79✨ Año Nuevo [Parte 2]

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Maratón 3/3

El grito de Claudia captó la atención de todos los presentes, y en pocos segundos una congregación de gente se amontaba a los alrededores del desfallecido hombre.

Mis piernas flaquearon, pero sentí unas manos llegar hasta mis hombros. Lucy estaba detrás de mí, observando la escena con total horror, así como Nicholas, quien llegó a su lado.

Por su rostro no podía deducir bien su expresión, pero no variaba mucho de entre pánico, horror, dolor, o miedo.

— Es...

— Tu padre —asentí con rapidez, elevando mi rostro para mirarlo— Ve, rápido.

— ¿Y Agustín? —preguntó ansioso, casi temblando—. ¡¿Dónde está Agustín?!

Miré hacia el costado donde previamente estaba él, y sentí una chispa de dolor al descubrir que no había nadie. ¡¿Dónde mierda se había metido?!

— ¡Estaba aquí hace unos segundos! —grité por sobre el barullo de la gente—. ¡Ve! ¡Ayuda a tu madre! ¡Yo lo buscaré!

Nicholas dudó, pero al final se abrió paso entre la gente y cruzó la habitación, yendo con su padre. Lucy se perdió entre las tantas personas a blanco y negro, y yo me había quedado sola. ¿Dónde mierda se había metido el chico? Me pregunté mientras miraba por sobre mis hombros.

⚫⚫⚫

Dieron las 11:20. La ambulancia ya se había llevado al padre de Agustín de urgencias, y Nicholas y Lucy ya iban directo hacia el hospital. Miré como Nathalie y Bruno se iban a toda velocidad en su auto, y también observé a Claudia subiéndose a la ambulancia con su marido.

El único que faltaba era Agustín.

¿Dónde estaba? ¿Por qué no estaba ayudando?

La fiesta había sido arruinada, y ni siquiera era año nuevo. Poco a poco las personas se iban disipando, yéndose a sus hogares para terminar todo aquello en una tranquila velada. Yo no podría irme sin encontrar a Agustín.

Me encontraba en el vestíbulo, cuando los meseros y los mozos comenzaban a limpiar. Ya no quedaba prácticamente nadie, tan solo unas cuantas parejas que iban en busca de sus sacos, nada más.

Me escabullí de la mirada de los meseros, y me adentré en un largo pasillo que lindaba junto a la cocina. Tenía focos empotrados en el techo cada metro, pero mantenían una iluminación tan tenue que dudaba y tenía que mirar hacia el suelo de par en par para evitar caerme.

Iba dejando el iluminado vestíbulo atrás cuando llegué al final del pasillo, encontrándome con otro más alternado a éste. Miré hacia la derecha y después hacia la izquierda, cuando observé hacia aquel lado una luz reflejada en la pared izquierda del pasillo. Tenía un matiz rojizo, y se reflejaba en forma rectangular, como si fuera una ventana y solamente se reflejaran sus bordes.

Me acerqué, ladeando la cabeza lo más posible, antes de ver que era una clase de mini-bar. Una habitación que tenía una ventana, de la cual salía aquella luz. La puerta de madera, igual a otras puertas que se encontraban a lo largo de aquellos pasillos no me permitió ver hacia el interior, pero cuando me acerqué a la ventana, lo observé sentado en un sillón de cuero, al fondo. Tenía una copa de whisky en su mano, y tanto su corbata como su semblante estaban deshechos.

Mi corazón se rompió otro poco.

¿Debía entrar? No lo sabía. Era bastante obvio que él querría pasar un tiempo a solas, por eso había huido, pero dudaba que fuera por la razón correcta o ética.

Empujé la puerta; Agustín ni se inmutó. Se quedó ido, de espaldas hacia mí, mirando hacia la pared.

La puerta regresó por si sola a su sitio como un resorte, y yo dudé en continuar caminando; entrelacé mis dedos entre si, y me quedé de pie, en medio de la habitación.

— Agustín —no sabía que decir; ¿cómo empezar?—.

— ¿Qué haces aquí? —interrumpió mi intento de hablarle—. Vete, por favor. Necesito estar solo.

Por un momento, consideré su oferta. Pero al instante siguiente, me di cuenta de que lo que él estaba haciendo no estaba bien.

— ¿Por qué huiste? —me acerqué dos pasos, provocando el sonido de mi tacón al caminar—. ¿Por qué no fuiste a ayudar, como Nicholas?

— "Cómo Nicholas..." Ja —rió sin ganas—. Hasta tú dices esa misma frase que mi padre —ladeó la cabeza, mirando hacia la copa—. No quiero tener nada que ver con mi padre, y ya lo sabes, Carolina.

Su orgullo. Era simplemente que no lo quería perdonar.

— Pensé que ya... que ya habían dejado atrás los resentimientos.

— Lo tolero, y lo saludo. Pero nada más —miró por sobre su hombro, y me dio un respingo—. ¿Quieres una copa? Lamento no haber podido conseguírtela antes.

— Es tu padre, Agustín —me acerqué un poco más, hasta quedar a menos de un metro de distancia entre su cuerpo sentado y yo—. No puedes simplemente...ignorarlo. Menos cuando tú mismo presenciaste el modo en que se desvaneció frente a todos.

— No me vengas con sermones, que tú tampoco quisiste ver al tuyo cuando llegó a buscarte —gruñó—. No eres la más indicada para decirme esa clase de cosas.

— No seas, idiota —mascullé. Mis venas comenzaron a bombear más sangra de la común, y sentía como mis nervios comenzaban a crisparse. Eso no era sobre mí, era sobre cómo había evadido algo que al final lo terminaría lastimando—. Sabes muy bien por qué no lo quise ver. Él se fue, él me abandonó. Se consiguió otra familia y se olvidó de mí —se enderezó sobre el sillón—. No es lo mismo.

— ¡¿Por qué no?!

— ¡Porque tu padre siempre estuvo ahí para ti!

— ¡Engañó a mi madre!

— ¡Pero intentó arreglarlo en el momento! ¡No 14 años después Agustín!

Se puso de pie, mirándome. En su mirada se notaba una gran furia, algo que quizás nunca hubiera podido llegar a controlar yo. Tenía su mano derecha engarrotada en su vaso de vidrio, y su mano izquierda la mantenía cerrada en un puño.

— Se equivocó —escupió sus palabras—. Se equivocó.

— ¿Y tú no te has equivocado? —alcé una ceja, y el rostro de Agustín se ablando, pero no porque comprendiera mis palabras, más bien por todo lo contrario—. ¿Tú no has cometido errores? ¿No has lastimado a gente que quieres sin intensión de hacerlo? —Sus ojos me escrutaban completamente, y yo me sentía como una vampira: le estaba chupando todo coraje, obteniéndolo yo—. Te recuerdo: me lastimaste a mí. Me heriste tanto que durante cuatro meses tuve insomnio, y dormía aferrada en un trozo de manta— el reconocimiento cruzó su mirada. No me importó; yo continúe—. Me lastimaste tanto, que me resultaba menos dolorosa la idea de no haber encontrado el amor nunca, y vivir sin saber lo que se sentía estar enamorada a haberte conocido.

Silencio. Se coló entre mi vestido, y entre el saco de Agustín. Nos envolvió. Otra vez no existía nadie ni a mil kilómetros de aquel punto de encuentro.

— Él engaño a mi madre. Traicionó su confianza, la de mis hermanos, y mía. Y vuelve un día, como si nada hubiera ocurrido.

¡Mierda! ¡Si sería terco!

— ¡Tienes que perdonarlo!

— ¡No puedo! —estalló—. ¡No puedo perdonarle lo que hizo!

— ¡Sí! ¡Si puedes!

— ¡¿Cómo lo sabes?!

— ¡Porque perdonaste que la perra de Alice te hubiera engañado a ti! ¡Perdonaste el hecho de que terminó embarazada de un tipo, y que solamente por eso te hayas enterado de la verdad! —Podía jurar, su rostro estaba más pálido que nunca—. ¡La perdonaste! ¡Y volviste a otorgarle tu confianza! ¡Incluso la volviste a amar, aun cuando ya me amabas a mí! ¡Incluso cuando ya no la necesitabas! —Tomé aire. Mis ojos se comenzaron a cristalizar, y mis hombros flaqueaban. Sentí una gran opresión en mi pecho, y como mi garganta picaba, como si hubiera tragado algo picudo y se hubiera quedado atorado—. Perdonaste su engaño, y tu madre perdonó el de tu padre. Creo que tú puedes hacer lo mismo, más aun considerando el hecho de que tú mismo engañaste a tu novia acostándote conmigo.

Listo: lo había dicho. Había dicho más de lo que había pensado, más de lo que si quiera sabía que conocía. No fue hasta ese momento en que me di cuenta de lo dolida que estaba: había escogido a Alice. Tuvo la opción de luchar un poco más por mí, pero prefirió irse con ella. Pudo perfectamente haberme sigo, como había seguido a Alice, pero prefirió no hacerlo.

Yo no tenía la culpa: Agustín la tenía. Agustín me había perdido, y Agustín era el único que no había sabido luchar por mí.

Bajo la luz de aquella luz rojiza, todo parecía más claro.

— Caro...

— No digas nada —lo interrumpí, manteniéndome fuerte—. No luchaste por mí en su momento, no lo hagas ahora —abrió la boca para continuar, pero yo alcé la mano con un gesto para que no dijera una sola palabra—. Vamos al hospital. Tu padre necesita tu perdón.

⚫⚫⚫

Agustín y yo corrimos en su auto a toda velocidad por las calles de Londres. Ni siquiera titubeó por pensar en Alice, ni tampoco en donde se encontraba: manejó a toda velocidad, sin despegar el pie del acelerador.

Cuando llegamos al hospital, me sorprendió el modo tan profesional en el que Agustín manejaba; estacionó el auto con maestría en un pequeño cubículo, y seguido eso bajamos a pasos rápidos, corriendo dentro del hospital. Agustín llegó a recepción preguntando por su padre, y nos enviaron directo hacia el tercer piso, en la sala de espera.

Corrimos hacia el elevador. No dijimos ni una sola palabra.

Cuando la puerta se abrió frente a nosotros, la sala de espera tenía un cuadro muy pintoresco. Todos los presentes estaban esparcidos en la habitación, con trajes de gala y vestidos largos. Todos elevaron la mirada al unísono del elevador.

— ¿Caro? — escuché el susurro de Claudia y Nathalie al mismo tiempo. Miré a Agustín de reojo, para después acercarnos lado a lado hacia todos los presentes.

Mi mirada se cruzó con la de Nicholas; su detonación de confusión, aparentemente por la presencia de Agustín ahí, era evidente. Destacaba las miradas encontradas entre todos los demás: nadie esperaba que Agustín fuese. Todos sabían los resentimientos que él tenía con su padre, así que verlo ahí debía de ser una sorpresa.

En la sala de espera estaban Claudia, Nathalie y Bruno, y Lucy y Nicholas... y Alice.

Mierda. Un nudo en la garganta que apenas podía caber en mi cuello se me formó casi con mi propia saliva. Éste aumentó cuando me di cuenta de que me estaba observando fijamente.

— Oh, Agus —Claudia se acercó a nosotros, y abrazó a su hijo con fuerza. Agustín la sostuvo de igual manera, y le dijo algo que solamente fueron capaces de escuchar él y ella. Clau asintió, y lo tomó del rostro, para luego dale una ligera palmada en su mejilla.

Sus ojos estaban rojos, hinchados e irritados. Se notaba que había llorado sin parar por los últimos 10 minutos completos, y dudaba que dejara de hacerlo: sus ojos seguían teniendo aquella cristalidad que se detonaba cuando las lágrimas ardían las pupilas para salir al exterior.

Clau miró por sobre el hombro de Agustin, observándome a mi. Me sonrió de un modo cálido, e identifiqué que también retenía las lágrimas.

— ¡Caro! — Estiró sus brazos atrapándome en un abrazo—. Es un verdadero gusto saber que estás en Londres; ¿cuándo llegaste?

— Hace un par de días, de hecho —frunció el rostro, y yo la miré apenada—. Siento no pasar a saludar antes. Tenía la intención de acercarme esta noche, pero...

— No te preocupes, querida —me sonrió—. Es un gusto tenerte aquí, de vuelta.

Le devolví la sonrisa más convincente que mis labios lograron esbozar en ese momento.

Los pasos sordos de unos pies masculinos contra el suelo captaron la atención de todos. De un corredor posterior, se acercaba un doctor a toda prisa, con una tabla de registros sostenida contra su pecho y su bata blanca.

— ¿Familia Bernasconi? —todos dieron un paso en falso, confundiendo al doctor.

— Soy su esposa —Claudia se acercó a él, casi temblando—. ¿Está bien?

— El señor Bernasconi acaba de despertar, y no muestra signos de daño. Se le permiten las visitas, pero tendría que ser individualmente.

La respiración que todos parecíamos contener salió a relucir tras un gran suspiro. Vi a Bruno abrazar a Nathalie, quien estaba al borde de las lágrimas, y a Nicholas no dudar ni dos segundos en sostener a Lucy entre sus manos y besarla. Aparté la mirada; aquello parecía bastante íntimo. Alice, quien se había levantado del sofá con la llegada del doctor, saltó sobre Agustín, y lo abrazó con fuerza. Tanta fuerza, que me rompió el corazón, y eso que ni siquiera me había tocado a mí.

Claudia llevó su mano hasta mi espalda, haciéndome apartar por dos segundos la mirada de aquel cuadro tan encantador que mostraba la pareja.

— Tú eres mi nuera favorita —susurró a mi oído, para después regalarme una sonrisa de oreja a oreja. Mis mejillas ardieron, y no pude evitar soltar una risita nerviosa.

— Okay, entonces iré a ver a...

— ¿Mamá? — Claudia volteó ante el llamado de Agustin—. ¿Puedo ir yo primero?

Los ojos pardos de Agustín detonaban cierta... calidez. Amor. Arrepentimiento. Se hizo el silencio, con solo el sonido inalcanzable de las manecillas del reloj empotrado a lo alto de la pared color azul desfallecido, mientras todos observábamos como Claudia asentía, casi con ilusión. Agustín no hizo más que sonreírle a su madre, y después de eso, se volvió con el doctor.

— Sígame —dijo el hombre de bata, quien desapareció por el pasillo seguido de Agustín.

⚫⚫⚫

Miré mi reflejo en el espejo del baño.

Ese día había sido tan emocional, que estaba agotada. Demasiadas sorpresas, conclusiones y desilusiones.

Sorpresa: encontrarme a Alice, la "escena" del padre de Agustín, terminar corriendo hacia el hospital...

Conclusiones: Que era la chica más idiota, masoquista y que menos se valoraba en el mundo.

Desilusiones: Agustín no me quería tanto como él lo decía y perjuraba. Si lo hubiera hecho, ahorita la situación sería totalmente distinta: quizás yo estaría con él, sentado en ese sillón, diciéndole cosas al oído como <<todo estará bien, tu padre es fuerte>>, o quizás hasta nos encontraríamos en otro lugar, país, o tal vez continente.

Mi mayor desilusión era descubrir la gris realidad.

La puerta del baño se abrió, pero yo no volví la mirada para observar quien entraba. Al contrario, me observé más aún al espejo.

