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Era un viernes por la mañana, a segunda hora, y al terminar esa clase por fin podría empezar el fin de semana. Además, se suponía que ese sábado iba a ser especial, porque haríamos la fiesta de despedida de Nina con sus amigos. Sonará a mala hermana, pero no tenía ganas de aguantarlos.

Pese a ser mellizas, Nina y yo nunca habíamos tenido las mismas amistades. Directamente, Nina era muchísimo más popular que yo. Hubo una época en la que yo también lo era, pero entonces empecé a tener vida sexual, me cayó el título de "zorra", y mis amistades se redujeron básicamente a dos: Patri y Álex. Tampoco necesitaba a nadie más, porque a veces cuando te cae un título que los demás consideran malo y se te empieza a dejar de lado, consigues distinguir entre amigos de verdad y personas que no merecen la pena. Incluso había tenido problemas con Nina porque había seguido relacionándose con gente que me insultaba abiertamente, pero nunca olvidaré el día épico en que un par de chavales, amigos de mi hermana, me arrinconaron para decirme cosas no muy agradables, y Nina apareció hecha una furia. Casi les parte la cara, y yo me quedé a cuadros porque no me lo esperaba.

—Hola, aterriza —me dijo Natalia, hablando en voz baja, e hice un movimiento de cabeza, volviendo a la realidad—. Hace cinco minutos que ha terminado la clase y este hombre sigue hablando.

—Al menos lo explica con pasión. —Me encogí de hombros al ver al profesor hablando de lo mucho que Delacroix había aportado al mundo.

Natalia rió por lo bajo y el profesor miró el reloj de su muñeca antes de poner cara de sorpresa.

—¡Vaya! Ya es la hora, ¡qué rápido ha pasado! —dijo con una sonrisa—. La semana que viene empezaremos un proyecto sobre el Romanticismo, así que podéis ir mirando artistas o temas de ese movimiento que os interesen.

Hubo un asentimiento general con la cabeza y empezamos a recoger nuestras cosas. Natalia se fue a hablar con una chica italiana, Anna, que al parecer se había mudado a Barcelona para estudiar aquí. No hablaba demasiado español, aunque al ser su lengua parecida a la nuestra nos conseguíamos entender, pero era simpática, y a Natalia parecía gustarle.

Me quedé con Silvia, quien había notado que lleva varios días mirando mucho a Marc. La gente debía considerarme una especie de acosadora, pero me gustaba fijarme en lo que hacían los demás. No con ningún propósito de espiar, sino porque me parecía interesante. Parecía que las hormonas de todo el mundo estaban revolucionadas —y las mías no eran una excepción—, así que era divertido intentar adivinar a quién le gustaba quién.

Cuando ya lo tuve todo metido en la mochila, la cargué en mi espalda y salí de la clase con Silvia, encontrándonos a Marian por el camino.

—Madre mía, menudo aburrimiento —dijo en cuanto empezamos a caminar hacia la cafetería—. Que sí, que Delacroix está muy bien, pero no da para tres horas. Este hombre se emociona y se va por las ramas.

La verdad es que en tres horas habíamos recibido una larga lección sobre Delacroix, su vida, su obra, sus amigos y sus dramas amorosos. Se entendía la queja de Marian, y en parte tenía razón, pero yo prefería tener un profesor apasionado por lo que explicaba a uno que pasara de todo y se dedicara a leer diapositivas.

Mientras tomábamos un café en el bar más cercano a la universidad, Natalia y Anna se nos unieron. Al poco rato llegó Leo con otro chico al que apenas conocía, y por último apareció Gabriel con varios libros cogidos de la biblioteca. Se sentó a mi lado, de modo que quedé sentada entre él y Leo, y dejó la pila de libros sobre la mesa.

—¿Fotografía analógica? —le pregunté, leyendo el título de uno de ellos—. Pero si pensaba que ya eras todo un experto en ese tema.

Él sonrió.

Cosas de rubiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora