Capítulo 5: Ardiendo a fuego lento

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-¡Ya basta Dilan! ¡Nico por favor no lo muerdas!- llevaba ya casi media hora gritando.

Había sido demasiado perfecto para ser verdad.

En un principio, aquel par de gemelos se habían mostrado como unos angelitos, pero ya al día siguiente sacaron las garras. Eran capaces de comportarse perfectamente bien siempre y cuando alguno de ellos no se antojara de lo que tenía el otro.

La disputa de hoy había comenzado cuando a la hora del almuerzo Dilan se antojó de la manzana que tenía Nico. No entendía el por qué, la única diferencia entre ambas era que la de Nico aún tenía el tallo y la de Dilan no.

Tan pronto como Dilan fue en busca de la manzana Nico comenzó a soltar sendos alaridos ininteligibles y una vez que sus estruendosos reclamos no dieron frutos, se abalanzo sobre su hermano.

La manzana había quedado olvidada sobre la mesa y ambos se revolcaban en el piso mordiéndose y halándose el cabello.

Yo por mi parte me quedé en shock.

Sabía que Kata estaba a un par de metros en la cocina y que era 99,9% probable que hubiera escuchado el alboroto, pero en ningún momento apareció para darme apoyo. Igualmente ni José ni Alejandro se aparecieron por ahí, tan pronto como terminaron su comida se perdieron.

¡Ahora entiendo porque me contrató!- exclamé mentalmente. Era parte de mi trabajo ser como la ONU en medio de lo que pronto podía ser la tercera guerra mundial.

Como pude me ubiqué en el medio de ellos, pero tan pronto como lo hice sentí una mordedura en el brazo y un tirón en el cabello mientras poco a poco perdía la capacidad auditiva gracias a sus gritos.

Haciendo uso de la poca fuerza bruta que poseía tomé entre mis brazos a Nico, quien parecía ser el que iba ganando la batalla, y salí corriendo.

Detrás de mi sentía los apresurados pasitos de de Dilan junto con sus gritos y lagrimas.

Subí las escaleras y encerré a Nico en su habitación: -Ahí te vas a quedar hasta que te tranquilices.- grité.

En eso Dilan me alcanzó y comenzó a golpear la puerta, estaba dispuesto a continuar intercambiando mordidas y golpes con su hermano. Me ubiqué entre él y la puerta, y por segunda vez fui víctima de sus mordidas y jalones.

Igual que con Nico tuve que usar la fuerza. Lo abracé por detrás e inmovilicé sus brazos. Aquel pequeño niño se batió con todas sus fuerzas y entre gritos y llantos protagonizó lo que consideraría la rabieta más grande de todas.

Media hora después se quedó dormido entre mis brazos, lo cargué y abrí la puerta del cuarto. Nico se había quedado igualmente dormido en el suelo cercano a la puerta.

Cuando salí de la habitación estaba sudando y exhausta. Tenía ambos brazos mordidos y rajuñados y podía apostar que había perdido un par de mechones en la contienda.

Mientras bajaba las escaleras sobándome escuché lo que parecía ser una risa.

En la planta baja, Alejandro se revolcaba de la risa y sostenía un pequeño palito marrón en la mano.

Puse los ojos como platos. El muy imbécil conocía tan bien a sus hermanos que sabía que algo tan simple como quitarle el tallo a una de las manzanas desencadenaría semejante desastre.

Baje corriendo los escalones con una expresión rabiosa en los ojos, sentía ganas de matarlo. Pero para completar la humillación, tropecé en el último escalón y caí de cara al suelo estrepitosamente.

Ahora las risas de Alejandro eran estruendosas, primera vez que lo veía reír así y todo gracias a mí. Intenté levantarme para salvaguardar el poco orgullo que me quedaba, pero fue imposible.

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