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Al tercer día, mis caderas dolían, pero era un dolor adictivo.

Pensé que era hora de que regresara al trabajo, y aunque llegué temprano tenía un humor increíble.

David me vio, y yo lo saludé.

Fer, creí que ya no vendrías.

¿Cómo crees? Si amo el trabajo.

Él se rió: — Me alegro, Fer, te ves descansado. ¿Morfeo finalmente llegó a tus desvelos?

Créeme que sí.– Dije con una sonrisa cómplice.

En estos días no he hecho otra cosa más que caer una y otra vez en los brazos de Morfeo.– Mencioné mientras me alejaba a saludar a todos.

Ya quería que fuera hora de regresar a casa.

Y pedí estar entre los brazos de MorfeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora