His Gift & Their Power

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???, ???

—La mataste.

La diosa de las Tinieblas lo dice como una afirmación.

Raymond asiente.

—¿Por qué?

Las Sombras se arremolinan detrás de la diosa. No son amenazantes. No buscan ahuyentarlo. Simplemente acompañan a su querida Ciprine.

—Era una molestia.

El rostro de Ciprine permanece imperturbable.

—¿Cómo decidiste eso?

—Su presencia era innecesaria.

Ciprine se levanta de su trono con espinas —no solían estar ahí, crecieron hace muy, muy poco...— y se acerca a Raymond. Su Oz brilla con luz oscura y su piel reluce con el manto frío de la Muerte y sus prisioneros.

—En ese caso —dice—, creo que estás de acuerdo en que la presencia de todos es innecesaria. El Mundo no nos necesita. A nadie. Somos los que se aferran a él, no los que sienten su peso colgando de nuestros hombros.

—Tú eres una diosa —murmura Raymond como si eso fuese relevante—. Tú eres necesaria.

Ciprine apoya el filo de su Oz contra el cuello de Raymond. Sus ojos muestran un agujero negro en sus centros. Raymond siente orgullo y deseo correr en sus manos y bajar hacia su estómago. Es tan hermosa. La quiere a su lado para siempre. La quiere amándolo por la eternidad.

—Soy uno de los cuatro peones más desechables.

La Oz no atraviesa la piel de Raymond.

Luego de despedir a Raymond de su castillo, Ciprine no vuelve a aparecer frente a los ojos de nadie.

La próxima vez que las Sombras tienen a un amado, éste responde al nombre de Eliseo y las cadenas en sus muñecas son más pesadas que antes.

Agosto 2020, Corea del Sur

—Era tan... distante... no le importaba... no creo que alguna vez...

Solíamos tener algo hermoso.

Edward sabe que está murmurando incoherencias en voz baja, que su mente está dividida entre creer lo que percibe o atribuírselo todo a un sueño, que su cuerpo está clavado a una pared y que lo ha estado durante tanto tiempo que el dolor simplemente decidió esfumarse.

Se siente adormecido.

Se siente inmerso en un limbo de recuerdos agridulces y pensamientos rotos.

Siempre te amé tanto.

—... pero no... no me veía...

De forma distante —como sucede con las cosas a las que se está acostumbrado— Edward puede distinguir el camino lento y húmedo que recorre su sangre. Desde las palmas de sus manos hasta las puntas de sus dedos. Desde sus antebrazos hasta las colinas de sus codos. Desde sus clavículas hasta el inicio de sus omoplatos. Desde sus muslos hasta el doblez de sus rodillas. Desde sus tobillos hasta las plantas de sus pies.

Lo distingue todo, pero no siente nada.

Quizá la pérdida de sangre lo lleve al punto sin retorno.

—Una... una vez más... —su voz suena distinta. Pequeña. Insuficiente. Está desapareciendo y Edward no tiene idea de cómo traerla de vuelta. No tiene idea de si es posible—... quiero... una vez...

A Single ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora