No es que quiera escribir triste,
es que algunos recuerdos aún
me sonríen cuando vuelvo la vista atrás.
Y ahí, dentro de ellos,
se encuentra él.
Con su pelo mojado
tras una tormenta
que derribó la muralla que habíamos construido
para cuando estuviéramos tristes,
echándonos de menos,
porque sabíamos que algún día
estaríamos lejos,
ya sea de tiempo
o de kilómetros.
Entonces me toma de la mano
y ese pequeño detalle edifica un mundo.
Me llevó a ver películas
a donde las estrellas van a parar
cuando se dan por rendidas
y su inmortal luz
se convierte en una instantánea.
Un luz que se la traga el pestañeo.
La música se enciende
y mis pupilas se asemejan a dos planetas
que han estado perdidos en la negrura
y frialdad del inmenso universo.
No puedo con esto,
siento que el corazón me va a estallar.
Y estalló antes de decirlo.
Algunas cosas se rompen antes de darnos cuenta
y eso, él no lo sabía.
Pero entonces, también se escuchó otro estruendo,
uno más fuerte del que él causó cuando se rompió,
y fue mi alma fragmentada en mil pedazos
esparcidos por lo que llamaba vida.
Y desde entonces
vuelco mi mundo
y la vista atrás,
cuando siento que los miedos,
los monstruos
y los fantasmas
tocan la puerta.
Una puerta que siempre ha estado abierta,
hacia el mismo camino donde él
sonríe al alba.