Si tenía que ser totalmente sincera conmigo, debía decir que ese color me sentaba bastante...

La figura de Alice apareció detrás de mí y lo vi gracias a su reflejo. Su vestido color violeta le sentaba de maravilla, entallando su cuerpo de delgada y en forma bailarina, y combinando casi métricamente con su cabello rubio, el cual caía en cascada, lacio por ambos extremos.

Giré rápidamente, encontrándome con ella cara a cara. Sus ojos destellaban confianza, y casi burla. Yo me sentí indefensa.

— Caro... —comenzó, con un tono de voz totalmente aereado—. ¿Me recuerdas? —Alzó una ceja—. Soy la novia de Agustín, nos conocimos, me parece, en Italia.

— Claro que sí, te recuerdo.

— Apuesto a que haz de hacerlo muy bien, ¿no? — Entrecerró los ojos, y al contrario, yo los abrí del susto—. Agustín jamás me habló de ti.

Mierda. Sí, yo sabía muy bien que Justin había omitido la preciada información de la relación que él y yo habíamos sostenido, pero...

— Es una lástima, ¿no? Parece que fuiste importante.

— No lo creo —contesté, sintiendo mis palabras más sinceras de lo que las había pensado en mi cabeza—. Nosotros no...

— Oh, ¡no te subestimes! Apuesto a que fuiste importante —sonrió, con malicia. Algo me decía que eso no iba a salir nada bien—. Tan importante que hasta te acostaste con mi novio.

Oh. Dios. Mío.

¿Oxígeno? ¿Qué era eso? Parecía mi cuerpo carecer de aquel componente durante los segundos en que Alice mantuvo su vista fija en mi rostro. En Italia tenía que admitir que había sido encantadora —aunque no me agradó jamás en lo más mínimo—, pero ahora lucía como... una verdadera perra.

¡¿Qué podía decir?! Para empezar, ¡¿Cómo se había enterado?!

Las palabras no me salían, y me sentía tan débil que hasta tuve que recargarme en el lavabo del baño.

— No, no es necesario que digas nada. Los escuché hablando en la casa de los Bernasconi. Sé que estuvieron juntos incluso antes de que él y yo volviéramos, eso me lo dijo Claudia —sonrió sarcásticamente—. Sé también que sabes nuestra historia... y simplemente ahora sé que no quiero que te metas —como una leona asechando a su presa, Alice se acercó a mí con un tintineo de caderas casi rítmico. Cuando estaba más cerca de lo que había calculado, tuve la inquietante ansiedad de ponerme a gritar en medio del baño—. Lo que ahora haras, es regresar a América, y olvidarte del nombre Agustín Bernasconi, por el resto de tu vida —¿Sonrisas? Lo único que quedaba en aquel momento era un rostro amenazador, aniquilante. Me sentí tan... impotente—. Agustin y yo tenemos una vida por delante, y no dejaré que la estropee una novata sin chiste como tú.

— ¿Y si no me alejo? ¿Qué?

La sonrisa maliciosa volvió, cubrió su rostro en una gasa negra y su piel la absorbió como una gasa.

— Lo diré solo una vez, y espero que esa sea una razón suficiente como para que te alejes de nuestras vidas, para siempre.

Escuché con atención.

Pero mis oídos parecieron fallar, cuando Alice esbozó las siguientes palabras.

En ese instante lo supe: Estaba más que jodida.

— Por cierto: feliz año nuevo.

Dijo alegremente antes de salir del baño, sacudiéndose su maldad por los hombros.

Ya eran las doce: feliz año nuevo, Caro. Y que tu inteligencia siga creciendo.

🐶✨🐶✨🐶✨🐶✨🐶✨🐶✨🐶

Y acá se termina el maratón, espero que lo disfruten, buenas noches, días, tardes, depende de donde seas 🙌😘

💕AguslinaShipper💕

Una Escritora Sin Amor ~Aguslina~ «Adaptada»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora