Los días pasaron lentos como de costumbre. Mi vida ahora se volvía monótona. Me acordé de los que eran mis padres adoptivos, a los cuales prometí que algún día iría a visitar. Era un buen momento.
Salí esa mañana a dar un paseo por la ciudad. Estaba harta de estar encerrada o trabajando. Quería relajarme un poco. Llevaba poco tiempo viviendo allí, pero parecía que hubieran pasado milenios desde que me instalé en la casa.
Le había pedido permiso a mi padre y a mi hermano, una mujer de mi sociedad no acostumbraba a ir sola y menos sin permiso de un hombre. Odiaba tener que depender de la aprobación de uno para poder hacer cualquier cosa fuera. Al menos mi padre y mi hermano eran hombres de una mentalidad algo más abierta, aunque a veces eran bastante tozudos.
Quería ir a caballo hasta el corazón de la ciudad. No quise ir en coche porque me gustaba que al viajar el viento me dieran en la cara, era una sensación de libertad indescriptible para mí.
Pasé por las zonas más pobres de la ciudas. La realidad chocó ante mí. Yo vivía en una buena casa, que tenía incluso hasta doncellas y ama de llaves. El mundo real era bastante distinto al mío. Fue una bofetada, figurada, de la verdad. Muchos de ellos podrían trabajar en nuestras fábricas. Quién sabe si muchos no tenían ni qué llevarse a la boca ese día.
Me sentí culpable, yo vivía a unos pocos kilómetros de allí, con un cierto lujo, mientras otros morían a mi lado de hambre. La injusticia social que percibía de ese ambiente me hacía sentir dolida, con ganas de impartir justicia en un mundo de egoísmo y placeres superficiales.
Aunque tenía pensado ir de compras, a por algún vestido nuevo y adornos, todo lo que traía lo repartí a los que allí estaban. Incluso para asegurarme de que convertían bien su dinero, fui expresamente a comprarles comida, medicinas y ropa. Esa gente no tenía ni de lo más básico para seguir adelante.
Cuando hice todo aquello me sentí increíblemente realizada, era feliz haciendo el bien a esa gente. Pregunté a las madres donde trabajaban sus maridos, muchas eran viudas o antiguas prostitutas, pero otras muchas tenían maridos obreros, con sueldos muy bajos y trabajos precarios.
Me dijeron donde trabajaban. Eran empresas que conocía, negociaba con ellas a diario. No podía creer que tratarán tan mal a sus empleados.
Estaba muy indignada. Aquella situación me ponía de los nervios. Pero la gota colmó el vaso cuando una de las mujeres decía que su marido trabajaba en una de muestras fábricas y debido a los bajos sueldos se había tenido que ir a la huelga. Pero, que al igual que muchos de sus compañeros, Industrias Green les habían despedido por ello. Ahora buscaba trabajo sin descanso, pero al estar dentro de un sindicato y haber participado en alguna que otra manifestación no querían contestarle por su ideología.
La sangre me hervía de furia. Esa situación era ya insostenible. Me daba vergüenza de que una de las fábricas de mi familia tratase de esa manera a sus empleados.
Me despedí de los niños y las madres de la zona y me fui a toda prisa hasta la casa de los Green. Llegué al rato a nuestro bonito jardín. Aunque era muy bello hoy me parecía horrible y despreciable.
Abrí las puertas de la casa enfurecida, sin esperar a que viniera ninguna criada a abrirme. Entré por el recibidor dando fuertes pasos y con gesto muy serio.
Una de las sirvientas vino hasta a mí, pensando que aún estaba fuera de la casa. Al verme andando con ese semblante se quedó un tanto helada ante mi expresión sobrecogedora.
- Señ-Señorita Iris... ¿qué tal su día de compras en la ciudad?- Dijo un tanto atemorizada. Parecía una reina del fuego con mi vestido rojo y negro y el pelo semirrecogido. Llevaba poco maquillaje, pero éste endurecía un poco mi aspecto juvenil.
- Señorita Wyrell- Le dije a la sirvienta, que así era como se llamaba.- Desearía que llamase a John y a Edward Green para tener una charla con ellos. Dile que les espero en el salón.
- S-Sí, señorita Iris Varlow.- Dijo muy respetuosa ante mi autoritaria voz.
Anduve hasta el salón majestuosa, orgullosa de mí misma. Abrí la puerta y me coloqué en el sillón más grande, de gran opulencia. Justo en el medio de la habitación y de espaldas a la puerta.
Estuve meditando un rato como iba a atacar, qué les iba a decir, como iba a argumentar mi postura frente a dos hombres que estaban más experimentados en este tipo de discusiones. Debía ser fuerte y no rendirme. John y Edward eran de mi familia, pero ello no les daba derecho a aprovecharse de sus trabajadores y tratarlos como perros.
A los minutos de espera, escuché varios pasos, los cuales debían ser de ellos dos. Inspiré hondo. El pulso de mi corazón estaba desbocado.
Abrieron la puerta y entraron. Hubo un incómodo silencio de varios minutos.
Me levanté de mi sillón y le di la vuelta sin mucho esfuerzo. Me volví a sentar en él, les dediques a ambos una mirada dura y fría. Juré mis manos debajo de mi barbilla. Estaba sentada de lado pero mi cabeza des miraba en aquella misteriosa postura. La solía adaptar cuando tenía que decir algo importante. Les miré de hito en hito.
Edward me dedicó una mirada llena de duda e incomprensión. No sabía por qué le había hecho llamar y estaba desorientado. Parecía un corderito que se había perdido de su rebaño y no sabía a dónde ir.
Sir John Green no mostraba la misma expresión de su hijo. Me miraba con la misma dureza, aunque sus ojos mostraban un tanto de curiosidad por el tema que les reunía a ambos allí.
Me aclaré la voz.
- Os estaréis preguntando el por qué de que os haya hecho llamar, ¿verdad? - Les dije fría, sin expresión en el rostro y sin a penas cambiar mi tono de voz. - Lo sé porque os lo veo en los ojos.
Adopté una postura distinta a la anterior, ahora tenía mis brazos en el regazo.
- Por favor, tomad asiento. Creo que nuestra conversación va a ser larga.- Les dije señalando los dos butacones que estaban a mis lados para que se sentaran.
Ambos anduvieron hasta uno de ellos. Edward se sentó a mi izquierda y mi padre a la derecha. Miré primero a sir John Green y luego a mi hermano Edward.
- Bueno, es menester que empiece a hablar, veo que os estoy impacientando.-Trataba de guardar calma y no ponerme de los nervios.
Les conté que sabía sobre los despidos injustos de nuestra empresa a los huelguistas. Los dos me miraron asombrados y preguntaron cómo sabía de aquello. Les mentí diciendo que un trabajador me lo había dicho por carta. Si les decía que había estado en los suburbios toda la mañana nunca más me dejarían salir de aquella casa.
Hubo un pequeño silencio. Había expuestos lo mejor que sabía todos mis argumentos, eliminando las partes de cómo había conseguido parte de la información.
Mi hermano Edward y Sir John Green se miraron. Luego me miraron a mí.
- Iris, nos gustaría hablar a solas un momento. - Dijo Sir John Green.- Nos retiramos de la sala.
Mi hermano me dedicó una sonrisa, aunque no sabía que había realmente tras ella. Era como una máscara que no me dejaba ver lo que realmente le pasaba. Sir John Green tenía una expresión grave.
¿Me estaba metiendo en problemas? ¿Tan malo era luchar por el bien de otros, aunque ello te hiciera más pobre? Prefería ser feliz y saber que podía hacer el bien a otros aunque no ganara tanto dinero. Odiaba como otros caciques que tenían tierras se aprovechaban de sus jornaleros. Yo no quería ser su reflejo femenino industrial.
Empecé a mover mis dedos sobre el brazo del sillón, puede que impaciente por lo que los señores de la casa trataban tras esa puerta. Pasaron ante mí unos minutos que parecieron milenios. Me mordía el labio y de vez en cuando un poco las uñas.
Escuché un tímido crujido. La puerta se abría.
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Nieve azul
RomanceLa joven Lady Iris Varlow es un tanto aventurera y cabezota. No es la típica chica enamoradiza que deja que un hombre sea quién decida sobre su destino. Amaría poder viajar por el mundo entero y conocer culturas diferentes a la suya. Pero todos su...