Capítulo 3: Problemas en el paraíso

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Esa mañana me levanté muy temprano, necesitaba hacer un par de diligencias antes de continuar con mi recorrido.

Estuve toda la noche debatiéndome sobre la forma correcta de comunicarme con mi madre. Al principio consideré una carta, pero entonces caí en cuenta de que la dirección postal me delataría y si conocía bien a mi madre (que así era) sabía que esa mujer sería capaz de venir hasta España a buscarme así fuera en bote de remos.

Primera idea: descartada.

¿Un email? Consideré luego. La idea no sonaba mal, salía y buscaba algún sitio con conexión a internet, ingresaba a mi cuenta y podía escribirle todo lo que quisiera. Pero sabía que un simple correo electrónico no sería suficiente para aplacar, al menos temporalmente, el ataque de ansiedad e histeria que probablemente estuviese viviendo mi madre en estos momentos.

Una llamada sería lo ideal, escuchar mi voz sin duda alguna la tranquilizaría. Y a menos de que tuviera a la CIA metida en nuestra casa, le sería imposible saber desde donde la estaba llamando. De todas formas no hablaría más de dos minutos por si acaso.

Bajé a la primera planta para desayunar en el comedor principal. El resto de los huéspedes ya se encontraba allí con sus respectivos platos. Ésta mañana la Señora María se había esmerado en hacer el desayuno, así que me dediqué unos minutos a disfrutarlo.

Subí a mi habitación y tomé mi bolso pequeño. A diferencia del día anterior, sólo metí mi billetera.

Cuando salí de la posada, el sol abrasador de las 9 de la mañana me cubrió por completo. Gracias a dios sólo vestía un corto short de jean y una holgada camisa de tiras blancas, sino no hubiese vivido para contarlo.

Me dirigí un par de calles mas abajo dentro del casco antiguo de la isla, donde la señora María me dijo que encontraría un pequeño local con conexión a internet y cabinas telefónicas.

Era un sitio moderadamente amplio, cuya decoración seguía esa temática de la época colonial. Aquellas computadoras y cabinas telefónicas plásticas parecían estar totalmente fuera de lugar ahí.

Me dirigí hacia el mostrador donde un señor de 30 años más o menos, me atendió. Me entregó una pequeña tarjeta con el número 2, la cabina telefonía que me correspondía.

Pasando entre las mesas de las computadoras, en la parte del fondo estaban los teléfonos.

Entré y solté el bolso en el piso, pero cuando comencé a marcar el número de mi casa inesperadamente comencé a sentirme ansiosa.

Tenía miedo de llamar  a mi madre, sabía que de seguro estaría hecha una fiera y tan pronto como contestara el teléfono me daría un regaño de proporciones épicas. Sin embargo, sino la llamaba, cuando volviera a casa me iría mucho peor.

Necesitaba algo de valor para llamarla.

Decidí entonces, llamar a mi amiga Lisa primero. Estaba segura de que a estas alturas ya se habría enterado de mi desaparición y probablemente se sintiera traicionada porque no le conté absolutamente nada sobre éste viaje.

-Aló.- escuché su voz después del segundo repique. Gracias a dios y contestó ella, porque si lo hubiese hecho su madre me habría visto en la penosa necesidad de colgar.

-Hola Liz, soy Ali.

La escuché soltar un largo suspiro antes de que volviera a hablar.

-¡Oh por Dios Allison! ¿Dónde demonios te encuentras? ¿Acaso tienes alguna idea de lo que he pasado por tu culpa? Tu madre me mantuvo bajo un intensivo interrogatorio todo el día de ayer. Te aseguro que ni siquiera los prisioneros de guerra están bajo tanta presión.

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