Nieve Azul

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          CAPÍTULO UNO     ~      Un sueño un tanto especial

Me desperté y aún era de noche, me incorporé de un salto de mi cama. ¿Qué significaba ese sueño perturbador? Mi frente sudaba, no era la primera vez que tenía ese sueño. Sé que no era el mismo sueño, ocurría de diferentes maneras, pero siempre acababa igual. Mi corazón palpitaba a gran velocidad y sentía su reflejo en mis sienes.

Recordé por unos segundos el sueño. Como iba recorriendo una verde pradera primaveral junto al muro de un gran castillo, de la nada aparecía un arroyo, de aguas tan cristalinas y azules que su belleza era inmensa. Me senté sobre un gran piedra junto a él. De un momento a otro, como en todos los anteriores sueños, emergió un joven de las aguas. En ese instante me quedaba siempre sin aliento.

No era un hombre cualquiera, era de una belleza sublime. Sus ojos eran azules, como glaciares, pero cuando el sol les daba y el desconocido reía un poco, adquirían motas verdes y violetas. Pero su belleza no radicaba sólo en unos ojos hermosos. Su cuerpo estaba bien formado, era fibroso y muy alto. Su piel, blanca, tersa y sin mácula parecía la que podría tener un ángel. Su pelo oscuro, con el flequillo mojado le daba un cierto aire desaliñado.

De un momento a otro, su dulce expresión y la sonrisa de sus agradables y carnosos labios se esfumaba para dar paso una mueca pícara, maligna. Salió de las aguas, me agarró del cuello, me levantó, mientras yo temblaba como una hoja, gritaba e intentaba escapar de sus férreos brazos, pero este hecho parecía importarle poco.  Me zarandeaba con violencia y finalmente me acababa raptando.

Siempre me despertaba en ese instante, entre una sensación de admiración por aquella criatura tan perfecta y miedo por lo que deseara hacer conmigo.

Me acabé incorporando de mi cama, serían las cuatro de la mañana, bajé las escaleras hasta llegar a la cocina. Pero escuché un ruido, algo o alguien estaba armando un buen estruendo en una de las habitaciones de la primera planta. Subí a ver que podría ser.

Llegué hasta una de las puertas, donde dormía el que iba a ser mi prometido, aunque tenía diecisiete años, mis padres habían concertado una boda con el hijo de un gran empresario de la ciudad de Tylewood, a unos cien kilómetros de donde vivía. Esta vez sir Lawrence Lynn, así es como se llamaba el joven, se había quedado a dormir en la mansión de mi familia, Calmfield.

Nuestros padres habían estado negociando para realizar nuestra boda, lo cual no me entusiasma a para nada. Sir Lawrence, el cual era nueve años mayor que yo, era todo un egocéntrico, maleducado y cada vez que nos quedábamos a sola intentaba abusar de mí. Toda una joya. Sólo le interesaba la caza y coquetear con las damas, y si se dejaban toquetear, mejor que mejor. Encima era un hombre poco agraciado en cuanto a belleza, nariz arqueada, rasgos bastos, era bastante grueso y poco proporcionado y a pesar de ello, tenía una gran autoestima.

Pegué el oído a la puerta y conseguí a oír gemidos y golpes detrás de ella, conseguí distinguir la voz de sir Lawrence y la de una de las jóvenes criadas de la casa. No era idiota, sabía que estaban haciendo. Pero, ¿acaso me iban a creer mis padres si les decía que el que iba a ser mi futuro esposo no le importaba montar a cualquier dama mientras fuese mujer? Ilusa de mí si lo creía.

Con anterioridad, ya les había comentado que ese hombre no era de mi agrado y que intentaba siempre abusar de mí y coquetear con todas las señoras que veía. Pero nada, mis padres pensaban que me lo inventaba y ellos querían casarme ya, porque sólo era un estorbo para ellos si seguía soltera. Sir Lawrence era muy rico y podría encargarse por completo de mí. Pero la verdad, creo que yo no le importaba mucho más que para saciar sus apetitos.

No lo pensé mucho, decidí huir de allí como fuera.

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