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—Esta primera clase la dedicaremos a teoría sobre la representación del cuerpo humano, con varios referentes, y luego plantearemos el primer ejercicio —nos explicó el profesor y asentí, sentada en el suelo.

Comenzó con la explicación teórica y tomé apuntes con entusiasmo. Empezó introduciéndonos la visión del cuerpo en las primeras obras de arte conocidas de la humanidad y luego fue pasando por pintores como Manet, Schiele, Picasso, Bacon... Ya los había estudiado a todos en bachillerato mil veces, pero al enfocar la clase en el cuerpo estaba aprendiendo muchas cosas nuevas.

Alguien tocó mi hombro y giré la cabeza distraídamente, aún atenta a lo que decía el profesor —siendo consciente de que mi atención solía durar más bien poco—, para encontrarme con el chico rubio del que Marian había hablado el día anterior.

—¿Tienes un boli? —preguntó en un susurro.

Solo pude asentir con la cabeza.

El día de la presentación apenas me había parado a fijarme en él, pero la verdad es que, además de atractivo, era interesante. Y creo que su atractivo se debía a eso, de hecho. No era guapo como el "guapo" que entra en el cánon de belleza, por decirlo de alguna forma, era exótico. Mandíbula marcada, ojos marrones, la nariz y parte de sus mejillas manchadas de pequeñas pecas marrones, labios carnosos —joder—, y el pelo rubio un poco largo y recogido de cualquier manera en una coleta de la que sobresalían algunos mechones ondulados.

Intentando no quedarme mirándolo demasiado rato para que no se diera cuenta, abrí mi pequeño estuche amarillo y busqué.

—Solo tengo un lápiz —le dije al ver que el único boli que tenía era el que yo estaba usando.

—Me sirve. —Sonrió enseñando los dientes.

Hoyuelos. Sonrisa con hoyuelos.

Le di mi lápiz y, después de que él me diera las gracias y yo contestara con una pequeña sonrisa, me giré para volver a escuchar y tomar apuntes, pero mi atención parecía haber desaparecido.

Ni dos minutos más tarde estaba dibujando en mi libreta. Sí, me interesaba mucho Picasso y su representación de las prostitutas en Las señoritas de la calle de Avinyó, pero ya lo había estudiado, y en ese momento dibujar la ventana del aula parecía una idea mucho más atractiva.

—Y es por eso que Kandinsky mandó a la mierda la pintura figurativa y se pasó a lo abstracto —concluyó el profesor casi una hora más tarde—. Os soltaría un rollo sobre cuarenta artistas más, pero ahora mismo solo me interesa que veamos hasta aquí, y además para eso ya existe la asignatura de Historia del Arte. Vayamos a lo que nos interesa: el ejercicio de hoy.

El ejercicio planteado para empezar el bloque del cuerpo consistía, cómo no, en la representación del cuerpo.

—Para hacerlo, en la próxima clase traeremos a una modelo, y en la siguiente a un modelo masculino —comentó.

—¿La modelo estará desnuda? —preguntó Leo con una sonrisa, y el profesor rodó los ojos.

—Sí, ambos estarán desnudos.

—Creo que disfrutaré la próxima clase —contestó Leo, y una gran parte de la clase rió.

—Me alegro —murmuró el profesor sarcásticamente—. Malditos adolescentes pubertos.

Solté una carcajada al escuchar al profesor, y cuando dio el ejercicio por empezado cogí mis cosas y me levanté. Fui a dejarlas encima de la única mesa vacía que quedaba —para poder ver bien la pantalla había tenido que sentarme más adelante, en el suelo—, que era bastante grande, y a mi lado se sentó Silvia. El chico rubio ocupó uno de los extremos de la mesa, y Marian se sentó a su lado. Le di una sonrisa de complicidad, recordando que ella había dicho que ese chico le parecía atractivo, y ella se mordió el labio disimuladamente de vuelta.

Cosas de rubiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora