Leo no me habló durante la primera mitad de la clase de Historia del Arte, y eso que estaba sentado bastante cerca de mí, pero parece que las explicaciones del profesor sobre la dramática muerte de Basquiat le hicieron reflexionar o algo así, porque en cuanto tuvimos un descanso vino a hablar conmigo como si no hubiera pasado nada. No quise reclamarle una disculpa ni sacar el tema de lo que había pasado apenas dos horas antes porque ese día no tenía ganas de más conflictos, pero no estaba contenta con su forma de actuar.
La clase terminó a las dos —dos y diez, realmente, porque el profesor tendía a emocionarse tanto que no miraba el reloj—, lo que significa que Gabriel y yo teníamos casi una hora para matar. Me despedí de Leo rápidamente, asegurándole que nos veríamos a las siete, y me encontré con Gabriel en el pasillo.
—Mexicano —me propuso cuando pensábamos en qué comer.
—Me sienta fatal —respondí, y él hizo un puchero, como si acabara de arruinar el mejor plan del mundo—. ¡De verdad! Si me como un solo taco, estaré con dolor de barriga hasta mañana.
—Igual la salsa roja esa que les echas no es ketchup, precisamente —bromeó, y solté una carcajada.
—Tonto —murmuré, divertida—. La verdad es que no conozco demasiados lugares para comer aquí cerca.
—Pues muy mal. —Negó con la cabeza, fingiendo indignación—. Lo primero que hice al empezar la uni fue explorar los sitios para comer. Tengo un ranking, y todo. El mexicano estaba el primero.
Me eché a reír, y empecé a bajar las escaleras en el camino a la salida.
—¿Cuál está en el segundo puesto? —inquirí.
—Comida tailandesa —contestó—. ¿La has probado?
—Una vez, y me gustó mucho —respondí—. Creo que ya tenemos plan.
—¡Bien! —exclamó para sí mismo, y volví a reír.
Así que fuimos al tailandés, que quedaba a apenas cinco minutos de la universidad, y nos pedimos unos pad thai para llevar, porque en el local había pocas mesas y estaban todas ocupadas. Terminamos comiéndolos sentados en el primer banco que encontramos.
—¡Está buenísimo! —dije, porque estaba incluso más bueno que la anterior vez que lo había probado.
—El mejor tailandés del barrio —contestó él, asintiendo con la cabeza—. A veces me dan ganas de pedirle matrimonio a la señora que los prepara, pero sería un poco raro.
—Probablemente. —Reí, y luego recordé lo que había hablado con los demás durante el desayuno—. Oh, por cierto, con Natalia y los demás decíamos de salir este viernes. ¿Te apuntas?
—Creo que he quedado este viernes —respondió, y debo admitir que me sentí un poco decepcionada, porque la otra vez que habíamos salido de fiesta Gabriel tampoco había venido—, pero tampoco es seguro, así que ya os diré. ¿A dónde quieren ir?
—Pues no tengo ni idea, pero seguramente acabemos en Apolo, porque a todos nos gusta.
—A mí también me gusta Apolo —murmuró, centrado en mezclar sus fideos con los palillos, y luego se rió—. ¿Sabías que tuve que verme un tutorial de YouTube para aprender a usar estas cosas? Al principio siempre me hacía un lío.
Me eché a reír, porque la imagen mental de Gabriel trabajando su técnica con los palillos delante del ordenador era de lo más graciosa.
—Qué mono —lo pinché con un tono burlón, y él solo sonrió, haciendo que los hoyuelos en sus mejillas se marcaran.
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Cosas de rubios
Любовные романыAri tiene prisa. Prisa por disfrutar, por sentir, por enamorarse, por conocer a gente, por empezar a vivir la vida que ella considera ideal después de años de aguantar insultos. No se corta un pelo ni se avergüenza de ser como es, pero a veces la pr...