disculparse.
Nina: Mira, he estado pensando y me he dado cuenta de que nos peleamos por una tontería (como siempre). Llevo días queriendo hablarte, y te echo de menos.
Me molestó que se refiriera al motivo de nuestra pelea como "una tontería", porque para mí no lo era, pero se lo concedí porque me alegraba de que por fin me hubiera hablado, y porque sabía que a Nina le costaba pedir perdón. De todos modos, me apetecía hablar con ella y que me contara cosas de París, así que presioné el botón de videollamada y estuve hablando con ella durante el resto del trayecto en autobús.
Colgué justo antes de bajarme del bus, y pasé rápidamente por el supermercado para comprar vino. Llegué a casa de Natalia a las nueve y cuarenta, que era una hora aceptable, y más teniendo en cuenta que Silvia todavía no había llegado. Solo estábamos Marian, Natalia y yo en la casa, porque Anna al final no había podido venir, y los chicos iban a venir más tarde.

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Cosas de rubios
RomanceAri tiene prisa. Prisa por disfrutar, por sentir, por enamorarse, por conocer a gente, por empezar a vivir la vida que ella considera ideal después de años de aguantar insultos. No se corta un pelo ni se avergüenza de ser como es, pero a veces la pr...