His Passion

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El Amante ingresa en un teatro casi vacío. Las butacas no tienen ocupantes y una persona vestida con las mejores telas toca un violín en un escenario que carece de luces o telón. La persona tiene los ojos cerrados y sus finos labios —manchados de rojo, cubiertos de su propia sangre o de alguna pintura colocada a la fuerza— forman una línea suave y tentadora.

No deja de tocar mientras el Amante camina hasta la primera fila y toma asiento en una de las butacas. Los movimientos del artista —dulce, andrógino Aloys— se reducen al ligero danzar de su cabello ondulado. El Amante no deja de observarlo. Mira y se siente más feliz de lo que ha estado nunca. Quiere besar la piel de Aloys, halar de sus cabellos largos, hacerlo arrodillarse a la altura de sus caderas.

Los ojos de Aloys se abren ligeramente. Verdes. Brillantes. No muestran más emoción que un hondo cansancio que se ha vuelto usual. Aloys lo observa unos segundos, pero la mayor parte de su atención está en la música. El Amante nunca ha sido su persona favorita. De hecho, raramente acepta encontrarse con él.

Hoy es una excepción.

Hoy es para que las manos del Amante lo toquen a él y no a alguna otra persona sin culpa sobre sus hombros.

Los últimos segundos de la pista son turbulentos y están empapados de energía nerviosa. Aloys siente la tensión de su cuerpo aumentar hasta el máximo, y luego, con un suspiro y la última nota, desaparecer en menos de un segundo. Se siente mejor tras haber tocado un poco. Desde siempre, todo ha sido mejor que estar junto a ese hombre de anchos hombros y sonrisa ladina.

¿A dónde quieres que vayamos? —le pregunta al Amante mientras guarda el violín en su estuche.

Tú elige esta vez, querido —le permite levantándose de la butaca y alisando su ropa. Ofrece sus brazos a Aloys, y éste, dubitativo, se deja ser sostenido por ellos. Cuando el Amante le besa el cuello, muy cerca de la única cicatriz que tiene, Aloys suspira en silencio y murmura:

Llévame al mar.

El Amante —Francisco, ojos oscuros, piel morena, mucho más pesado y fuerte que Aloys— sonríe contra la piel tierna de su mandíbula.

Está bien.

Abril 2017, Egipto

Benjamín lo acompaña desde El Cairo hasta el Templo de Hathor.

A lo largo del camino, comparten historias, risas, caricias y algunos besos.

Poco antes de separarse, juntos en una pequeñísima ciudad cercana al Templo de Abydos, Edward y Benjamín pasan por un momento casi doméstico en la habitación de un hotel diminuto.

—Oh, Edward —ríe Benjamín contra su mejilla—. Somos patéticos. De verdad lo somos —. Y a pesar de ello, sus brazos rodean el cuello de Edward y lo sostienen contra sí un largo rato. —Todavía lo amo —dice refiriéndose a Amún—... es de lo peor, pero todavía lo amo —su respiración roza el oído de Edward y hace cosquillas en su cuero cabelludo—. Um... me parece muy extraño no estar con él. Estuvimos juntos desde que yo era un adolescente. Hace siglos. No conozco nada además de él. Había sido el único...

—¿No habías besado a nadie más?

Benjamín se separa de él lentamente, sus ojos brillando con humor pícaro y su boca tersa acariciando a Edward hasta llegar a sus labios.

—Aprecio la fidelidad —sonríe—. Si él no lo era, yo iba a serlo... Me mantuve fiel intentando que Amún también lo fuese. Al final, sin embargo, creo que esperé demasiado de él.

A Single ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora