3

50.5K 2.4K 304
                                    

—¡Nina! —grité, golpeando la puerta de su habitación.

—Ariadna, por Dios, ¿qué te he dicho sobre ir desnuda por la casa? —me regañó mi madre—. Tápate.

—Pero si sois mi familia —repliqué, poniendo una mano sobre mi cadera desnuda, y abrí la puerta de la habitación de mi hermana ante su falta de respuesta.

Entré, cerrando la puerta detrás de mí, y la vi sentada en la silla de delante de su escritorio, mirando vídeos en YouTube.

—¿Te he dado permiso para entrar? —preguntó, con una ceja levantada.

—No, pero no contestabas y he creído que te habías desmayado o algo.

—Qué considerada. —Rodó los ojos— ¿Qué quieres?

—Tengo una crisis de vestuario. —Suspiré, echándome en su cama.

—¿No tienes ni unas bragas que ponerte? —preguntó, mirando a mi cuerpo desnudo.

Ignoré su pregunta y suspiré otra vez.

—Es injusto, ¡tú tienes mucha más ropa que yo! —me quejé.

—Tú tienes ropa —apuntó—, pero tienes el armario tan hecho un asco que es normal que no encuentres nada.

—Ya te pareces a mamá —gruñí, abrazando mis piernas sobre su cama.

—Esto ya es de peli porno —dijo—. Vístete, exhibicionista.

—Déjame esos pantalones negros tan geniales.

—Pero si son largos —me recordó.

—Ya, pero salgo por la noche. Además, esos pantalones no dan calor.

Al final me los terminó dejando —probablemente para que la dejara en paz— y me los puse con un top corto blanco de tirantes. Eran unos pantalones de tela anchos por las piernas, pero me hacían un culo fantástico. Me calcé unos botines negros preciosos que había comprado unos meses atrás, recogí mi largo pelo rubio en una trenza y, tras maquillarme un poco los ojos y labios y coger mi bolso, salí por la puerta.


***


—¿Dónde está este lugar? —murmuré para mí misma, mirando el mapa de mi móvil como si estuviera en chino.

—Yo me pregunto lo mismo —dijo una voz femenina a mi lado y me giré, sobresaltada, para encontrarme con Silvia.

—¿Cuándo has aparecido? —pregunté—. ¿Eres una ninja?

Ella rió y empezamos a buscar el lugar juntas. No es que fuéramos tontas y no pudieramos leer el mapa, era solo que estábamos en una zona de Barcelona en la que nunca antes habíamos estado —Pedralbes, el barrio de los ricos, ni más ni menos—, y entre que no había nadie a quien preguntarle y que la ubicación de mi móvil iba fatal, no había quien se orientara. Aún así, conseguimos seguir el camino más o menos, y terminamos en una rotonda diez minutos más tarde, mirando qué salida seguir.

—No hemos nacido para la orientación. —Suspiró Silvia.

—Tercera salida —dijo Leo, viniendo por detrás, y sonreímos al verlo—. Tenéis cara de perdidas.

—¡El salvador! —exclamé, y me abracé a su cuerpo de forma exagerada, haciéndolo reír.

—¿Cómo piensas recompensármelo? —susurró en mi oído con voz ronca.

Me separé y lo miré levantando una ceja.

—Yo no hago nada para recompensar a nadie.

—Vale, tigresa. —Rió.

Cosas de rubiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora